







La desigualdad volvió a empeorar en el tercer trimestre de 2025 respecto del período anterior y dejó una nueva señal de deterioro en la distribución del ingreso. El coeficiente de Gini del ingreso per cápita familiar subió a 0,431, frente al nivel del segundo trimestre de 0,424, y la brecha entre los extremos de la pirámide social volvió a ampliarse, según el último informe de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec. El deterioro trimestral contrasta con la comparación interanual, donde la mejora fue mínima, desde 0,435 a 0,431 y no alcanzó para modificar un escenario de alta concentración del ingreso.
El movimiento confirma que la distribución del ingreso sigue siendo extremadamente sensible a la dinámica económica y que cualquier mejora resulta frágil y de corto alcance. En términos concretos, el decil más rico concentró 32,1 por ciento del ingreso total, mientras que el decil más pobre apenas explicó 1,8 por ciento, una relación que resume la persistencia de un patrón distributivo profundamente regresivo.
La brecha entre la mediana del ingreso per cápita familiar del decil 10 y la del decil 1 fue de 13 veces en el tercer trimestre. Si bien el indicador se redujo un punto frente a igual período del año pasado, la comparación con el trimestre anterior muestra que la distancia creció. Los sectores más rezagados continúan muy lejos de los niveles de la cúspide de la distribución.
El ingreso per cápita familiar promedio se ubicó en 634.451 pesos, pero la mediana fue sensiblemente menor, de 463.333 pesos. El informe señala que el 18,8 por ciento de las personas se ubicó por debajo del 50 por ciento de la mediana del ingreso per cápita familiar, un indicador que da cuenta de la persistencia de la pobreza relativa.
La situación se agrava cuando se observa la población con ingresos individuales. Solo el 62,8 por ciento de la población total percibió algún ingreso, mientras que el 37 por ciento restante no registró ingresos propios. Entre quienes sí los tuvieron, el ingreso promedio fue de 993.771 pesos, aunque con fuertes diferencias internas. El estrato bajo, integrado por los primeros cuatro deciles, registró un ingreso promedio de 332.944 pesos, muy lejos de los 2.454.275 pesos del estrato alto. La suma total de ingresos creció 54,2 por ciento interanual en términos nominales, pero ese aumento se concentró mayormente en los deciles superiores.
La brecha de género volvió a ser otro de los datos negativos. El ingreso promedio de los varones alcanzó 1.153.171 pesos, mientras que el de las mujeres fue de 838.924 pesos. En la ocupación principal, la diferencia llegó a 29 por ciento, uno de los niveles más elevados de la serie reciente. Pese al crecimiento nominal de los ingresos, la distancia entre mujeres y varones se amplió frente al trimestre previo.
Entre la población ocupada, el ingreso promedio de la ocupación principal fue de 944.855 pesos y la mediana se ubicó en 800.000 pesos, lo que implica que la mitad de las personas ocupadas ganó menos que ese monto. Los primeros cuatro deciles de trabajadores tuvieron un ingreso promedio de 341.749 pesos, mientras que los deciles 9 y 10 concentraron ingresos promedio superiores a los 2.200.000 pesos. La estructura del mercado laboral continúa mostrando una fuerte segmentación.
La condición de formalidad profundiza aún más estas desigualdades. Entre los asalariados con descuento jubilatorio, el ingreso promedio fue de 1.181.649 pesos, frente a los 571.607 pesos de quienes no realizaron aportes. La diferencia expone que la precarización laboral implica no solo menor protección futura, sino también un castigo inmediato en el nivel de ingresos.
El análisis por hogares refuerza la lectura negativa. Los ingresos laborales explicaron 78,2 por ciento del ingreso total familiar, pero en los deciles más bajos el peso de los ingresos no laborales fue determinante. En el primer decil, el 60,1 por ciento de los ingresos provino de jubilaciones, pensiones o ayudas sociales. Esta dependencia refleja la fragilidad estructural de los hogares de menores recursos.
La relación de dependencia también exhibe una brecha marcada. En promedio, hubo 120 personas no ocupadas cada 100 ocupadas, pero en el decil más bajo esa relación ascendió a 257 no ocupadas por cada 100 ocupadas. La carga económica sobre los hogares pobres es, así, sustancialmente mayor.
Los datos del Indec confirman confirma que la recuperación distributiva sigue siendo débil y altamente inestable.
Por Juan Garriga / P12
























