Autoritarismo neocolonial

Actualidad23 de diciembre de 2024
Autoritarismo-neocolonial

El periodista Claudio Jacquelin escribió en el diario La Nación, el 19 de diciembre, una nota titulada “Milei va por todo, aunque haga ruido”. Allí sostiene que “el Gobierno avanza hacia el control de casi todas las áreas más sensibles del Estado, se prepara para hacer un avance decisivo sobre la Corte, trabaja para terminar de atenazar a PRO y busca seguir agrietando al peronismo”.

Una afirmación tan triunfalista en relación al mileísmo presenta dos desafíos: verificar que las afirmaciones de la nota sean ciertas, y confrontar esa visión con la realidad de que estamos frente a uno de los gobiernos más dañinos, empobrecedores y autoritarios de la historia argentina.

Por la destrucción consciente y entusiasta de seres humanos, y por la generación de una deuda de la cual no pudimos salir, quizás la dictadura cívico-militar se lleva las palmas de los gobiernos más siniestros de nuestra historia.

El menemismo también sube al podio, por el desmantelamiento del Estado Nacional, la extranjerización de la economía y la creación de una masa enorme de compatriotas descartados que hasta hoy no pudo ser rescatada de lo que les hicieron.

Pero este gobierno lleva sólo un año, y sus intenciones, alineadas con sus acciones, nos conducen hacia la profundización de la pobreza –ahora penetrando en vastos sectores medios–, el desperdicio de una oportunidad nacional de desarrollo integrado –al rifar los recursos naturales– y la degradación de las instituciones democráticas y de las capacidades nacionales, con el objetivo de sumirnos en un cuadro de impotencia colectiva para resolver los problemas estructurales. 

No hay lugar para los tibios

En esta semana, el dólar blue se despertó repentinamente, pegó un salto considerable, amplió la brecha con el dólar oficial, y el gobierno debió emplear munición pesada para volverlo a una supuesta tranquilidad. Dólar e inflación son las dos variables con las que el gobierno decretó su propio éxito imbatible en la economía.

Mientras desde el oficialismo trataban de diluir el impacto público de la detención del ex senador Edgardo Kueider y las revelaciones sobre las decenas de propiedades inmobiliarias del jefe del bloque del PRO, Cristian Ritondo, la Gendarmería asesinó a un pasador de hojas de coca en Salta y se supo que Diego Kravetz, actual subsecretario de la SIDE, fue filmado en octubre pegándole a un menor detenido e indefenso. Ninguna de estas barbaridades podría pasar livianamente en un país con valores democráticos y republicanos, si no hubiera un formidable estado de colaboración política entre la mayor parte del periodismo y el actual gobierno libertario.

Las tensiones entre las libertades democráticas, el papel del periodismo y el programa de concentración económica y exclusión social en marcha son evidentes.

Recientemente el periodista Ernesto Tenembaum, opositor al gobierno de Javier Milei por sus prácticas políticas autoritarias, se preguntaba cómo se conciliaba eso con el “éxito económico” de su gestión. En ese sentido, implícitamente aceptaba una versión de la economía que no sólo no toma en cuenta el bienestar de la población como indicador económico central, sino que además no considera lo muy malo que está ocurriendo en la parte real de la economía, aquella que registra una fuerte contracción de la producción de bienes y servicios.

No hay cómo considerar que este modelo mileísta puede tener éxito, si no se ha adoptado previamente la mirada extraordinariamente sesgada –y hay que decirlo: hegemónica– del capital financiero y los sectores más concentrados, que están totalmente jugados con este gobierno para obtener rentas inmodificables en el futuro. Nada más les importa.

Un admirador más entusiasta de la política económica mileísta y fervoroso odiador del kirchnerismo, Marcelo Longobardi, también disiente con lo que a él le toca del autoritarismo gubernamental. Esta semana fue despedido de la derechista Radio Rivadavia, por presiones del gobierno. Longobardi, que se autopercibe como liberal, no considera ni remotamente el carácter anti-democrático de la concentración económica en marcha, destructora de los famosos sectores medios y de miles de pequeñas empresas industriales, comerciales y de servicios. No podemos dejar de recordar que en pleno gobierno de Alberto Fernández, Longobardi, desde los micrófonos que tenía a su disposición, especuló en tono circunspecto con la necesidad de un “reformateo autoritario de la Argentina”. A veces los profetas no son reconocidos.

Para los liberales que no militan en el actual gobierno, el reino de la economía está escindido de las buenas intenciones democráticas. Lo que hace Milei en economía está bien, pero el autoritarismo –contra los no kirchneristas– está mal. La economía sería, en ese mundo escindido, una cuestión neutral, técnica, desvinculada de la configuración democrática de la sociedad.

