







Era una de las tantas reuniones de amigos antes de las fiestas, queríamos cenar en algún lugar que nos quedara cerca y no fuera caro. Fuimos a "Lo de Ale", un típico bodegón con parrilla en el barrio porteño de Núñez. Llegamos minutos después de las 21 horas y había pocas mesas ocupadas, pese a que era solo un día antes de Nochebuena. Elegimos compartir algo de parrilla, fuimos a lo básico: unos cortes de carne, papas fritas, ensalada y chorizo para compartir tipo entrada. El mozo, un hombre de oficio, contestó seco: "no hay chorizo". Lo dijo con naturalidad, como si hubiéramos pedido una verdura fuera de estación. Quedamos medio shockeados y no se nos ocurrió ningún reemplazo.
¿Cómo no van a tener algo tan popular y simple de cocinar? Sobre todo, cuando la gente busca comer bien por poca plata. La rentabilidad no podía ser baja y el capital de trabajo es mínimo: el precio era de $7.500, con un costo del producto que no llega ni a $800. Es algo fácil de almacenar y tiene mucha demanda. Al rato, el mozo volvió y, en un tono menos hermético, nos dio la explicación que necesitábamos: "vamos a cerrar, acá van a hacer una torre".
No es un hecho aislado lo que vivimos. Es el resultado de políticas públicas orientadas estratégicamente hacia esos objetivos.
Primero, el gobierno arremete contra el poder adquisitivo de sectores medios pisando salarios, destruyendo empleos de calidad y con políticas que alteran los precios relativos en detrimento de la demanda a través la liberalización brusca de precios en rubros de gastos insustituibles que aumentan considerablemente más que la medición oficial de inflación (como en salud, tarifas de servicios públicos, combustibles y alquileres).
De esa forma, consiguieron neutralizar el boom del consumo en rubros distintivos del paisaje urbano nacional, como en este caso del sector gastronómico, asimilando progresivamente el perfil local de consumo al común de las ciudades latinoamericanas que carecen de sectores de ingresos medios nutridos. Sus sociedades son mucho menos integradas, es habitual la existencia de circuitos exclusivos para la clase alta y otros para la clase baja y casi no hay espacios comunes, como los que están depredándose hoy en Argentina. Liquidados estos negocios por el derrumbe de las ventas, las propiedades pueden ser compradas con menor dificultad. Es un primer obstáculo eliminado en favor del negocio inmobiliario.
Neutralizaron el boom del consumo en rubros distintivos del paisaje urbano nacional, como en este caso del sector gastronómico, asimilando progresivamente el perfil local de consumo al común de las ciudades latinoamericanas que carecen de sectores de ingresos medios nutridos.
Un segundo paso necesario para alcanzar los objetivos del gobierno de Milei es exhibir un desconocimiento absoluto del problema distributivo negando terminantemente sus efectos e inclusive, para intentar validar su relato, manipulando las estadísticas oficiales. Desde el oficialismo, repiten hasta el hartazgo que el consumo no cae y atacan a todo aquel que lo insinúe. Ricardo Darín puede dar fe. Los medios de comunicación más influyentes tampoco hacen eco del drama de la gran mayoría de los comercios. No sólo de gastronomía. Es muy difícil encontrar un rubro en los dos últimos años, no vinculado al negocio financiero, de extracción de recursos naturales o de energía, que hoy se salve de la depresión.
Con un estilo más sofisticado que el de Guillermo Moreno, mejor tecnología y blindaje mediático operan sobre el Indec. Lo principal no radica en una medición subestimada de la inflación que, por caso, entre noviembre de 2023 y el mismo mes de 2025 arrojó 18,5 puntos porcentuales menos de aumentos de precios que el IPC de la Ciudad de Buenos Aires. Ahí no está el grueso del ocultamiento del deterioro de los ingresos. El gobierno se concentra en aplicar cambios metodológicos en áreas de impacto en los grandes números de la economía, pero donde, al mismo tiempo, existen dificultades de medición rigurosa. De esa forma, evitan que surjan estudios frecuentes y consistentes que puedan contradecirlos de forma contundente.
Sin embargo, los cambios metodológicos en el cálculo de la evolución de los salarios de los trabajadores informales derivan en resultados grotescos. Esconden el drama social de disminución del consumo e inciden de forma determinante en una virtual disminución de la pobreza.
