La maldición del apellido Hemingway: siete suicidios, enfermedades mentales, abusos sexuales y alcohol

Historia03 de septiembre de 2024
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Tenía 61 años, infinitas aventuras corridas, heridas en cada centímetro de su cuerpo y varios premios literarios cuando, la madrugada del domingo 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway -el escritor de El viejo y el mar, Adiós a las armas y Por quién doblan las campanas- bajó sin hacer ruido al sótano de su casa para elegir el arma. Tomó su escopeta preferida, una Boss calibre .12, y subió los escalones hacia el hall de entrada. La cargó con dos balas, apoyó la culata contra el piso y acomodó su boca como en un beso final rodeando el caño. Apretó el gatillo y, tal cual él sabía que ocurriría, el plomo emergió con una explosión surcando su carne y generando un revoltijo celular en su cerebro.

Estaba en la casa que había comprado en Ketchum, Idaho, un año antes y esto era lo que deseaba desde hacía mucho.

Fin para Ernest.

No era el primer suicidio de la familia. Ni sería el último.

Por supuesto, como era costumbre de la época, a sus nietas, las hijas de su hijo mayor Jack Hemingway, no les dijeron la verdad hasta muchísimos años después. Hablaron de un “un accidente fatal” mientras el célebre autor limpiaba el arma. Entierro y gloria. ¡Después de todo Ernest había estado a punto de morir tantas veces! Bajo bombardeos alemanes cuando manejaba ambulancias durante la Primera Guerra Mundial; cuando fue herido por fuego de mortero en el frente y cuando recibió fuego de metralla en ambas piernas en Italia; dos veces más en accidentes aéreos durante safaris por el continente africano; choques de autos varios; incendios y hasta la caída de un tragaluz de hierro y vidrio sobre su cabeza. A Ernest no le resultaba nada fácil morir. Por eso, cuando su mente se nubló una vez más, tomó el asunto en sus experimentadas manos de cazador.

Sus descendientes más jóvenes no supieron por mucho tiempo del gen de la desolación que recorría las entrañas de los Hemingway a pesar de las cosechas de éxitos. Ni del tráfico de dolores esos apretados dentro del pecho que pronto sentirían.

El monstruo empapado de ginebra
Ernest vivió miles de vida en seis décadas. Estuvo en todos los frentes y desafió todos los límites. Escribió sin pausa sobre la vida, la guerra, la condición humana y la muerte. Quería revolucionar la forma de escribir y lo logró atrapando al público de manera masiva.

Nació el 21 de julio del último año del siglo XIX, en Illinois, Estados Unidos. Su padre Clarence era médico y su madre Grace, profesora de música. Fue el cuarto de cinco hijos y, como en esa época era costumbre vestir a los pequeños sin diferencia de género, anduvo por su infancia vestido igual que su hermana Marcelline. Ropa con mucho adorno y el pelo bien largo. Ernest odió esta costumbre desde el comienzo y a su madre por perpetuarla. Además Grace insistía, aumentando su rencor, en que tocara el violoncello. Nada aburría más al pequeño aventurero. En cambio, con su padre, sí que se sentía a gusto. Desde los 4 años Clarence lo llevaba a cazar, pescar y acampar entre bosques y lagos. Los desafíos de la naturaleza y los deportes, sobre todo el boxeo, era lo que atrapaba su mente y cuerpo inquietos.

Al terminar el secundario, Ernest comenzó a trabajar como reportero para un diario. Quiso alistarse en el ejército para servir en la Primera Guerra Mundial, pero su gran miopía lo dejó fuera. Insistió y logró convertirse en conductor de ambulancias. Así fue que llegó al frente italiano donde fue herido por un mortero. Aun así logró rescatar a un soldado lo que le hizo ganar una medalla de plata. Poco tiempo después, volvió a ser alcanzado por fuego de metralla en ambas piernas y debieron operarlo de urgencia. Terminó pasando seis meses en un hospital sin saber si perdería o no sus extremidades.

