Europa y los Estados Unidos: del soft power al puro y simple bullying
El dilema del control de las redes sociales y de la libertad de expresión en países democráticos se vuelve, sin ninguna duda, mucho más complejo cuando un país que considerabas aliado se convierte en una fuerza hostil, dispuesta a manipular de la manera más burda y directa que existe tu democracia y tus procesos electorales.
Los Estados Unidos siempre han sido un país manipulador. Además de las acciones o amenazas directas a otros países, se han servido del llamado soft power para todas aquellas batallas que consideraban importantes. Definido como la capacidad de un actor político, como por ejemplo un país, para incidir en las acciones o intereses de otros valiéndose de medios culturales e ideológicos, el soft power es algo que a todos los países nos resulta familiar, y más viniendo de los Estados Unidos. Habitualmente se ha expresado a través del cine, de la música, del deporte y de un conjunto de factores generalmente culturales, considerados de poca agresividad en el contexto diplomático, pero muy eficientes a la hora de ofrecer una imagen determinada y situarse en un plano de influencia.
¿Qué ocurre cuando una de las vías más modernas y más claras de expresión de ese soft power, las redes sociales, pasan de ser eso, una forma blanda de influencia, para convertirse en una forma de agresión directa? ¿Cómo puede plantearse un país democrático el control de los contenidos en las redes sociales, cuando estas se convierten en auténtico bullying, en un factor de manipulación constante y completamente fuera de control?
Desde la adquisición de Twitter por Elon Musk y su evolución para convertirse en X, está cada vez más claro que la operación no tenía nada que ver con lo económico – una ruina a todos los efectos – y sí con la construcción de una herramienta de manipulación global al servicio de la ideología de su propietario, que no es otra que la ultraderecha y la evolución de la democracia hacia el caudillismo.
Así, tras ponerla al servicio del desembarco de Donald Trump en la Casa Blanca, ahora X se ha convertido, a través de las actualizaciones y acciones de su dueño, en una fuerza destinada a influir en el panorama político europeo, en forma de una injerencia tan agresiva e inaceptable que está poniendo en solfa la relación ya no entre los países europeos y la red social, sino con el propio gobierno de los Estados Unidos, del que Musk forma parte destacada.
Que un ciudadano de otro país tenga sus ideas sobre lo que deben hacer los políticos en el tuyo es algo razonablemente inofensivo, aunque cuando se produce frecuentemente se suele considerar una intromisión. Que ese ciudadano, además, sea el hombre más rico del mundo, disponga de uno de los altavoces más grandes del mundo y decida, por ejemplo, que el primer ministro británico, Keir Starmer, debe irse y dejar paso a políticos mucho más conservadores, o se dedique a potenciar y exaltar a un partido de extrema derecha como AfD en Alemania, apareciendo exaltado en sus mítines como si fuera un político más, es algo que escandaliza incluso a norteamericanos como Bill Gates, y que genera situaciones verdaderamente difíciles de manejar por la diplomacia tradicional.
Cuando tu supuesto aliado se dedica, en actitud claramente amenazante, a plantearte políticas arancelarias agresivas, a hablar abiertamente de la anexión de partes de tu territorio y a manipular mediante acciones directas tus procesos democráticos, saltándose las reglas de financiación electoral y generando herramientas de distorsión de los mensajes, tienes que plantearte, en primer lugar, que ese aliado no lo era tanto, y que ha pasado de utilizar ese llamado soft power, razonablemente aceptable, para convertirse directamente en un bully que considera tu país como una basura y que lo único que quiere es que te pongas a su entera disposición, simplemente porque «America First».
Por otro lado, y desde un punto de vista tecnológico, ¿cuál es la solución? ¿Debe la Unión Europea plantearse el problema como han hecho otros países, incluso los mismos Estados Unidos, decidir que esa injerencia es inaceptable y tomar medidas contra la red social en cuestión? ¿Deberían las autoridades europeas plantearse la prohibición de X, excluyéndola de las plataformas de aplicaciones y bloqueando su tráfico, por haberse convertido en una amenaza para sus democracias? En principio, bloquear una red social radicada en un país tradicionalmente considerado aliado no tendría demasiado sentido, pero ¿qué ocurre cuando esa red social ya no es propiedad de un particular, sino de un destacado miembro de su gobierno, y se está dedicando a interferir de manera inaceptable y constante en las políticas de tu país? ¿No es un escenario similar, o incluso peor por su nivel de intensidad, a lo que hace Rusia con herramientas de propaganda como RT? Si RT es calificada como herramienta de manipulación, ¿no debe serlo una X convertida en lo que es ahora?
¿No debería la actitud de un miembro del gobierno de los Estados Unidos como Elon Musk, unida a la de un impresentable presidente dado al matonismo más absoluto, suponer el replanteamiento de todas las relaciones bilaterales que tradicionalmente unían a ambos bloques? Con aliados así, ¿quién diablos necesita enemigos?
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