El después de Milei
Las comparaciones del gobierno de Milei con el de Carlos Menem son recurrentes. “La Libertad Avanza es el outlet del menemismo” fue una de ellas, y otra más reciente es “Milei es menemismo acelerado”, siguiendo el pronóstico de que Carlos Menem era festejado por todas sus excentricidades en su apogeo de 1992 tras el éxito antiinflacionario de la convertibilidad, y en 1998 por lo mismo era duramente criticado. El significado de los hechos nunca es autónomo, siempre es contextual, permitirse jugar al básquet en la selección nacional siendo de baja estatura, recibir regalada una Ferrari, echar de la quinta de Olivos a la primera dama con el edecán militar, relacionarse sentimentalmente con vedettes como Amalia “Yuyito” González, como otras excentricidades por el estilo, primero fueron aplaudidas como signos de viveza criolla (“si les hubiera dicho lo que iba a hacer no me votaban”) para convertirse luego en demostraciones patéticas de una estética indecorosa bautizada piadosamente como “pizza con champán” y una ética con la moral utilitarista de una mafia con códigos.
Y el calificativo de “menemismo acelerado” para Milei surge de una hipótesis: la transformación de lo que era virtud en defecto que llevó en Menem seis años, de la gloria en 1992 al desprecio social en 1998, en el caso de Milei podría llevar mucho menos tiempo; y así su lenguaje soez, sus maneras agresivas, su incapacidad de empatía y hasta su aspecto rockero que hoy son vistos como rasgos simpáticos de un personaje pueden pasar a ser significantes de sus defectos y carencias.
Cambio siempre hubo, lo que cambió es la velocidad del cambio acelerando todos los procesos
Las fuerzas del cielo vienen colaborando con Milei al evidenciar una impostura tras otra del campo político competitivo: el fraude en Venezuela, el autogolpe en Bolivia, el escándalo alrededor del matrimonio de Alberto Fernández, que aquejan al kirchnerismo, y las internas interminables del PRO que fragmentaron a Juntos por el Cambio.
Pero en medio de ese vacío representacional de las oposiciones, la nada siempre es partera de emergencia de aquello que venga a colmarla y la reaparición de Mauricio Macri al frente del nuevo PRO y el tácito lanzamiento del gobernador de La Rioja (otra vez la tierra de Carlos Menem), Ricardo Quintela, como futuro presidente del Partido Justicialista junto a Axel Kicillof durante la presentación de la nueva Constitución de esa provincia indican que los dos sectores alternativos a la La Libertad Avanza, las dos viejas coaliciones que gobernaron el país en las últimas dos décadas, pretenden dar batalla y reorganizarse para las elecciones de 2025 y 2027.
En el caso de Mauricio Macri la oferta electoral es la de la experiencia y la racionalidad sintetizadas en una organización que cuenta con equipos ejecutores de las mismas políticas pero mejor instrumentadas. Y en el de Kicillof-Quintela la oferta de políticas diferentes a las de La Libertad Avanza mejor ejecutadas que en el gobierno del Frente de Todos, superando generacionalmente a Cristina Kirchner y Alberto Fernández.
Ambas reorganizaciones partidarias son fundamentales para el mantenimiento de la institucionalidad: no hay democracia sin alternancia, y no hay hipótesis de alternancia sin organizaciones políticas preparadas y con vocación de gobernar.
Que hayan pasado solo nueve meses de las derrotas electorales de las dos coaliciones que gobernaron Argentina las últimas dos décadas y ya se están reorganizando partidariamente es otra señal del proceso de aceleración histórica que refuerza la hipótesis de que Milei sea menemismo acelerado.
La misma velocidad que le permitió en tres años armar un partido político nuevo y de la nada llegar a presidente puede operar en su proceso de maduración y envejecimiento. Cambio siempre hubo en la historia, lo que el posmodernismo viene generando es una aceleración del cambio, el cambio que antes era generacional hoy se produce intergeneracionalmente. Confirmado aquello de que “se muere de éxito” (Peter Drucker), se gastan más rápido las ventajas competitivas del atributo ganador, y lo mismo que fue virtud en su exceso se transforma en defecto, como una física de los acontecimientos en su velocidad incrementada.
La aceleración que le permitió a Milei llegar a presidente en dos años podría agotar su ciclo
“El cambio del cambio” es el signo de una época caracterizada por el fin de la intermediación que se percibe en todos los campos: el de los medios de comunicación, que ya no median entre los sujetos noticiosos y las audiencias; en el del comercio, donde los locales ya no son necesarios para que los consumidores compren sus productos directamente de los productores o mayoristas, o el de los bancos y tarjetas de crédito, que ya tampoco son necesarios como intermediarios en operaciones de pago y recepción de dinero.
Esa misma aceleración del cambio aplicada a la política de la que Milei es consecuencia también podrá ser causa de la aceleración de su cenit y posterior decadencia. El “después” ya no sería algo distante en esta sociedad líquida, donde todo fluye a velocidad astronómica. El mejor ejemplo es Estados Unidos, donde en dos semanas Trump pasó de ser favorito a ser el disputante de la nueva candidata, Kamala Harris.
Por Jorge Fontevecchia / Perfil