En 1919 fue enviado de regreso a su casa para poder recuperarse.

Siguió trabajando como periodista y se lanzó a escribir de manera independiente. Dos años después de haber vuelto del frente de batalla se casó por primera vez. La elegida fue Hadley Richardson, una mujer ocho años mayor que él y cuyo padre comerciante se había suicidado por problemas económicos en 1903. Un dato no menor para sumar al ADN de esta familia tan especial. La pareja se mudó a París donde Ernest continuó con sus trabajos como corresponsal. En esa ciudad vivían los personajes más interesantes del momento. Se codeó con Picasso, Joan Miró, Gertrude Stein, James Joyce, Ezra Pound y Juan Gris. Fue durante un traslado temporal a Toronto que, en 1923, nació su hijo mayor John “Jack” Hemingway. Con los años él sería su gran compañero de andanzas tanto en la pesca con mosca como en los abusos con el alcohol. La familia de tres volvió a París y Ernest continuó escribiendo y cubriendo guerras. Empezó con sus relatos cortos y se apasionó por las corridas de toros en Pamplona. Fue en este tiempo que comenzó a garabatear su primera gran novela: Fiesta. Su intensidad como escritor se desarrollaba a la par que la relación con Hadley se desmoronaba.

En 1927 ella descubrió los deslices pasionales de su marido con Pauline Pfeiffer y le pidió el divorcio.

Cuatro meses después de concretada la separación, el escritor se casó con Pauline y abandonó el protestantismo para adoptar el catolicismo. Quería darle el gusto a su nueva familia política.

En 1928 nació el segundo hijo de Ernest: Patrick. Pocos días después de esa alegría vino la devastación: recibió un telegrama donde le informaron que su padre Clarence, de 57 años, se había suicidado por sus dificultades financieras. Había usado un revólver Smith & Wesson calibre 32. Ernest le había prometido ayudarlo con los problemas de dinero, pero no llegó a tiempo. Recordó a su ex suegro también suicidado y pensó en el dolor de Hadley y se dijo: “Probablemente me iré de la misma manera”.

El 12 de noviembre de 1931 nació su tercer hijo: Gregory Hancock. Esperaban una niña, pero fue niño. Como una ironía del destino, durante la infancia, el pequeño empezaría a usar ropa de su madrastra Mary Welsh (la cuarta esposa de su padre) para disfrazarse de mujer: medias, polleras, blusas y pañuelos. La que contó lo que ocurría fue su niñera y se armó el escándalo. Ernest, que estaba obsesionado con su imagen de hombre invencible y rudo, no lo tomó nada bien. En la adolescencia de su hijo le llegó a escribir que era un “delincuente adolescente”, una persona “incapaz de comportarse como un hombre”. Quedó clarísimo que el mayor era su compinche y el menor su gran desilusión. Gregory le respondió furioso: “Monstruo abusivo empapado en ginebra”, “mierda egocéntrica”, “morirás sin que nadie te llore y, básicamente, sin que nadie te quiera a no ser que cambies”. Muchísimos años después, ya cumplidos sus 63 años, Gregory se sometió a una operación de cambio de sexo y se transformó para siempre en Gloria. Ya no estaba la mirada de su severo padre para juzgarlo. De todas formas no conquistó la felicidad, enfrentaba brotes maníacos depresivos y repetía que su madre nunca lo había alzado ni querido lo suficiente. A pesar de su elección sexual, llegó a tener siete hijos de tres mujeres distintas.

Cuando el cuerpo se vuelve insoportable
Volvamos a Ernest, quien con sus hijos pequeños, se dedicó a seguir viajando y saltando de aventura en aventura. África, Cuba, Europa y sus adorados cayos de la Florida donde no solo cosechaba accidentes casi fatales sino también enfermedades como una disentería amebiana que estuvo a punto de liquidarlo.

