







“No doy más”, “no puedo dormir”, “no puedo parar de pensar”, “me cuesta salir de mi cabeza”, “estoy muy paranoica”, “el Instagram me hace sentir re mal”, “últimamente estoy quemadísima”, “me siento ahogada, como asfixiada, sin salida”, “¿no sentís que no sos parte de este tiempo?”, “me siento muy desanimada”, “estoy aislada, aunque esté con gente”, “lo que siento es desorientación”. ¿Alguna de estas voces podrían ser la tuya? ¿Encontrás en esta serie de sensaciones anímicas un ambiente común? En mi caso, cuando escuché estas frases las sentí como parte de mí, aunque cueste saberse un pueblo.
Un fantasma de la desvitalización recorre el mundo y lo cierra en sí mismo. Lo que implosiona en nuestros cuerpos es lo que no se puede desplegar en otro territorio vital: el sentido de nuestra vida junta. La crisis en salud mental es el síntoma, pero no la raíz del problema. No creo que hablando sobre salud mental podamos bailar en la oscuridad. ¿El sentido hegemónico para armar vida con otrxs ya no nos representa, pero se impone igual? ¿Nos deja con la sensación y la percepción de que no podemos hacer más nada con lo que está (nos) pasando? ¿Tenemos la posibilidad de diseño y autoría de la vida que queremos con otrxs? ¿Acaso de esto no se tratan nuestras vitalidades y entusiasmos?
Sueño, vigilia e insomnio.
Hay un libro hermoso de la fallecida filósofa y psicoanalista Anne Doufourmantelle: «La inteligencia del sueño» (Noctura Editora, 2024). La autora se pregunta: “¿de dónde viene la inspiración? ¿es de la misma naturaleza que vienen los sueños? ¿Qué peso tienen nuestros sueños ante la tecnificación del mundo, su hostilidad creciente hacia los vivos, sus conquistas, sus apetitos depredadores?” Esa relación tensa entre la imposibilidad del soñar y la vigilia permanente, guarda una conexión con esta sensación de desazón que parece bañar como una neblina la atmósfera compartida.
Freud dice que el sueño es el guardián del dormir. Pero el sueño también es el guardián del vivir. Del poder estar despiertos sin sentir que todo es catástrofe y desolación. O que no hay salida a la vigilia desesperante: el sentido inamovible de las cosas. A que estamos presxs de un destino y un sentido miserables. ¡Las cosas son como son! Perplejidad, asfixia, resignación. La linealidad de la vigilia le hace la guerra a nuestra imaginación.
Flor Monfort, en «Diarios de insomnio» (Bosque Energético, 2025), se pregunta en el desvelo permanente: ¿No dormir es un acto político? Y se contesta en su conversación insomnica: No dormir es permanecer en un estado de alerta vigilante. El insomnio, y aún más: el no poder soñar, revela nuestro desvelo frente a este mundo roto. Revela una ambigüedad sintomática, la tiranía de la vigilia que hace sus grandes esfuerzos para controlar. Y, al mismo tiempo, es el grito de que sin la ensoñación no somos nada.
La tarea de inventar, entre lo terapéutico y lo poético.
“El orden en que funcionan las cosas es arbitrario, pero nos hemos acostumbrado, de tal manera a ese único orden, que ahora parece imposible reparar en que no es natural”. Hace poco tuve un encuentro con Lucrecia Martel. Y con encuentro quiero decir: una experiencia terapéutica y profundamente poética. No es que no hubiera visto sus películas o que no la hubiese escuchado antes, sino que esta vez se produjo un asombro. Una apertura. Una interrupción. Un desvío. En el libro «Un destino común» (Caja Negra, 2025) la cineasta está pensando en el problema de nuestros modos de vida y en nuestro gran problema: la desvitalización.
. ¿Qué impacto tiene en nuestros modos de sentir, en nuestros estados de ánimo? ¿En nuestros modos de percibir la existencia y en las formas de pensar?
Pareciera que hay una única narrativa para poder vivir y narrar nuestras múltiples experiencias de vida. Narrativa hegemónica que asfixia, es la soga al cuello de nuestra desazón, la percepción de que nada podemos hacer. “Hay una sensación de resignación porque no nos vemos en la foto del futuro”. Tenemos la sensación de desapropiación de nuestro destino. Encerradxs y desapropiadxs de nuestro tiempo de vida.
Hay que escuchar qué dicen las voces de nuestros malestares. Voces disonantes, otras, que habitan dentro nuestro. Porque no damos más y porque hay algo que tenemos que aceptar y que ya no da para más. Reinventar el sentido, prácticas y saberes de hoy como deseo o necesidad. Ir a buscar en el balbuceo, en el deshecho, en lo borroneado, el sueño, en el sin sentido de la explicación. Una necesidad que se siente es compartida. Porque yo también insomnica, triste, desorientada, enrarecida, con ráfagas de entusiasmo y vitalidad. Pienso que crear, diseñar, imaginar como terapéutica y poética.
Por Sofía Guggiari * Psicóloga. / La Tecl@ Eñe























