Contra la McDonalización universitaria

Actualidad - Nacional 21 de abril de 2022
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Conocíamos a Ronald como imagen que acompañaba al agresivo marketing “feliz” de una poco saludable alimentación infantil. Tanto como que “Mc Nudo” o 100 buenas razones para mantenerse lejos de la cadena de comida rápida, se trataba de una campaña de prevención contra el gigante globalizado en Italia durante los ‘90, sin contar con circulación del clásico “libro negro” de las multinacionales documentado por los alemanes Klaus Werner y Hans Weiss que supieron identificar los crímenes cometidos por la corporación y su impacto negativo desde los costos sociales y ecológicos.

En los días que corren, algún émulo local de la mascota -antes bien próximo al Pennywise de King, a estar a la negación de los 30 mil desaparecidos y a que Argentina no puede ofrecer más que miseria a los isleños de nuestras Malvinas- también publicita una suerte de “Mcdonalización” del país, en donde incluye a la educación. Lo dicho sobre universidades públicas basta para la adopción de alguna estrategia preventiva de distancia respecto de esta prédica, cuanto menos mediante la primaria tarea de desasnar, que no es más que quitar rusticidad por medio de la enseñanza, en tanto responsabilidad básica docente. 

Desde esta versión (neo) conservadora que procura refundar el capitalismo monetarista se improvisa otra vez con el arancelamiento universitario, ahora bajo un sistema de “vouchers” a utilizarse a modo de “scoring” en la órbita pública o privada. Cualquier recuento de respuestas, que lejos está del propósito de estas breves líneas, deberá evocar las furiosas reacciones estudiantiles a los estertores del delaruismo por los 2000, o aún el rechazo de los miles de jóvenes en las calles de Chile frente al modelo excluyente pinochetista de un equivalente mercantilismo.

Pero, para peor, se expresa con desparpajo que las universidades públicas “adoctrinan a la gente para que robe”. Ningún integrante de la comunidad académica, cualquiera se trate, merece tamaña descalificación. Mucho menos la matriz única que –como siempre se recuerda con orgullo- cuenta con nada menos que cinco Nobel y encabeza permanentemente cualquier ranking regional. Bien vale que se tome nota que paradójicamente fue fruto hace dos siglos del “liberal” Bernardino Rivadavia, el “más grande hombre civil de los argentinos” según lo calificara el inefable Mitre. Aunque en términos de paridad con la crítica presente, tampoco debe omitirse que fue aquel que encarnó el proyecto de desamericanizar estas tierras, desde su concepción elitista desdeñosa de la “chusma barbárica” que colocó en contra de su “progreso”, sin perder de vista sus negocios mineros con capitales británicos hasta la toma de deuda mediante el empréstito de la Baring Brothers.

Ni que decir de “las libertades que nos faltan “ y sus dolores ya centenarios, que en boca de Deodoro Roca proclamó el reformismo del ‘18 al socaire del radicalismo popular. Libertades que, aunque obvio, estaban ancladas en un modelo Yrigoyenista de inclusión a partir de una política económica soberana y del reconocimiento de las reivindicaciones sociales, que cobraron mayor dimensión con la gratuidad del primer justicialismo.

Contra todo ese linaje y sus proyecciones, esta remake eficientista tan retardataria como deshumanizadora traduce un fundamentalismo fascista –con deja vú de “bastones largos”- que adquiere en la concepción y estrategia de sus cultores una dimensión profundamente osada y violenta, en la que se expresa la visión del mundo que impone y sobre la que procura legitimar su representación. Sería conveniente advertirles que, de contrario de cuanto parecen ensayar, el payaso corporativo en la última década debió mutar para promocionar otros hábitos más nutritivos. Y que probablemente con el tiempo se pondrá al frente de la sindicalización del personal y la defensa de sus derechos. 

Por Alejandro Slokar para Página 12

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