En 1934 Ernest compró un barco: quería navegar a sus anchas por el Mar Caribe. En el 37 comenzó a cubrir como periodista la Guerra Civil Española. Fue entonces que su pareja con Pauline sucumbió.

En 1940 se casó por tercera vez con la periodista y escritora Martha Gellhorn a quién había conocido en Cayo Hueso. Con ella compró una propiedad en Cuba a la que llamaron Finca Vigía, unos 61 mil metros cuadrados a 24 kilómetros de La Habana. Pasaban allí mucho tiempo. Fue en esta época con Martha que él escribió su novela más famosa, Por quién doblan las campanas.

Su vida seguía a la velocidad crucero de un misil. Estuvo presente en el desembarco en Normandía en junio de 1944. El 25 de agosto del mismo año estuvo durante la liberación de París. Poco después fue internado por neumonía.

Estaba temporalmente en Londres cuando Ernest se topó con otra periodista: la corresponsal de la revista Time, Mary Welsh. Se enamoró inmediatamente. Martha viajó a Gran Bretaña para intentar reconquistarlo, pero al llegar lo encontró internado por un accidente de auto. Terminaron a los gritos.

Una vez liberado de Martha, Ernest le pidió casamiento a Mary en la tercera cita. Fue el cuarto y último matrimonio para el escritor.

En 1947 fue galardonado con una Estrella de Bronce por su coraje durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1948 viajó con su esposa Mary al festival de Venecia donde se enamoró platónicamente de una joven de 19 años llamada Adriana Ivancich e inspiradísimo escribió una novela. No recibió buenas críticas y eso lo enfureció tanto que, en solamente ocho semanas, hizo el borrador de otra de sus obras: El viejo y el mar. Esta vez dio lo máximo que podía dar. En mayo de 1953 recibió por este libro el Premio Pulitzer.

Su hijo Patrick (25) ya estaba viviendo en Tanzania, África, cuando él y Mary tuvieron dos graves accidentes aéreos en ese continente. El primero fue en un vuelo que tomaron para ir a sacar fotos de las cascadas Murchison. La nave se cruzó con una bandada de aves y en la maniobra para para evitarla chocó con un poste abandonado. El aterrizaje fue brusco y de emergencia, a cinco kilómetros del destino a donde iban. El escritor se golpeó muy fuerte la cabeza. Tuvieron que pasar la noche en el lugar y encender una fogata. Cuando fueron avistados a la mañana siguiente los condujeron a tomar otro avión para ir a un hospital. Por increíble que parezca el nuevo aparato no consiguió despegar y se estrelló en medio de una bola de fuego. Esta vez sí tuvieron heridas graves. Lograron escapar rompiendo las ventanas y el escritor tuvo una nueva conmoción cerebral. Sumado a eso perdió temporalmente la visión de un ojo y la audición; sufrió quemaduras de primer grado en cara brazos y cabeza; tuvo algunas vértebras aplastadas y desgarros de hígado, riñón y bazo. Ya para entonces el primer accidente había llegado a los medios y quienes cubrían el caso los habían dado por muertos. La noticia del fallecimiento de la pareja salió en los titulares de todos los diarios, pero Hemingway en persona se encargó de desmentirlo: había sobrevivido a dos catástrofes aéreas consecutivas. La revista que le había encargado el artículo inicial terminó pagándole tres veces más por el relato en exclusiva de los accidentes que había protagonizado.

 Hemingway y Welsh fueron dados por muertos en un accidente aéreo en Africa. Ambos sobrevivieron
Treinta días después, en un incendio en Mombasa, Kenya, estuvo cerca de morir nuevamente. Mientras ayudaba a apagar el fuego cayó dentro de las llamas y se quemó las piernas, el torso, parte de la cara y de las manos.

Su aumento de peso, sus constantes problemas de ánimo, su presión alta y una diabetes galopante se sumaron a los tremendos dolores que le provocaban las secuelas de sus heridas de guerra y de los accidentes sufridos. Vivir dentro de su cuerpo era insoportable. Esto despertaba en Ernest accesos de ira. El alcohol se volvió la salida más fácil.

