Francia condenada a girar a la derecha (todavía más)

Actualidad - Internacional 12 de abril de 2022
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Desde 1981, con la recordada gráfica que anunciaba la victoria de François Mitterrand en paralelo a una paulatina aparición de su rostro, es costumbre en Francia esperar a las 20:00 para tener el resultado de la elección presidencial. A lo sumo, cuando el resultado es sumamente ajustado, los ganadores esperan a las 22:00 para descorchar el champagne. Ayer a las 20:00 las estimaciones oficiales, hechas en base a bocas de urna y mesas testigos, otorgaban 28% a Emmanuel Macron, 23% a Marine Le Pen y 20% a Jean-Luc Mélenchon.

En ese marco, la candidata de extrema derecha celebró su pasaje al segundo turno con un discurso moderado y con fuerte acento en la cuestión social, algo que respetó durante toda la campaña para presentarse como la antítesis de Macron, el presidente de los ricos. Los deberes del trabajo sucio los había hecho bien Éric Zemmour, el periodista estrella de una “fachósfera” que, lubricada durante los últimos cinco años con el dinero del magnate Vincent Bolloré, inclinó el debate público hacia los temas del electorado de la extrema derecha. Pero Zemmour fue la primera gran decepción de la noche: obtuvo solo 7 puntos, muy lejos de los 17 que prometían los sondeos cuando irrumpió en la campaña. El electorado francés decidió adelantar el voto útil a la primera vuelta y Le Pen creció gracias a la inmigración hacia el territorio de votantes de Zemmour y de ciertos sectores de la derecha tradicional de Los Republicanos, sobre todo los del campo del perdedor de la interna ante Valérie Pécresse, el filo lepenista Éric Ciotti.

El segundo hecho inédito fue justamente el pobrísimo score de Pécresse, 4,8%, y la desaparición del Partido Socialista del paisaje electoral francés, dado que su candidata, Anne Hidalgo, no llegó a los 2 puntos porcentuales y quedó antepenúltima, delante de dos fracciones del trotskismo y detrás de los verdes, ¡de los comunistas! y de pintorescos candidatos como el ruralista Jean Lasalle o desprendimientos minoritarios de la Agrupación Nacional de Le Pen, como Nicolas Dupont-Aignan. Peor aún, ni socialistas ni republicanos superaron la barrera del 5% y deberán por lo tanto obtener los fondos para reembolsar el dinero que utilizaron en la campaña, algo que establece la ley de financiamiento electoral en Francia, y que justamente estos partidos, cuando eran los dos grandotes del barrio, habían acordado para impedir la formación de nuevos espacios que les pudieran perturbar el mano a mano.

Sin embargo, poco después de que Mélenchon aceptara la derrota en su last dance y convocara a no darle ni un solo voto al fascismo con ropajes desdiabolizados de Le Pen, cuando las luces del bunker de la izquierda ya se habían apagado, se instaló una fuerte incertidumbre que duró hasta las 3 de la madrugada de Francia: la distancia entre Mélenchon y Le Pen comenzó a reducirse cuando empezaron a llegar los datos de las grandes ciudades. En los grandes centros urbanos, donde las urnas permanecen abiertas entre media y una hora más a raíz de la cantidad de votantes que se acercan al final de la jornada, Mélenchon hizo una excelente elección entre los menores de 30 años y en los barrios populares, algo que le permitió superar su score de 2017. Fue tal la incertidumbre, que la prensa, que ya estaba por bajar la cortina de sus especiales de la noche electoral, envió móviles ya no al búnker de la izquierda, sino al restaurante al que se habían ido a cenar Mélenchon y los suyos después de aceptar una derrota que parecía ahora no haber sido tal. De hecho, hasta casi el final del escrutinio la distancia se redujo al 0,6 %, menos de doscientos mil votos.

Una vez más, la lógica de esta primera vuelta, que los electores decidieron encarar como si fuera la segunda, le permitió a Mélenchon alcanzar el 22% de los votos, muy cerca del 23,4% que finalmente obtuvo Le Pen, y un poco más lejos del 27,6% que cosechó Macron. El acceso a la segunda vuelta se le escapó al líder de la nueva izquierda francesa, por última vez y por un puñado de votos, muchos menos que el 2,3% que consiguió el Partido Comunista que, inexplicablemente, o no tanto, optó esta vez por presentar candidato por fuera de su frente habitual con La Francia Insumisa de Mélenchon, y muchísimos menos que los que cosecharon los verdes: 4.6%. Incluso Mélenchon hubiera accedido a la segunda vuelta con el 1,7% que rasguñó el PS. En el discurso que a modo de despedida y legado hilvanó con sutileza retórica en la noche del domingo, Mélenchon sostuvo que la lucha no había sido en vano. “El tribuno”, como se lo conoce en Francia, ya no puede volver a presentarse a una elección presidencial porque la ley impone un límite de edad que no tiene forma de sortear. “Nuestra tarea es la misma que la del mito de Sísifo”, dijo en el cierre de su intervención. “Si la piedra cae del barranco, iremos hasta abajo y la volveremos a llevar a la cima. Yo no cedí nunca, ahora ustedes háganlo mejor que yo”.

