Neocolonialismo y geopolítica

Actualidad 24 de abril de 2024
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Parece obvio que, dada la fractura del sistema internacional y la posible confrontación entre la hiperpotencia y los nuevos polos de poder, las formas bélicas de resolver las brechas en la política internacional sean inevitables. Ante esta posibilidad, la presión se sentirá en todos los teatros de operaciones que ocuparán por completo el mundo. Pese al dramatismo de la situación que se avecina, puede ser una ventana de oportunidades para los países que aún permanecen en situaciones de neocolonialismo, dominio o influencia inevitable de alguna potencia en la actual correlación de fuerzas internacionales.

Pero la oportunidad, sin la preparación adecuada para su aprovechamiento, es inútil. Por lo tanto, aunque la actual crisis del sistema internacional presagia el nacimiento de un nuevo mundo, la acomodación de los países dependerá, en gran medida, de la capacidad de sus líderes para futurizar su posición y prepararse para luchar por ella. En este caso, la “lucha” puede no limitarse a la esfera diplomática, sino que puede requerir la preparación de la fuerza para combinar con la diplomacia la defensa del derecho al propio futuro.

La mayoría de los países del Sur Global se encuentran en esta situación y pueden verse atraídos para la beligerancia —por la fuerza centrípeta de uno de los polos que se disputan el mundo— o buscar neutralizar las fuerzas gravitacionales para mantener una posición pragmática de no-alineamiento. Entrar en la órbita de uno de los centros centrípetos significa subordinar los intereses nacionales a los de ese centro. Algunos de los países serán seducidos, otros inducidos, convencidos, coaccionados o incluso obligados a caer en la órbita de un centro u otro. Otros percibirán, en la resistencia a esas atracciones, la ventana de oportunidad que se abre para defender sus propios intereses. Pero pocos la abrirán —el aprovechamiento de esa oportunidad no es para países débiles—.

El continente americano es una región del mundo en la que el imperialismo estadounidense se ha hecho sentir. Desde decisiones impuestas hasta el reemplazo de gobiernos, los países del continente han sufrido la centenaria interferencia estadounidense. Esta práctica insidiosa fue expuesta ante el Congreso de los Estados Unidos el 2 de diciembre de 1823 por el Presidente James Monroe, quien dio su nombre a la doctrina colonizadora, resumida en la frase “América para los americanos” (donde América somos nosotros y los “americanos” son solo ellos). Desde entonces, la potencia del norte se ha manifestado en el continente con injerencias políticas, sobornos, chantajes, invasiones, intervenciones militares punitivas, imposición de gobiernos y golpes de Estado para mantener su orden en la región — el que le permite satisfacer sus intereses económicos y políticos—. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha ido apretando las riendas estratégicas con el argumento de salvar a los países del comunismo. Así, democratizando por la fuerza, incluso mediante golpes de Estado, fueron ajustando los regímenes de dependencia empleando élites de sectores nacionales beneficiados por la dependencia, tanto en el ámbito político, económico, militar, cultural y, lamentablemente, académico, que interpretan el mundo con la epistemología de la metrópoli. Habría sido imposible mantener los grilletes de la dependencia sin la aquiescencia de estas élites nacionales nada nacionalistas.

La posibilidad de asumir un no alineamiento pragmático, que defienda los intereses nacionales sin satisfacer las demandas de los centros de poder, sean emergentes o en decadencia, requiere una neutralidad activa frente a las presiones para una postura beligerante en la confrontación sistémica. El posicionamiento internacional de neutralidad activa exige la posibilidad de mantener libertad de acción estratégica. Sin embargo, dado el grado de dependencia estratégica actual, ningún país de la región disfruta individualmente de esta libertad en grado suficiente para defender su neutralidad. Una alternativa para lograr suficiente espacio de libertad de acción estratégica es en un régimen de cooperación estratégica, por parte de al menos un segmento de la región. Esto se intentó, en cierta medida, a principios de la segunda década de este siglo con la Unasur y la creación del Consejo de Defensa Suramericano (CDS). Fue un momento de cierta homogeneidad ideológica en la región y de distracción estratégica por parte del hegemón en lo que llamé “la década del sonambulismo estratégico”, en la que se perdió persiguiendo a terroristas por todo el mundo. Pero cuando los vientos políticos cambiaron en la región, UNASUR y el CDS fueron rápidamente desmantelados, y no fue una casualidad.