Mejor es que el propio Milei les aclare el panorama.

Milei y las ficciones políticas liberales

Milei habló el 4 de diciembre en la reunión de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), en Buenos Aires. Se trató de un evento que convocó a políticos reaccionarios de diversos lugares del mundo que se quieren diferenciar de la derecha neoliberal-democrática, un poco chamuscada por los fracasos de la globalización neoliberal realmente existente.

Lo que expresó allí Milei es muy útil para entender su posicionamiento, el de su gobierno, el de la fuerza política que está intentando construir, y el tipo de clima político que intenta instalar entre el nuevo público que se acerca a su formación política.

Vale la pena señalar que estos son debates que se vienen dando dentro de la derecha argentina, que Milei los hace públicos, y que rompen con la línea discursiva de la derecha que se escondía detrás de los supuestos valores de la democracia y de la república para atacar a los gobiernos populares y construir un discurso hegemónico validado desde los centros de poder globales.

Pues bien, Milei da por finalizada la farsa, en función de sus “ideales” superiores. El dirá “la libertad y la propiedad” por arriba de todas las “formalidades”, y nosotros diremos, con menos eufemismos, las mega-ganancias corporativas por encima de cualquier consideración social.

En uno de sus primeros párrafos, el mandatario argentino señaló: “No alcanza, cómo pasó (en) los ‘90 con gestionar bien, no alcanza con organizarse políticamente, es necesario también dar la batalla cultural”.

Ignora que en los ‘90 la derecha corporativa logró un nivel de control político-ideológico impresionante sobre el sistema de partidos y sobre buena parte de la población. Lo que voló por el aire en 2001 fue esa supuesta “buena gestión económica”, estallido que abrió un espacio público que permitió cuestionar a las bases del modelo rentístico-financiero.

Revisando y elogiando a su propia fórmula para el éxito en la política, señaló: “De hecho yo puse en práctica otro manual, con otras fórmulas, quizás no tan profesionales ni tan políticamente correctas. No prometen prosperidad a cambio de nada, como indican los libros de política tradicional; tampoco son las fórmulas del liberalismo derrotista, que cree que con enfocarse la economía alcanza para mantener a raya a la izquierda”. La alusión al liberalismo derrotista es la referencia al macrismo, y la demanda mileísta de una supuesta “batalla cultural” –que sólo él está dispuesto a dar– para complementar el supuesto “éxito económico”. Si bien el macrismo fue un fiasco dirigiendo la economía, no podría decirse que perdió la batalla cultural, ya que logró recibir el 40% de los votos luego de una pésima gestión.

Dijo Milei: “A diferencia de la economía, la política sí es un juego de suma cero. Esto quiere decir que los espacios de poder que no ocupamos nosotros, los ocupa el adversario. Es decir los ocupa la izquierda. Por eso debemos ser decididos y ser prácticos, no hay que tenerle asco a ejercer el poder, hay que usar las armas del enemigo, políticamente hablando no podemos seguir usando mosquetes en la era de los drones. En la batalla cultural ellos establecieron las reglas y nosotros tenemos no sólo que estar a la altura, tenemos que superarlos”.

Milei cree que hay un juego de suma cero entre el “campo de la libertad” y la izquierda, y considera que sería la izquierda la que maneja el campo de la cultura… Pero ¿a qué se refiere? Vivimos en una sociedad carcomida por el individualismo, los valores consumistas, el status y la superficialidad, la indiferencia por el destino colectivo y el desinterés por el medio ambiente: ¿serían esos los valores de la izquierda? Milei se está refiriendo, en realidad, a los valores liberales-democráticos básicos, que admiten el pluralismo de ideas y la necesidad de que el sistema político procese diversos intereses incluyendo elementos de protección social para las mayorías. Milei evidentemente incluye como expresiones del triunfo “cultural” de la izquierda a las instituciones democráticas tradicionales, que deberían ser removidas si él triunfa en la batalla cultural.

De vuelta, embiste contra la izquierda en una batalla frontal: “Política, esto se trata de poder, poder. Y si no lo tenemos nosotros, lo tienen los zurdos de mierda (sic). En este sentido, por creer que los liberales no somos manadas, muchos han caído en la trampa de no organizarse. Se pretendía combatir un ejército bien aceitado con un agregado anárquico de librepensadores. Creían que eso era ser liberales. Lo único que se logró con eso es un sinfín de derrotas dignas, para que los liberales de café tengan la conciencia tranquila”. Desconocemos cuál es la idea de organización que habita en el espacio mileísta, pero el macrismo no fue un “agregado anárquico de librepensadores” idealistas, sino más bien una organización muy articulada y financiada, muy estructurada en torno a un liderazgo, que no despreció utilizar mecanismos mafiosos, con capacidad de amenaza y coacción, negocios que se desplegaban, jueces, servicios de inteligencia y medios que trabajaban coordinadamente a destajo, y apoyos de diversa índole de potencias extranjeras. Milei inventa una ficción de un pasado “ingenuo” de los liberales para convalidar vaya a saber qué fantasía de construcción de “brazos armados”.

