Felicidad y traición
Marisa entró al club. Algo de peso y preocupación había en su cara. Llegó con esa puntualidad que solo la ansiedad por resolver un problema suele lograr. Miró al centro del gimnasio y vio a dos luchadores con los uniformes clásicos de artes marciales. Parecían estar por empezar a luchar; pero en realidad era más notorio que estaban dialogando. Marisa los podía escuchar.
–Pegá vos, dale. Pegame vos…
–No, no, no… mejor pegame vos. Si querés no hace falta que vos me hagas una toma. Me tiro al piso solo y vos después te tirás encima.
–Es que si me tiro encima para hacerte puesta de espalda sería peligroso para vos. Lo charlé recién con mis entrenadores. El licenciado Ernesto, el psicólogo, me alentó a abandonar las culpas y tratar de ganarte; pero mi monja rabina Sor Juana Inés de la Kohon Favio Peretz de Lanús, me dijo que nadie es feliz solo, que el ser humano se realiza en comunidad.
–Es casi lo mismo que recién me dijeron en mi equipo. Deberíamos empatar entonces.
–Bueno. Pero quizá vos prefirirías ganar…
–No, no. Yo estoy bien. No me hace falta. Pero por ahí vos…
–Tranquilo. La verdad que me sentiría mejor si ganás vos.
–No. Ganá vos.
–No… prefiero que ganes vos. De verdad.
–Mirá, estamos casi empezando algo parecido a una discusión. No quisiera, porque si se arma una discusión donde vemos quién es el que gana, uno de los dos la va a tener que perder. Es decir, tiene que ganar una discusión donde ambos quieren perder; pero sería una paradoja difícil de resolver. ¿Qué tal si empatamos?
–Dale.
Marisa, como todos los espectadores, aplaudieron. La lucha terminó. Alguien va a avisarle del resultado al árbitro que se había ido al buffet, ya que considera que no es elegante meterse en conflictos ajenos salvo que sea necesario. Los dos luchadores entonces volvieron con sus equipos, que los abrazaron y felicitaron por empatar, por no haber perdido y tampoco ganado.
Sí. En el Club Amor y Lucha de Gerli, ha terminado otro combate del Campeonato de Taekwondo con Culpa Judeo-Cristiana, que también tiene su variante, el Taekwondo Socialdemócrata, disciplina en la que los contrincantes ni siquiera van al club y resuelven sus empates por teléfono, WhatsApp, Zoom o Google Meet.
Sonrisa en ciernes
Marisa entonces buscó al maestro de artes marciales Gary, que observa todo desde una mesa al costado del tatami (el equivalente al ring del boxeo, viene a ser la cancha donde se pelea, o algo así).
–Hola… soy Marisa. Yo pedí anotarme para el curso, dado que quiero ser feliz, pero sin que nadie salga lastimado.
El maestro Gary Kowalsky, campeón sudamericano de la especialidad, tiene un invicto absoluto de empates que lo han llevado a vivir con un gesto de paz en donde hay una sonrisa en ciernes. La amenaza, la advertencia, el anuncio de una sonrisa que no termina de llegar. Un alba que supone el amanecer de una sonrisa que no termina de aparecer sobre el horizonte de sus labios. Un verdadero feto o boceto de sonrisa, que denota la auténtica paz de nunca haber hecho que nadie pierda y se sienta mal, aunque también quizá la insatisfacción de nunca haberle ganado a nadie. Con esa sonrisa miró a Marisa y le dijo:
–Bienvenida. Como te habrás dado cuenta acá sostenemos y entrenamos el arte de la culpa. Porque creemos que sin culpa no hay sociedad. Porque se rompen los lazos, se terminan los afectos. No nos importa nada y así es como todo se va a la mierda.
–Por eso vine. Porque siento culpa. Anoche hice una pequeña traición. Pensé en salir con Irene y Nancy; pero resulta que Nancy empezó a salir con un tipo que se llama Ramiro. Y está muy enamorada. Y por ahí se venía con él. Y él es un tipo que se la pasa mirando el celular y mostrándole memes. Y se ríe. Y dice «Mirá este, está buenísimo… te lo comparto ja, ja, ja». Son memes que ni siquiera entiendo. Como uno donde está Beatriz Sarlo en una pileta Pelopincho con un gato inflable y dice «¡Me dijeron que Noam ahora no es Chomsky!». Y yo no lo entiendo. Hay memes que no entiendo. Entonces preferí no decirle a Nancy. Y salimos solas con Irene. Y la pasamos bomba. Comimos, chupamos, fuimos a bailar a New York City canciones de Gloria Gaynor y Boney M. Estuvo buenísimo. Algo muy parecido a la felicidad. O quizá era la felicidad; pero me sentí mal. Porque siento que la traicioné a Nancy. ¡Fui feliz pero me siento mal!
–Bueno. A veces ese es el precio de vivir en comunidad. Porque a veces la traición es un camino hacia la realización personal. Uno va decidiendo. Y cada vez que decide buscando la felicidad, a veces, no siempre, alguien pierde. Digamos que uno tiene que decidir en base a dos propuestas o dos pensamientos que tiene. Y bien. La duda es el momento donde no queremos traicionar; pero decidimos algo, y a partir de ahí, algo hemos traicionado en nosotros. Decidir es traicionar.
–Pero entonces no es posible vivir sin traicionar.
–«Quien compra una sandía a un verdulero, traiciona al resto de los verduleros del mundo, que quizá hubieran sido felices si alguien les compraba una sandía», dice Khalil Gibran.
–Me está entrando la duda. En realidad, yo también quiero ser feliz. Por ahí debería probar un tiempo vivir sin culpa.
–En ese caso, te puedo presentar a una diputada provincial del «Partido Somos una Manga de Hijos de Puta que nos cagamos en Todas, Todos y Todes y nos sentimos muy bien». Sandra Loprete, que ayer votó la aprobación de una planta de soda cáustica en la terraza de un geriátrico a cambio de un viaje sin su hijo a Disney para conocer a Tribilín en persona, dado que no sabe que es un muñeco. Allá está…
Mandatos
Marisa miró hacia un salón donde vio la diputada, una mujer de campera y pantalones de cuero que jugaba al metegol contra su propio hijo, de tres años, que apenas llegaba a las manijas del juego.
La diputada metía un molinete contundente que hizo casi estallar la pelota en un categórico impacto metálico en el fondo del arco que se escuchó en todo el club.
–¡Tres a cero, loser! Si te gano este me gasto lo que tenía destinado a tu jarabe para la tos en comprarme un pijama de Sarah Key –festejaba la diputada.
Marisa entonces entendió que para muchos la felicidad puede ser salir del cansancio y el esfuerzo que su ego realiza para poder vivir en sociedad. Entonces se libera traicionando sus mandatos de tolerancia y solidaridad. Ya no está enojada. Tolerar es aguantar.
–¡Cuatro a cero, fracasado! ¡Hacete de abajo! ¡No me voy a perder el placer de ganar solo porque tengas tres años y seas mi hijo!
Un final de tolerancias que, cuidado, muchas veces pueden venir de situaciones injustas. Porque en algunos casos, solo es la intolerancia de los que no soportan la justicia. El tema es cuando se juntan. Solo van a traer más injusticia. Tolerar es aguantar. Entonces puede haber ocasiones en que la tolerancia solo sea fascismo en reposo.
–¡Cinco a cero, infeliz!
Por Pedro Saborido / Acción