El eterno peso de la deuda

Economía 14 de abril de 2022
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Cuando Richard Nixon, en 1971, decretó el fin de la convertibilidad del dólar en oro, la moneda pasó a ser autorreferencial. Se terminó la relación directa con la economía del trabajo. Se abrió el escenario de la especulación. La astucia financiera copó la escena y la usura le ganó a la producción. Desde entonces la moneda es fundamentalmente política y amante perenne del neoliberalismo financiero. Perdió su relación con el oro -algo material, palpable, concreto- y ganó en abstracción produciendo, paradójicamente, efectos materiales, criminales y devastadores. Hipoteca vidas y rapiña recursos públicos pasando de coyuntural a estructural. En La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, Maurizio Lazzarato considera que la deuda (pública y privada) no representa amenaza para el capitalismo. Al contrario, lo fortalece endeudando pueblos e individualidades. Uno de sus objetivos es establecer una construcción política entre acreedores y deudores, e instrumentar tecnologías de poder para que siempre pierdan les deudores. 

Lo propio de la máquina capitalista es hacer la deuda infinita, reflexiona Gilles Deleuze, nutrido con lecturas de Marx, Freud, Benjamin, Hanna Arendt, Foucault y otres para elaborar una concepción propia del capitalismo tardío y su relación con la esquizofrenia social, mientras denuncia el carácter explotador de la deuda. Es tributario de Nietzsche que, en su Genealogía de la moral, analiza la génesis de la socialización y concluye que la deuda -a poco de andar- se retroalimenta y deviene impagable tornándose herramienta eficaz para convertir a personas y pueblos en dóciles rebaños gobernables. ¡Mucha sangre para formar subjetividades deudoras y culpables! ¡Mucha sangre para calmar a los vampiros liberales narcisistas!

La deuda atraviesa estratos sociales. El capitalismo liberal resignificó la deuda y la culpa y las hizo funcionales al control y la acumulación -primero de mercancía, luego de activos financieros- consiguiendo que la deuda soberana y el endeudamiento individual alcancen niveles planetarios y recaigan sobre quienes menos tienen. Habitamos un mundo colonizado por las finanzas en detrimento de la producción, por lo privado en contra de lo público, por el individualismo en lugar del colectivismo. Deudores del Estado (que a su vez le debe a medio mundo), de los seguros, de las empresas, de conseguir vacantes en las escuelas y, como si eso fuera poco, la sociedad civil es responsable y sálvese quien pueda.

El ser más despreciable para el neoliberalismo es quien cobra planes estatales, porque está convencido -desde sus privilegios heredados, adquiridos o aspiracionales- de que los dineros del Estado sólo pueden ser extraídos por los grandes capitales. La banca nunca pierde. Pero no solo el liberalismo está en deuda con el pueblo, también las personalidades políticas de cualquier signo que -cuando gobiernan- se olvidan de sus promesas de campaña y regalan soberanía al imperio aliándose con los explotadores. Una asignatura pendiente que va más allá de lo económico.

La deuda se genera para que el poder real acumule finanzas como otrora acumulaba mercancía. Toda deuda implica culpa, es moralmente juzgable y desequilibra nuestro horizonte material, mental y afectivo. Pero, ¿se puede escapar a la condición de individualidades y comunidades endeudadas? Deberíamos comenzar poniendo en tela de juicio la relación social fundamental que estructura al capitalismo: el sistema de la deuda, contesta Lazzarato en Gobernar a través de la deuda. Tecnologías de poder del capitalismo neoliberal.

Deleuze y Guattari señalan el desequilibrio social que se entroniza cuando no hay intercambio sino deuda. Cuando no impera una lógica de equidad y correspondencia, sino de violencia y usurpación. Esto explica la asimetría deuda/crédito, que antecede a la dinámica de la producción y el trabajo, y reflota de modo salvaje la exclusión de los sectores históricamente desechados por el poder. Hay que inmolarse para alimentar a Moloch, devorador de criaturas humanas y sus pertenencias, su fuerza de trabajo, sus derechos. Se cumple así con la lógica de sacrificar a la otredad, a la pobreza, a la vejez.

La deuda provoca desequilibrio funcional en naciones y subjetividades. El capitalismo ha ocupado el volumen histórico que antes ocupaba la religión, sentencia Walter Benjamin. Es una religión laica que, como la mayoría de los credos, exige sacrificios. Culto endeudante. En la religión capitalista el culto es permanente, gravoso y motorizado por el mecanismo perverso del egoísmo elevado a política.

Pero hay más débito: la humanidad tiene una deuda crucial con la mitad de ella misma, las mujeres, y otra con las demás minorías. Minorías respecto del poder porque en algunos casos -como mujeres y pobres- cuantitativamente son mayoría, pero en la distribución de recursos, minorías. “La deuda es con nosotras” -es la consigna levantada desde hace años por multitud de mujeres en Ni Una Menos- “que la paguen quienes la fugaron”. Esta voluntad de poder transfeminista se expande por el mundo reclamando equidad.

¿La deuda soberana? Una fortuna impagable. Una sustancia cancerígena. Focos de incendio en un bosque minado. Pero la deuda por las vejaciones está claramente definida por quienes la sufren, es múltiple y diversa, no universalizable. ¿Y entonces? Habría que aclararlo de manera interseccional. Analizar la interrelación entre estratos sociales, genero, etnias, orientación sexual no binaria y otros sectores segregados para localizar la injusticia y rebelarse. Elettra Stimilli, en Deuda y culpa, responsabiliza al Estado por utilizar el mercado como herramienta de gobierno. Dispositivos de coerción que convierte a deudores en culpables. Stimilli considera que los movimientos feministas son la realidad política más interesante, dinámica y fuerte para pensar la deuda. Porque definen qué es trabajo y qué no, exigen justicia y nuevas formas de redistribución. Reclaman equilibrios armónicos entre lo humano y lo que no lo es, y trascienden las reivindicaciones de género, conservándolas. Aspiran a tornar pagable la deuda social -que el falocapitalismo pretende impagable- y remarcan que lo que está en juego en la deuda no es meramente económico, sino político, ético, social y sacrificial. 

Por Esther Diaz para Página 12

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