Milei se enfurece frente a la izquierda: “No se puede levantar la bandera blanca frente a la izquierda. Intentar apaciguarla no es una opción (…) Por eso no hay lugar a quienes reclaman consenso, formas y buenos modales. Las formas son medios: se las evalúa según su efectividad para alcanzar determinados fines. Y hoy someternos a la exigencia de las formas es levantar una bandera blanca frente a un enemigo inclemente. El fuego se combate con fuego y si nos acusan de violentos les recuerdo que nosotros somos la reacción a 100 años de atropello”. A esta altura, parece claro que no se está refiriendo ni al FIT ni al Partido Comunista, que no parecen estar en condiciones de ser un “enemigo inclemente”, ni tampoco al peronismo, uno de cuyos candidatos hoy forma parte del gabinete mileísta. ¿A quién se refiere en estas ensoñaciones guerreristas? Los 100 años de atropellos, seguramente los autores del discurso los tomaron de la historia de China, y los aplicaron imaginativamente a la historia argentina.

Y vuelve contra los liberales “moderados”: “Entonces esa defensa tan férrea de las formas, cuando ustedes del otro lado tienen neandertales, con perdón de los neandertales, no se pelea de esa manera. Si ustedes le van con las buenas formitas, ¿qué va a pasar? Los van a pasar por arriba. Nosotros no nos vamos a dejar pasar por arriba por los neandertales”. El primer magistrado alucina oposiciones que infelizmente no existen, probablemente para justificar la violencia que sí existe en su cabeza, y también en la lógica social del proyecto que encabeza.

Milei ningunea toda la batalla cultural real, formativa y deformativa, concretada desde que se inició el ciclo democrático actual, por el poder económico concentrado y los medios que participan en ese proyecto. Para él esa batalla nació ahora, cuando él llegó a la política: “Dar la batalla cultural desde el poder no sólo es recomendable, sino que es una obligación. Eso ya ocupa todos los lugares de influencia, pero nosotros también ya empezamos a ganarnos algunos espacios. Por eso debemos aprovecharlos, porque las ideas lamentablemente no ganan por mérito propio, deben ser promovidas activamente, la izquierda es la prueba de que las ideas más terribles pueden triunfar culturalmente si tienen un buen marketing. Imaginen cuánto tenemos por ganar nosotros que tenemos ideas que sí funcionan”.

Aquí hay una tensión entre cierta subjetividad burguesa tradicional, encarnada en partidos como el PRO, la UCR o la Coalición Cívica, y cierta subjetividad radicalizada e intolerante que pretende entronizar Milei como nuevo patrón de comportamiento colectivo. Dicho sea de paso: qué importante sería que las ideas de igualdad y fraternidad fueran comunicadas en forma efectiva, actualizada, considerando el mundo de los receptores de 2025. Pero por ahora, viene ocurriendo todo lo contrario de lo que sostiene la diatriba mileísta, que considera a “los zurdos” ganadores de la batalla cultural.

Quizás preparando los argumentos electorales para el año que viene, y una eventual confrontación con el macrismo, o con una nueva formación centrista, Milei dijo: “La única forma de combatir al socialismo es desde la derecha. El extremo centro, sus posiciones y sus herramientas son siempre en todo lugar funcionales a la izquierda criminal. Es decir, todos aquellos tibios que quieren ir por el medio, lo único que hacen es regalarle terreno a la izquierda, y a la izquierda no se le puede dar un milímetro. Nosotros somos escépticos del consenso, somos escépticos del diálogo, porque no nos interesa continuar con los famosos consensos de la política, que no son más que pactos para seguir viviendo eternamente del pagador de impuestos. Hemos venido a romper con todos esos mal llamados consensos”. A sus seguidores que se pretenden democráticos, no les deja ni una miguita de la cual agarrarse.