En 1954 recibió el Premio Nobel de Literatura. Ernest salió a decir que había escritores mejores que él como Bernard Berenson, Isak Dineses o Carl Sandburg. Llegó a preguntarse si sus infinitas “muertes” y obituarios anticipatorios no habían sido los impulsores de semejante premio y pensó en mandarlos literalmente “al carajo”. Al final, aceptó el galardón, pero no pudo viajar para recibirlo porque estuvo en cama hasta 1956.

Mientras escribía su autobiografía, París era una fiesta, Ernest cayó en otra severa depresión.

El opaco límite entre la paranoia y la realidad
En 1959 compró una casa que tenía una bella vista al río Big Wood, en las afueras de Ketchum, Idaho. Ese mismo año se enteró de que Fidel Castro pretendía expropiar las propiedades de los norteamericanos en la isla cubana.

En julio de 1960 él y Mary dejaron Cuba después de depositar sus obras de arte y manuscritos en la bóveda de un banco de La Habana. Ya no volvería nunca.

Instalado en Ketchum empezó con la paranoia de que el FBI lo estaba vigilando. Durante ese año recibió quince sesiones de electroshock en la Clínica Mayo para tratar sus problemas mentales.

Muchos años después, en 1980, se reveló que lo del FBI no había sido fruto de su imaginación. Era cierto. Aunque los pormenores no se supieron hubo versiones de que había sido colaborador de la agencia por lo que algunos creyeron que podría haber sido empujado al suicidio. Lo único que es totalmente cierto es que estaba muy enfermo tanto física como mentalmente.

Ernest Hemngway era aficionado a las armas: se suicidó con un disparo de escopeta
Ernest parecía ser resistente a todo. Salvo a él mismo y a sus disturbios mentales. Algunos sostuvieron que el escritor padecía trastorno bipolar; otros, culparon de todo a sus recurrentes traumatismos y conmociones cerebrales.

En enero de 1961 le dieron el alta. Al tiempo su Finca Vigía y su colección de libros fueron expropiadas por el gobierno cubano. Un día de abril de 1961 su mujer Mary lo encontró sentado en la cocina de su casa con una escopeta entre las manos. Preludio de la fatalidad. Lo sedaron e internaron donde le dieron más terapia electroconvulsiva. Una tortura.

Volvió a salir el 30 de junio. Era un fantasma sin ningún apego a la vida. La madrugada del 2 de julio terminó lo que hacía tiempo quería.

Más despedidas y las nietas de Ernest
Años después de Ernest también se suicidaron sus hermanos Úrsula, en 1966, y Leicester, en 1982. El 1 de octubre de 2001 su hija transexual Gloria (69) murió en circunstancias no del todo esclarecidas dentro del correccional de mujeres de Miami Dade. Estaba detenido por exhibicionismo y esperando una audiencia. Si bien se dijo que había sido como resultado de problemas cardiovasculares, algunas fuentes sostuvieron que, en realidad, había sido un suicidio. En todo caso, nada nuevo en la familia Hemingway.

Se supo con el tiempo que tanto Clarence como Ernest sufrían una rara enfermedad llamada hemocromatosis (o también llamado “el mal celta”) donde hay un aumento de la absorción de hierro que se deposita en hígado, páncreas y corazón. Es una enfermedad hereditaria y que, según los especialistas, podría estar ligada con la depresión familiar que experimentaron los Hemingway.

Pero ahora retornemos a Jack, el hijo mayor de Ernest, quien al revés de su padre tuvo tres hijas mujeres con Byra Louise “Puck” Whittlesey, con quien se casó en 1949.