La alternativa para aprovechar la ventana de oportunidad sería buscar libertad de acción estratégica que permita una cierta autonomía en la toma de decisiones de forma no confrontativa con los intereses del hegemón o, como diría Thiago Rodrigues, “no es ser totalmente dependiente de la hegemonía global estadounidense y además no es ser una potencia contra-hegemónica. Se trata de incrementar espacios de autonomía dentro de la actual arquitectura hegemónica del planeta”. Esto no será fácil y, considerando la temperatura bélica del planeta, tampoco será pacífico.

La generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur, ha aumentado notablemente la frecuencia de sus visitas a la región para, en sus palabras, “proteger nuestras riquezas” (enfatizado mío) de los “competidores y adversarios” del gobierno estadounidense que están “aprovechándose de esta región a diario”, advirtiendo: “Lo que sucede en esta región en términos de seguridad impacta en nuestra seguridad — nuestra seguridad nacional en la patria—”. Las reservas naturales de litio, petróleo, oro, cobre y agua dulce en América del Sur son consideradas por Estados Unidos como una cuestión de seguridad nacional, con referencia al diferendo geopolítico con China, Rusia e Irán. No por otro motivo, se manifestó “muy emocionada”, porque ha sentido que podemos asociarnos mucho más y “hacer un trabajo en equipo mayor del que estábamos haciendo”, luego de su visita a la Argentina, donde le fue ofrecida una base que controle el paso entre los océanos Atlántico y Pacífico y su proyección a la Antártida, vendió 24 aviones multipropósito F16 de Dinamarca y recibió un pedido de 250 vehículos blindados Stryker. Todas estas regalías hacen que sea mefíticamente inequívoco que el Presidente Milei muestra una sumisión incondicional no solo a Trump, sino al diseño estratégico de Estados Unidos. 

Sin embargo, la Argentina no es la única que adhiere dócilmente al diseño estratégico de la potencia hegemónica. La política exterior brasileña también está enyesada y quizás más comprometida con ese alineamiento estratégico al tener un general en la cadena jerárquica del Comando Sur. De hecho, desconozco si esa rigidez, esa sumisión vergonzosa, ha pasado por la necesaria autorización legitimadora por parte del Congreso Nacional. De no existir esta autorización, sería una muestra más de la autonomía militar y de que, pese a ser un instrumento del Estado, se atribuyen el derecho de tomar decisiones que comprometen la política exterior y la soberanía nacional.

En 2024 la región es distinta de aquella de 2012. Hoy los vientos son otros, además de neoliberales, son de extrema derecha, de derecha, de “izquierda de resultado”, que producen meros torbellinos que no consiguen potenciarse cooperativamente para convertirse en un huracán que defienda intereses nacionales o regionales. Con élites económicas nacidas y criadas en la dependencia e inculturizadas en Disney, a las que ni siquiera les importa la soberanía mientras sus intereses egoístas estén satisfechos; con medios de comunicación de masas que modulan las percepciones de la sociedad para ver las “ventajas” de la “buena” dependencia; con académicos resignados a ver la historia desde los balcones de la falsa neutralidad axiológica; con militares estratégicamente comprometidos con uno de los polos que aglutinarán las fuerzas en el doloroso parto del nuevo mundo, solo queda la amarga resignación de ver cerrarse otra ventana de oportunidad para aumentar la autonomía en la toma de decisiones y, al no luchar por la “neutralidad activa”, llorar otra generación de jóvenes, muertos en extraños campos de combate, defendiendo los intereses de quienes decidirán nuestro futuro por nosotros.

 

Por Héctor Luis Saint-Pierre * Doctor en Filosofía Política, profesor titular de Seguridad Internacional en el Programa de Postgrado en Relaciones Internacionales de la Universidad Estadual Paulista (UNESP). Fundador y líder del Grupo de Estudios de Defensa y Seguridad Internacional (GEDES) / El Cohete

 

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