La furia ahora continúa hacia el odiado centro: “Porque sosteniendo todo ese armado como cómplices aparentemente inocentes se encuentran los partidos del centro (…) Son quienes la legitiman desde su postura de conciliación y moderación. Son quienes se presentan como el justo medio entre los extremos peligrosos, pero siempre son los primeros en apoyar el aborto, el ambientalismo radical, el feminismo radical y todas las agendas del socialismo globalista”. Confirma aquí su alineamiento trumpista, su odio a lo woke proveniente del ideólogo norteamericano de la derecha radical Steve Bannon, y su primitivismo ante el ambientalismo y el feminismo. Hasta copia ese cliché trumpista de ponerle “radical” a todo lo que no lo gusta para transformarlo en extremista y, quizás, terrorista.

Unos párrafos después sostuvo sobre el despreciado centro: “Y son los mismos que amparados en la supuesta moderación han bloqueado muchas de nuestras reformas junto al kirchnerismo. Es decir, estos moderados son los mismos que habilitaron atrocidades que hizo el kirchnerismo. Lo que quiero decir con esto es que más allá de cuestiones estéticas y aspectos superficiales a la larga el extremo centro se manifiesta como lo que es: funcional a la izquierda criminal”. Milei, en su furia imparable, funde al kirchnerismo con la “izquierda criminal”. Esa “izquierda criminal” y los centristas serían un cuerpo único que bloquea las reformas que trajo Milei.

Conviene a esta altura recordar dos cosas:

  1. Las reformas no son de Milei, ni de Sturzenegger, ni de los estudios jurídicos en las que se redactaron bastante antes de que Milei soñara con la presidencia. Son las reformas del gran capital, que iban a ser implementadas por Bullrich si ganaba o por Milei. En la vaciada democracia argentina, ese era el verdadero programa de gobierno de toda la derecha. Aunque del 55% que votó a LLA muy pocos supieran de la existencia de tal programa real.
  2. La verdad es que el no-mileísmo hizo mucho, por acción, venta u omisión, para que buena parte de la reforma saliera, y la sigue convalidando todos los días con su falta de energía para bloquear en serio la tarea de destrucción nacional que se comete constantemente desde el Poder Ejecutivo.
     

Precisiones hacia adelante

¿Son importantes los discursos de Milei? Sí y no.

Por un lado generan una preocupación legítima: la prédica autoritaria del mileísmo no deja espacio para la negociación, ni para el diálogo, ni para una deliberación sensata, porque para él, la izquierda –en un sentido amplísimo– es criminal, y los del medio trabajan para la izquierda. Milei enuncia y difunde la visión autoritaria del capital, sin filtros, que en la actual etapa está incómodo con las viejas tradiciones democráticas a las que vive como estorbo para los grandes negocios que tiene urgencia por apropiarse.

Por otra parte, sus discursos son parte de un charlataneo triunfalista alucinado que sólo tendría sentido si se asentara en una realidad económica y social consolidada. Eso no ha ocurrido, y hay numerosos obstáculos en el camino de la fantasía hegemónica mileísta.

La batalla cultural, inspirada en las lecciones que el comunista italiano Antonio Gramsci dejó en sus escritos de la cárcel mussoliniana, poco tiene que ver con lo que anida en el afiebrado imaginario mileísta. Allí más bien habita la idea de la persecución ideológica, del lavado de cerebro colectivo a través de los medios electrónicos y la desinformación, de la eliminación del pluralismo político y de ideas, y del cierre de todos los caminos fértiles para el pensamiento crítico.

Que el mileísmo sea una banda de gente con muy poca formación cultural, y poquísimo nivel intelectual y humano, es una tragedia para el país.

Pero aporta una pequeña ventaja: son capaces de realizar las más claras confesiones, atribuyéndolas a su enemigo imaginario, la izquierda. Milei es un caso –de manual– de lo que el psicoanálisis denomina proyección.

Aquí van las palabras del discurso de Milei que reflejan exactamente cómo piensa la cúpula mileísta.

“Tenemos que ser conscientes de que ellos (los “zurdos”) no actúan desde la buena fe, sino desde una ambición criminal por el poder. Prefieren que el país colapse antes de ver que prospere sin ellos, prefieren reinar en el infierno que servir en el cielo y si tienen que transformar el cielo en el infierno para mantenerse en el poder, lo van a hacer”.

Sepa el arco político democrático tomar nota de la calaña ideológica de estos personajes, cuya violencia manifiesta sólo está en función de las necesidades políticas del capital concentrado local e internacional. Es una violencia autoritaria desatada para impedir cualquier tipo de proyecto colectivo de lxs argentinxs. Hoy esta gente controla al Estado en la Argentina.

Y luego de tomar nota, de comprender cabalmente el problema en el que estamos, las fuerzas democráticas tienen que ponerse en acción. La eficacia política hoy importa más que nunca.

Por Ricardo Aronskind / El Cohete

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