Las tres chicas resultaron de una belleza impactante. Joan “Muffet” nació en 1950; Margaux en 1954 y Mariel en 1961. Altísimas y con una sonrisa ancha como para comerse el mundo, eran portadoras de un apellido ilustre y las nietas del premio Nobel de Literatura y ganador de un Pulitzer. Nada menos. Dos de ellas, Margaux y Mariel, heredaron también su particular mandíbula cuadrada.

Pero, a veces, todo no alcanza. Ni la fortuna, ni las luces, ni los aplausos son suficientes para acallar angustias y tapar miserias. Ya veremos.

Jack era un aventurero que pasó primero por el ejército norteamericano y, luego, se convirtió en corredor de bolsa. Como su padre Ernest, resultó un entusiasta de la pesca con mosca y, lamentablemente, también fue un fanático por las bebidas alcohólicas. Su familia fue creciendo, por sus excesos, dentro de un horizonte violento.

Nada bueno parecía asomar.

Diagnóstico: esquizofrenia y desamor
El hogar formado por Jack y Puck estuvo enmarcado desde siempre por la desdicha. Mientras los padres peleaban y se agredían, Muffet con 14 años tuvo su primer brote psiquiátrico. Luego de consumir LSD amenazó con unas tijeras a su madre. En otro episodio, ocurrido poco después, salió de su casa corriendo desnuda por las calles del barrio. La adolescente apagaba su tristeza con drogas. Comenzó a frecuentar la zona hippie de Haight-Ashbury, en la ciudad de San Francisco. Poco después tuvieron que internarla. Le diagnosticaron esquizofrenia. Con frecuentes ingresos a instituciones, muchos fármacos peligrosos recetados y terapias violentas siguió adelante como pudo. No se supo mucho de ella salvo que, en los años 70, coincidiendo con el éxito de Margaux como modelo, publicó una guía de recetas al aire libre que se llamó The Picnic Gourmet. Luego de eso se habría dedicado al dibujo y la pintura sin moverse de Idaho. Todo ello alternado, por supuesto, con sus visitas periódicas a los psiquiátricos para ser tratada.

Margot Louise Hemingway nació el 16 de febrero de 1954 en Portland, Oregon. Pasada la adolescencia, cuando se enteró de que su nombre provenía del vino Chateau Margaux que tomaban sus padres la noche en que quedaron embarazados, decidió cambiar la ortografía de Margot a Margaux. No hay dudas de que los efluvios etílicos impregnaban el ADN de esta familia. Beber más de la cuenta sería también una característica de la personalidad de Margaux. Todo regado por lo que se vivía dentro de las paredes de su casa familiar.

Otros trastornos como bulimia, dislexia y depresión
Mientras Muffet salía de escena por su esquizofrenia, Margaux, quien creció hasta superar el 1,83 m, se ponía en el centro con su especial belleza. Sus cejas anchas y ojos de cielo turbulento la catapultaron a un temprano éxito como modelo mundial.

En 1975, con 21 años, conoció a Errol Watson quien le llevaba 18. Este bon vivant la atrapó en Nueva York en donde Margaux se encontraba trabajando para una empresa publicitaria. Erroll averiguó dónde se alojaba y tocó la puerta de su habitación con una botella de champagne y un ramo de flores. Margaux estaba sedienta de amor y de atención. Se dejó enamorar de inmediato. Cuatro meses después se mudó con él. Errol se convirtió en su manager y empezó a controlar cada segundo de su vida.

Margaux firmó un convenio millonario con la empresa Fabergé para ser la imagen del perfume Babe, fabuleuse) Fue el contrato más importante de su tipo para la época: cobró un millón de dólares. La joven comenzó a aparecer en la tapa de las revistas más importantes como Vogue, Elle, Cosmopolitan, Harper’s Bazaar y hasta llegó a la del Time, en junio de 1975, como una de las nueve bellezas del planeta. Era la primera mannequin de la generación de las supermodelos.

