Una manta que nos deja de cobijar

Actualidad19 de julio de 2024
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Algunos casos resonantes en los medios de comunicación en Argentina que involucran a personajes de diferentes expresiones (artísticas, políticas, deportivas, periodísticas) han vinculado a personas que se han situado en lugares de mucha repercusión en el ambiente cultural en general y mediático en particular. Abrimos muchas interrogaciones al respecto, en un momento en el que desde el Poder Ejecutivo la metáfora del topo que viene a destruir el Estado de Derecho desde su interior renueva el desafío para definir una terminología que necesita sostenerse desde lo público, lo privado y sobre todo desde lo normativo.

En definitiva, el momento en el que nos situamos discursiva y éticamente nos exige precisiones alejadas de opiniones (toda opinión se caracteriza por no contar con fundamentos). Así como muchos actores políticos en nuestro país han hablado de un nuevo “proceso de reorganización nacional” en el siglo XX, que en su momento dictatorial emulaba al “proceso de organización nacional” del siglo XIX, en la actualidad debemos pensar en la refundación del Estado de Derecho amenazado de manera explícita por el actual presidente de la Nación.

Refundarlo desde su “núcleo pétreo” resignificándolo a las actuales amenazas, los malentendidos y las contradicciones que ponen en jaque su existencia y su consistencia ontológica. Sabemos que muchos latiguillos se han instalado últimamente, por ejemplo, el que afirma la existencia “del curro de los derechos humanos”, y seguramente hoy los organismos de derechos humanos han quedado en una intemperie al no contar con un suficiente resguardo y defensa de gran parte de la sociedad civil argentina.

¿Cómo definimos acoso, abuso, violencia aquí y ahora? A sabiendas que cada concepto tiene su historia, su memoria y su repetición. Voy a comenzar por citar a un psicoanalista de nuestro país que dedicó gran parte de sus esfuerzos a trabajar en casos de apropiación y restitución de niños y niñas: Fernando Ulloa afirmaba que la ética del adulto se define cuando este adulto no abusa de la invalidez infantil; existen, por supuesto, diferentes expresiones y grados de abuso: un castigo, un tipo de abandono parcial o total, un secuestro, etc. … Él sostiene que: “La invalidez infantil está presidida por la ternura parental. La ternura es una instancia típicamente humana, tan primigeniamente constituida que se la podría pensar de naturaleza instintiva. Se habla de instinto materno. Más la ternura es producción que va más allá de lo instintivo, aunque esté basada en él. La ternura, siendo de hecho una instancia ética, es de inicial renuncia al apoderamiento del infantil sujeto…”

Aquí encontramos una clave que es crucial para esclarecer un “marco conceptual”: la renuncia al apoderamiento, que en el caso de la relación adulto/niño/niña es muy evidente; pero el apoderamiento también está vinculado a una relación entre adultos (intersubjetiva) en el que uno de ellos/as se encuentra en una situación de vulnerabilidad. La relación asimétrica entre un jefe y su empleado/a, un docente y sus alumnos/as, un padre/madre y sus hijos/as -entre otros ejemplos- incorpora el análisis de las cuestiones del poder, de la desigual situación y posición de uno o una frente a otro u otra. Lo que se configura en las infancias resulta entonces fundamental para ver en la vida adulta este tipo de acciones de acoso, abuso, apoderamiento, violación.

Ulloa dice: “Esta coartación del impulso de apoderamiento del hijo, este límite a la descarga no ajeno a la ética genera dos condiciones; dos habilidades propias de la ternura: la empatía que garantizará el suministro adecuado: calor, alimento, arrullo-palabra, y un segundo fundamental componente: el miramiento. Tener miramiento es mirar con amoroso interés a alguien a quien en cuanto sujeto se le reconoce ajeno y distinto a uno mismo. El miramiento es germen inicial y garantía de autonomía fuera del infante.”

Para decirlo en terminología de política liberal: el otro/otra no es una propiedad privada, no es una cosa, no es un objeto. Ni los hijos/as, ni los empleados, ni la pareja, ni los estudiantes son propiedad de nadie; no podemos apropiarnos de ellos ni de ellas, no debemos venderlos, entregarlos a cambio de nada; el caso Loan en Corrientes, es un claro ejemplo de la zozobra que provoca en su familia y en la comunidad toda la desaparición y la incertidumbre de no saber qué fue de él, quiénes son los responsables de su ausencia, y es aquí donde resuenan las consignas que dejaron en la memoria colectiva los familiares de desaparecidos en la última dictadura, “vivo lo llevaron vivo lo queremos” se escucha en las marchas que se realizaron para exigir esclarecimiento del caso. Loan no es una cosa, es un ser humano, nadie puede ni debe apropiarse de él, de su cuerpo, de su infancia, de su ser.

En este punto retomo la palabra de Ulloa, que se relaciona con otros casos de acoso, abuso y violación entre adultos. El niño o niña a partir de un sentimiento de confianza que le proporciona un adulto que lo protege y lo cuida, podrá estructurar una relación de contrariedad con lo que daña que es percibido como algo externo. “Este proceso será fundamental para el desarrollo paulatino de la conciencia acerca de que él mismo puede ser causa externa de sufrimiento para el otro. En esta relación de contrariedad con el daño, radica la posibilidad de acceder a lo que llamaré la imposición de justicia, aquel sentimiento en relación no sólo a lo que daña y a lo que no daña, sino a cuando él mismo es o no es dañino para el otro. Este saber que se va imponiendo es una de las bases del discernimiento de lo que es justo como parte constitutiva de la persona.”

Un adulto es quien va superando esta etapa de invalidez infantil y se torna consciente de su propia capacidad o posibilidad de hacer daño o provocar sufrimiento; pero, los adultos también estamos expuestos a situaciones de indefensión o vulnerabilidad. En todos los casos que han resonado recientemente en Argentina podemos ver y percibir esta circunstancia, jóvenes mujeres y varones que han sido acosados sexualmente o abusados y abusadas; situaciones de encierros, amenazas, violencias simbólicas y reales/corporales, etc., que nos muestran la crueldad con la que se conducen personas que no han podido constituirse como sujetos éticos.

El Estado de Derecho que se expresa en los tres poderes, Ejecutivo, Judicial y Legislativo, debe velar por la integridad de ciudadanos, debe proteger e impartir justicia, debe afianzar su razón de ser en las garantías constitucionales. Destruir y desmantelar el Estado de Derecho nos conduce indefectiblemente a la injusticia, al sufrimiento, a la desigualdad estructural que excluye y margina a la población, a gran parte de la población. Todos los argumentos que se han utilizado para justificar la crueldad son la piedra con la que hemos tropezado históricamente, en todo caso la denominada “batalla cultural”, en boca de las derechas extremas o moderadas, dejarán como consecuencia una nuda vida, una vida desnuda, despojada de toda dignidad. La retirada de lo simbólico que se pretende desde la matriz liberal/libertaria no solamente le niega la frazada que protege del frío a los sectores empobrecidos de nuestra sociedad, sino que además anula la manta de esa trama de ternura y empatía de la que hablaba Ulloa, una manta que nos debe cobijar como seres humanos, como parte de la humanidad.

Por Angelina Uzín Olleros * Coordinadora Académica de la Maestría en Género y derechos. UNGS-UADER. / La Tecla Eñe

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