Según los datos oficiales, la informalidad laboral alcanzó el 43,3% en el tercer trimestre de 2025. No obstante, en base a la medición salarial del Indec, el crecimiento de la informalidad debería entenderse como algo natural y que inclusive debería haber sido considerablemente mayor (en el cuarto trimestre de 2023 era de 41,4%). Esos trabajadores, según las mediciones oficiales, a lo largo de los dos últimos años consiguieron vencer por goleada a la inflación y lograron también aumentos salariales muy superiores a los obtenidos por los trabajadores registrados, tanto del sector público como del privado. Todo eso a pesar de haber tenido que soportar una crisis que incluyó en diciembre de 2023 la segunda mayor devaluación en 35 años y picos históricos de inflación.
Entre octubre de 2023 y el mismo mes de 2025, los asalariados registrados del sector privado tuvieron un incremento salarial promedio del 272%, los del sector público del 215% y, asombrosamente, los trabajadores informales registraron un aumento promedio del 538%, de acuerdo con los datos oficiales. Sí, creer o reventar: el Indec afirma que los trabajadores informales consiguieron más que duplicar la suba de los salarios de los trabajadores formales y que vencieron por 253 puntos a la inflación acumulada en el mismo período (285%). Si fuera cierto el dato, con un mundo de informalidad enorme y creciente, deberíamos estar viviendo una fiesta de consumo masivo como nunca en la historia, jamás un sector social tan representativo tuvo una mejora salarial así de impresionante.
Pero la lamentable realidad es que el consumo y, por ende, la inversión, están deprimidos como lo refleja la calle y los indicadores sectoriales de las cámaras empresarias y de consultoras dedicadas a medir el consumo. La gran diferencia con la época del Indec de Moreno es que esta vergüenza de las estadísticas públicas no se denuncia a viva voz e insistentemente en los grandes medios de comunicación.
Así, por caso, un trabajador informal de la confección textil, uno de los sectores más demandantes de empleo en negro del país y que fue afectado de lleno por la devaluación, la apertura comercial y la baja del consumo, en octubre de 2023, podía tener un ingreso de $290.000 trabajando extenuantes jornadas de 12 horas (el salario promedio en el sector formal del rubro era de $330.000).
El Indec afirma que los trabajadores informales consiguieron más que duplicar la suba de los salarios de los trabajadores formales. Si fuera cierto el dato con un mundo de informalidad enorme y creciente, deberíamos estar viviendo una fiesta de consumo masivo como nunca en la historia, jamás un sector social tan representativo tuvo una mejora salarial así de impresionante.
Si ese monto hubiera sido ajustado por el nivel promedio informado por el Indec, hoy tendría un sueldo de $1.851.450. Con los datos del Indec, ese trabajador tendría hoy un ingreso superior a la mayoría de los empleados formales que tienen una remuneración bruta, en promedio, de $1.797.893, según el último dato disponible de septiembre de 2025 de la Secretaría de Empleo de la Nación. Y comparado con una maestra de escuela pública que en octubre de 2023 ganaba alrededor de $270.000 y hoy recibe $988.000, el ingreso del trabajador informal casi la duplicaría.
Las estadísticas oficiales de la evolución salarial de los empleados informales fueron adulteradas con cambios en la modalidad de extracción de datos de la Encuesta Permanente de Hogares. El Indec agregó ingresos antes no computados, pero que no implican una mejora real del poder de compra de los trabajadores. La irregularidad que la dirección del organismo no corrigió es no haber discontinuado la serie que no contemplaba esos ingresos antes no computados. Así, pudieron generar un falso aumento de los ingresos. No hubo mejoras, sumaron ítems como la tarjeta alimentar, pensiones y programas sociales que antes no contabilizaban y eso permite simular también una drástica reducción de la pobreza.
De esta manera, Milei y Caputo pueden dar entrevistas en medios de comunicación de poco rigor profesional o cómplices de la manipulación estadística y decir sin sonrojarse que sacaron a "13 millones de personas de la pobreza" y que el consumo no cae cuando lo que hacen en realidad es esconder sus políticas de hundimiento de las grandes mayorías para la promoción de determinados grupos de poder.
Por Mariano Kestelboim / LaPoliticaOnline