Lo que viene

El otro elemento clave de esta primera vuelta fue la abstención, que alcanzó el 25% del electorado, algo que no parece un buen augurio para Macron, si se considera su necesidad de sumar votos para la segunda vuelta. Marine Le Pen puede apelar a una cierta reserva de votos en Zemmour, que llamó ayer mismo a votar por ella en la segunda vuelta; también a algunas fracciones de Los Republicanos y al electorado de Dupont-Aignan.

En cambio, a Macron le resultará mucho más difícil seducir a los electores de Mélenchon. Mucho más con el balance de un quinquenio marcado por medidas que lo ubicaron claramente en el campo de un neoliberalismo con tintes reaccionarios. Parece difícil que los votantes más ideologizados de la izquierda olviden la represión a las manifestaciones de los chalecos amarillos, la supresión del impuesto a la riqueza y la reforma del código de trabajo en favor de las patronales. Tampoco parece favorable a conquistar el voto de izquierda las promesas de Macron de llevar la edad jubilatoria de 62 a 65 años, suprimir más de cien mil puestos en el Estado o reformar con espíritu privatista la educación primaria y secundaria. Es cierto que los verdes, la candidata socialista y la propia Valérie Pécresse anunciaron que votarán por Macron para evitar que la extrema derecha llegue al poder, pero ese rejuntado no le permitiría a Macron superar el 50% que necesita para imponerse el próximo 24 de abril. Además, es muy probable que un porcentaje de los electores de Pécresse termine votando por Le Pen en la segunda vuelta. Los primeros sondeos dan ganador a Macron por dos o tres puntos, muy lejos de los más de 30 que le sacó a Le Pen en 2017.

Algunas versiones afirman que la diferencia sería mayor, pero que el propio Macron advirtió que su decisión de ingresar tardíamente a la campaña y no prestarse al debate finalmente no había sido la mejor estrategia, y que la única forma de que el electorado de izquierda se movilice a su favor es que tema una posibilidad real de victoria del fascismo. Por otra parte, cierta seguridad de tenerlo todo a favor para ser reelegido le habría jugado en contra al presidente-candidato durante la última semana.

Otra de las preocupaciones de Macron para la segunda vuelta es que escalen aún más las repercusiones del lapidario informe del Senado sobre las montañas de dinero que su administración distribuyó entre un puñado de consultoras privadas para que realizaran el mismo trabajo para el que el Estado forma a su funcionariado desde finales de la Segunda Guerra Mundial, el denominado “affaire McKinsey”. Una suerte de segunda piel superpuesta a los funcionarios que les quitó poder de decisión y reorientó la acción del Estado en el sentido empresarial diseñado por el presidente y sus asesores más cercanos. Para colmo, a pesar de sus honorarios exorbitantes, la consultora estrella del gobierno de Macron no pagó ni un euro de impuestos en Francia, gracias a la utilización de paraísos fiscales. Un punto sensible que hasta el propio presidente debió criticar públicamente antes de que el escándalo escalara. Más aún en el contexto de serias acusaciones hacia su figura e investigaciones periodísticas que confirman la posibilidad de que buena parte de su fortuna personal, obtenida antes de ser presidente en su carrera de banquero y asesor financiero, no se encuentre declarada y esté alojada bajo estrategias de elusión fiscal sofisticadas en paraísos fiscales.

Y es que allí radica una de las claves del quinquenio que finaliza: la profunda reforma neoliberal del Estado que la pandemia sólo parece haber puesto entre paréntesis, pero que todos advierten regresará con más fuerza si se impone nuevamente el actual jefe de Estado. Macron ya no podrá disputar la reelección al final de un potencial segundo mandato y tendría las manos libres para terminar su trabajo. Un objetivo central, en este sentido, es el reemplazo definitivo de las elites burocráticas, formadas bajo el lema de “servir al Estado”, por un nuevo cuerpo creado bajo la lógica managerial de las empresas que se rigen por el tic tac de las finanzas y, desde ya, con objetivos menos perfumados: poner al sector público al servicio del mercado. En la jerga de la macronía, el “Estado start up”.