Como la estrella del momento pasaba más tiempo en la famosa discoteca Studio 54, donde se la podía ver con Liza Minnelli, Bianca Jagger, Andy Warhol y Grace Jones, que en cualquier otro lado. Inmersa en esta dinámica sin control fue que comenzó a tomar más alcohol de la cuenta (ya en su adolescencia casi se había matado esquiando totalmente borracha) y a experimentar con drogas. Descarriló. Sus vulnerabilidades estaban a la vista de todos. Sus trastornos de la alimentación, su bulimia, su epilepsia, su dislexia, también. Era un rosario de problemas.

Como su salud mental estaba en la cuerda floja, uno de sus mentores, Zachary Selig, la acercó al yoga y a la meditación para ver si eso ayudaba a serenar su mente.

En 1976 la convocaron para la película Lipstick (en Argentina se llamó Violación). Tenía 22 años. También contrataron a su hermana menor Mariel, de 14, para colaborar en el filme. Mariel encarnaba a la hermana de una modelo, Margaux, que era violada por un profesor de música y atravesaba un calvario judicial. El filme obtuvo críticas negativas y los únicos elogios se los llevó Mariel quien fue nominada a un Globo de Oro como mejor actriz revelación. Margaux se sintió humillada: había quedado detrás de su hermana menor. Se consoló, como siempre, con el alcohol.

En 1978 se divorció de Errol. Dijo: “Él cree que es mi dueño, pero yo no”. En esta instancia demostró un poco el carácter Hemingway. En 1979 se casó nuevamente con el cineasta venezolano Bernard Foucher. Juntos, en 1981, comenzaron un documental sobre el abuelo de Margaux que no llegó a ningún puerto. Se mudaron a vivir a París durante un año. En las fiestas que solían dar los invitados notaban lo obvio: Margaux bebía sin límite, hablaba de más y daba detalles de su vida sexual con su nuevo marido. Un desastre. Cuando volvió a los Estados Unidos, la joven consiguió nuevas propuestas para trabajar en el cine, pero no consiguió el reconocimiento que tanto deseaba. Tenía su autoestima por el piso y pensaba en el suicidio con frecuencia.

En 1984 un serio accidente mientras esquiaba la envió a la cama por doce meses. Durante ese año subió 33 kilos y la depresión la acorraló una vez más. Se separó por segunda vez.

En 1987, con 32 años, ingresó al Betty Ford Center. Precisaba ayuda de manera urgente. La frecuencia de sus bajones anímicos se había acelerado, pero nadie de su familia se acercó para visitarla mientras estuvo internada. Al salir dijo: “Estoy mejor, pero de lo que quizás no me cure nunca es de la hipocresía social, empezando por mi familia”. No se llevaba nada bien con su madre Puck, quien murió en 1988 de cáncer.

Cuando a Margaux le dieron el alta siguió una dieta con fármacos y se obsesionó con el yoga y el senderismo. Aparentemente recuperada intentó, una vez más, conquistar la esquiva fama. Hizo una película francesa, posó desnuda para la revista Playboy y comenzó a hablar en los medios de los abusos que había sufrido de pequeña por parte de su padre Jack.

La respuesta a sus dichos fue más soledad. Jack y su nueva pareja Angela, cortaron todo contacto con Margaux y dijeron: “Nadie de la familia quiere tener nada que ver con ella. No es más que una mujer enfadada”.

Sola y abandonada, se abocó a ganarse la vida como fuera. Películas clase B, más desnudos, firma de autógrafos y presentaciones. Su existencia se había convertido en una caricatura patética de lo que podría haber sido. Una de sus amigas, la también supermodelo Cheryl Tiegs, contó que en ese tiempo Margaux se sentaba en un banco de la plaza y se pasaba el día entero dándole de comer a las palomas en vez de acudir a sus compromisos laborales.

La mejora no llegó nunca. En 1994 Margaux se embarcó en un viaje a la India en busca de paz espiritual. Contrariamente a lo que buscaba terminó presa en Katmandú: la encontraron semidesnuda, circulando por las calles de la capital de Nepal. Mariel tuvo que ir a rescatarla y conseguir ayuda profesional.

Un día antes del 35 aniversario del suicidio de su abuelo Ernest, el 1 de julio de 1996, Margaux fue hallada muerta por una de sus amigas, Judy Stabile, quien se acercó al departamento de Santa Mónica, California, porque ella no atendía el teléfono. El auto de Margaux estaba estacionado afuera. Pidió a los vecinos una escalera para poder mirar dentro de la casa. Por una ventana la vio: estaba tirada en la cama de su cuarto. Tenía 42 años y había tomado una sobredosis de fenobarbital, una droga que se usa para controlar los ataques de epilepsia. Había comprado, sin receta médica, suficientes pastillas para conseguir dormir para siempre.

Aunque su hermana Mariel no quería verlo así, las autoridades declararon que había sido un suicidio.

Uno más en esta familia de escapistas de la vida.

Regresemos a la menor de las nietas, Mariel.

Ciento veinte días después del suicidio de Ernest Hemingway, el 22 de noviembre de 1961, nacía Mariel, la tercera y última hija de Jack, en Mill Valley, California. La elección de su nombre fue un homenaje a su abuelo muerto: así se llamaba el puerto cubano en el que solían pescar él y Jack.

Mariel creció en Ketchum, Idaho, y su adolescencia transcurrió entre Nueva York y Los Ángeles. Lo cierto es que en el colegio, esta hija de una familia rica, protestante e intelectual, no la pasaba nada bien. Le hacían bullying y la llamaban la “perra rica”. En cuanto pudo, Mariel buscó cobijo en el cine, en esa película junto a su hermana Margaux donde ella se llevó los laureles. Poco después casi alcanzó en altura a Margaux: llegó a 1,80 m.

La gran oportunidad en la actuación vino para ella con Woody Allen en Manhattan, en 1979. En el filme le dio vida a Tracy, una estudiante de 17 años, amante de un escritor cuarentón y divorciado. Mariel obtuvo una candidatura al Oscar como mejor actriz de reparto, pero al final la estatuilla dorada se la llevó Meryl Streep con la película Kramer contra Kramer.

En 1982 Mariel le puso el cuerpo a una atleta bisexual que se preparaba para competir en las Olimpiadas en el filme Su mejor marca. Las escenas de lesbianismo causaron una enorme polémica. Como si eso no fuera suficiente escándalo, la joven decidió posar desnuda para la tapa de la revista Playboy. En una nueva producción, Star 80, se metió de lleno en la piel de la playmate Dorothy Stratten quien había sido asesinada por su ex marido y mánager.

En la actuación le iba mejor que a Margaux, pero después de estas películas no consiguió papeles con demasiada repercusión.

Se casó con Stephen Crisman el 9 de diciembre de 1984 y tuvieron dos hijas: Dree en 1987 y Langley Fox en 1996. La pareja se divorció en 2008.

En su documental Escapando de la locura (2013), producido por Oprah Winfrey, recordó que tanto Margaux como “Muffet” habían sido abusadas sexualmente por su padre, aunque aclaró que no recordaba haber visto algo concreto. Aseguró haber escapado de esas desgracias gracias a su madre: “Me hacía dormir con ella para protegerme de mi padre”. Y reveló: “De pequeña compartía mi habitación con Margaux. Mi padre venía y no recuerdo qué pasaba, pero sé que no estaba bien”.

También relató en uno de sus libros que solía despertarse en medio de la noche por el ruido a platos rotos y los gritos de sus padres. Dijo que ella había normalizado tanto esas situaciones que creía que era algo que pasaba en todas las familias después de las seis de la tarde.

“Lo que sí sé es que mi papá bebía y cuando bebía cambiaba. Lo vi en mis dos padres. Lo vi con mis hermanas. Para la cuarta copa de vino ya no eran los mismos. Sus ojos habían caído, era como si la oscuridad se hubiera apoderado de ellos”, resumió.