Marine es Le Pen

La candidata de la Agrupación Nacional hizo todo en esta oportunidad para no repetir los errores de 2017. Descartó la propuesta de salir del euro y de la Unión Europea, y emprendió un profundo lavado de cara de la matriz fascista de su partido y la inmensa mayoría de los cuadros que lo conforman. Incluso el apellido Le Pen no apareció en su publicidad de campaña, donde sistemáticamente pasó a ser apenas “Marine”, al igual que en el documento de campaña de ocho páginas del que se imprimieron más de un millón de copias (que sin embargo tuvo que destruir en su totalidad antes de distribuirlo porque aparecía en una foto con Vladimir Putin). Algo que durante el resto de la campaña se encargó de “matizar” con una única frase: “tuve relación con Putin, pero en Ucrania pasó una línea roja para mí inaceptable”. Aunque se sabe que un puñado de magnates cercanos al premier ruso financiaron sus campañas electorales, Le Pen fue más hábil que Zemmour, el cual trastabilló cuando se evocaron sus lazos y admiración por el líder ruso en plena disputa militar, económica y política entre Europa y Rusia.

Pero el corazón de esta operación de desdiabolización de Agrupación Nacional fue su estrategia de presentarse como un partido de izquierda populista, inteligente en primera instancia si lo que buscaba era reunir votos en el electorado de Mélenchon, algo que le daría grandes chances de imponerse en la segunda vuelta. Y como Zemmour se encargó durante toda la campaña de mantener vivos los temas sobre los que todo el electorado sabe lo que Marine piensa (inmigración, preferencia nacional, islamofobia, etc), la candidata hizo de la necesidad virtud y se supo servir de su supuesto competidor para avanzar con una agenda propia que le terminaría pagando con creces.

Además, el programa económico de Zemmour representaba una visión mucho más “elitista” de la extrema derecha, influenciada directamente por la ideología libertaria de Friedrich Hayek y heredera del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, padre de Marine. Desde 2011, la candidata ha tomado distancia progresivamente de esa vía para ampliar su base electoral en el electorado popular de izquierda abandonado por el socialismo y el comunismo francés. Pero, más allá de los giros discursivos y un conjunto de medidas “sociales” que la mayoría de los candidatos lanzaron en un contexto inédito de aumento de los precios de los alimentos y la energía, el programa de Marine Le Pen no puede ser calificado como un programa populista de izquierda, ni mucho menos. En lo económico, el Estado, dice en su plataforma, “tiene como rol crear un ecosistema favorable al desarrollo de las empresas, los pulmones de nuestra economía en nuestro territorio, eso es lo que espero de un Estado estratega”. Esta frase no es casual: es casi una profesión de fe neoliberal, el Estado no “interviene”, sino que facilita el buen funcionamiento del mercado y apoya la competitividad de las empresas. Se trata, en definitiva, de una posición similar a la de Macron, Pécresse y Zemmour, candidatos de derecha que, como Marine, proponen bajar los impuestos a la producción. Por eso, aunque el programa de Le Pen cuenta con medidas sociales, no conforman un conjunto de medidas que propongan un sistema consistente, sino enunciados puntuales que condimentan una visión estructurada en los valores del mercado, la preferencia nacional y el mundo empresario. La “prioridad nacional”, corazón de su programa de gobierno, “reserva a los franceses el acceso a ciertas prestaciones sociales y servicios públicos”. Una medida que condenaría a la pobreza a una gran cantidad de hogares en Francia.

En síntesis, el puñado de medidas “sociales” incluidas en el programa de Le Pen no deberían ocultar la lógica global de su proyecto que es totalmente compatible con el orden neoliberal que defiende Macron. Al autoritarismo económico le suma unos cuantos condimentos extra que pueden sorprender a quienes desconocen su relación con los sectores más rancios de las fuerzas de seguridad francesa o su relación promiscua con magnates franceses y de países del este europeo, entre otros vínculos non sanctos de Marine. El problema es que durante los últimos años el gobierno de Macron se ocupó de promover temas de identidad en los medios de comunicación para ocultar los aspectos más polémicos de su plan neoliberal, lo que le dio mayor legitimidad a Le Pen y llevó a Macrón más a la derecha, y a tener que competir por un electorado similar en el marco de la segunda vuelta presidencial.

Cinco años atrás, entre las dos vueltas presidenciales de 2017, Macron había prometido que una de las prioridades de su quinquenio sería evitar que la Agrupación Nacional u otra expresión de la extrema derecha llegara al segundo turno en 2022. Como vimos ayer, llegaron dos a la primera vuelta, y Marine Le Pen disputará, una vez más, el ballotage del 24 de abril. Queda pendiente verificar en estas dos semanas si las promesas “sociales” que Macron balbuceó en su discurso del domingo consiguen tanta adhesión como las promesas incumplidas durante su mandato actual.

Por Heber Ostroviesky

Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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