¿Un acoso llamado Woody?
Mariel también enfrentó, como Margaux, trastornos con la alimentación. Por eso se volcó con obsesión a la vida sana y al cuidado del medioambiente. Publicó recetas saludables y libros de autoayuda sobre el tema: “Tengo una familia de adictos. (...) cuando mi madre enfermó de cáncer, me puse a pensar que la comida tenía algo que ver con ello. Me obsesioné tanto con las formas de comer que pasé de macrobiótica a vegetariana, a frugívora, a tomar café… Me llevó mucho tiempo transformar todo ese desequilibrio en algo positivo. Estaba obsesionada con la alimentación. Esa era mi adicción. Lo que hacía frente a lo que no podía manejar emocionalmente”.

La muerte de su hermana la sumió en una depresión, no podía aceptar que ella se hubiera quitado la vida.

Recién en el programa de Larry King, emitido el 22 de diciembre de 2005, Mariel aceptó que Margaux se había suicidado. Le había llevado casi una década asumirlo.

En 2015 Mariel publicó sus memorias, Out Came the Sun (Salió el sol), donde habló de su relación con Woody Allen. Y contó algo perturbador. Reveló que, después de grabar Manhattan, había notado un cambio en la conducta del director. Él había intentado seducirla invitándola a ir juntos a París. Sus padres le dieron permiso, pero ella con 17 años sentía que la invitación era extraña. No le cerraba. Recordemos que por aquel entonces Allen no salía todavía con Mia Farrow y estaba muy lejos del escándalo con Soon Yi y de las acusaciones de abusos sexuales a su hija Dylan.

Mariel recuerda: “Nuestra relación era platónica, pero empecé a ver que él tenía un cierto enamoramiento, pensamiento que primero descarté, porque pensé que era la típica cosa que le pasa a un hombre de mediana edad cuando está rodeado de mujeres jóvenes”. Respecto a la invitación a París, Mariel tenía muchas dudas porque “no estaba segura de si iba a tener mi propio cuarto”. Woody Allen no se lo aclaraba. Ella sospechaba que él quería estar a solas con ella y que no iba a tener un cuarto privado porque “su plan era estar conmigo”. Fue entonces que se dirigió al dormitorio de invitados donde él estaba alojado en la casa de los Hemingway y lo despertó.

-Yo no voy a tener mi propia habitación ¿verdad?

Allen buscó sus anteojos mientras Mariel siguió diciendo:

-No puedo ir contigo.

No eran tiempos fáciles para las mujeres ante el avance de hombres con poder y cartel propio. La joven Mariel puso las cosas en su lugar y no fue a París.

Más adelante en el tiempo, en 2022, vendrían sus podcasts con el mismo nombre de su libro de memorias, pero con el verbo en presente: “Out comes de sun” (Sale el sol). Los grabó con su fundación para tratar de ayudar a quienes tienen temas relacionados con la salud mental.

Su hermana mayor “Muffet” tiene hoy 74 años y Mariel, por las dudas, siempre está cerca. Ambas vienen zafando de la maldición final. Mariel está en pareja desde el 2011 con Bobby Williams, un actor que hace de doble de riesgo. Su hija mayor Dree es modelo de grandes marcas como Gucci y Valentino y, la menor Langley, trabaja para Vuitton. Las dos llevan el apellido Hemingway de su madre con orgullo. No son supersticiosas, más bien creen en las bendiciones que han heredado y no en las maldiciones que podrían perseguirlas que hablan de suicidios y tragedias.

El escritor y abuelo Ernest escribió en su libro El viejo y el mar que “el mundo era tan hermoso que era una pena no nacer dos veces para verlo”. Después de todo, siguiendo sus palabras, podríamos imaginar entonces que esas muertes que rodearon al apellido Hemingway hayan buscado alumbrar nuevos nacimientos.

Nota:infobae.com

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