El desequilibrio avanza
Si convocáramos a un teórico realista de las relaciones internacionales y le pidiéramos que haga un listado de los atributos que tiene que tener un país para tener peso internacional, relevancia y sobre todo autodeterminación en el mundo actual, seguramente haría un largo listado, sumamente abarcativo, en el que pondría en primer lugar las capacidades industriales, tecnológicas y militares, pero también las fortalezas educativas, culturales y sanitarias, la complejidad de su infraestructura productiva, de transporte y de comunicaciones, la solidez del sistema de alianzas y de cooperación internacional y también la capacidad de su elite dirigente para identificar objetivos estratégicos propios de largo plazo y sostenerlos a lo largo del tiempo hasta lograr las metas establecidas.
Javier Milei y sus colaboradores parecen haber tenido acceso a ese listado, haber leído ese conjunto de atributos necesarios para tener un país soberano capaz de controlar su propio destino, y utilizarlo como brújula para avanzar exactamente en la dirección opuesta: concentran todas sus energías en debilitar y degradar cada uno de los rubros de ese listado estratégico para que la nación sea libre y soberana.
A medida que se despliega su acción de gobierno, muy parecida a la de un régimen de ocupación, va atacando todas y cada una de las esferas de la vida nacional que hacen que todavía la Argentina pueda sea considerada una nación y no un territorio administrativo del “mundo”.
Cuando la Alemania nazi ocupó Polonia, la idea de los estrategas del régimen era convertirla en una nación vasalla, donde los polacos, destinados a ser los servidores de sus amos alemanes, no tendrían acceso educativo más que a la escuela primaria. Cuando Estados Unidos ocupó Japón, inició un período de desmantelamiento de la gran industria japonesa, proceso que sólo se detuvo debido a la toma del poder por los comunistas en China, lo que obligó a los norteamericanos a un rápido cambio de estrategia en cuanto a su política de debilitamiento del país al que acababa de derrotar.
Atacar las capacidades materiales y culturales de un país es algo que sólo eran capaces de acometer durante el siglo XX regímenes de ocupación colonial. Pero en el mundo del siglo XXI, y de la globalización neoliberal, se pueden encontrar fenómenos muy parecidos en términos de políticas de desmantelamiento nacional, conducidos por fracciones locales absolutamente subordinadas a las necesidades de orden corporativo mundial. Ese es nuestro caso. Eso es lo que nos pasa hoy.
La paralización de la construcción de los reactores nucleares CAREM-25 y RA-10, expresión de los logros y capacidades nacionales adquiridas con gran esfuerzo, no tiene otra clave interpretativa, así como el ataque a los científicos locales, a los avances nacionales en diversos campos del conocimiento o a las instituciones que curan y protegen a la población.
El hambre no genera dólares
Sin entrar a especular cuánto tiempo la sociedad va a tolerar el deterioro promovido en términos humanos, es importante señalar diversos hechos objetivos que marcan los límites del actual experimento libertario-corporativo.
Vamos a un colapso energético debido al desfinanciamiento público del sector, que no osan solucionar. Estamos en camino a una paralización de muchas funciones necesarias del Estado por la impericia increíble con la que se está instrumentando la poda estatal.
Ya se observan los síntomas de un hundimiento creciente de la actividad económica, alimentado por la caída acelerada del consumo, las ventas y la producción, paralela al aumento persistente del desempleo tanto público como privado, y al crecimiento continuo de quiebras en empresas de diverso tamaño y sector.
Además vamos a una situación de caos legislativo vinculada a la forma ilegal e inconstitucional de actuar del gobierno, que implicará la proliferación de juicios sobre la interpretación de los derechos o no que emanan del DNU, lo que profundizará el colapso del ya ineficiente sistema judicial para procesar la masa de conflictos en ciernes, provocados por el extremismo e ineptitud gubernamentales.
Vamos a una multiplicación de los conflictos gremiales, a medida que las empresas privadas avancen con recortes salariales y de horas de trabajo, suspensiones y despidos. En el Estado ese escenario ya está planteado, a partir del absurdo sistema de despidos y a la inutilidad presupuestaria del mismo. El gobierno está creando el riesgo real de que el Estado nacional se paralice, y de que esa situación de inmovilismo se traslade a las administraciones provinciales, en la medida en que no tomen medidas drásticas de protección para sus propios ciudadanos.
Vamos a un deterioro acelerado de los servicios públicos en general, y a una desatención de los problemas de la gente de a pie por parte de una administración ciega a esa problemática. Ni qué hablar los escenarios en materia de salud pública, que ya tienen expresión en la epidemia de dengue pero también en la masiva migración de sectores medios a un sistema hospitalario público insuficientemente dotado para contener la situación. Hace falta más gasto público y no menos.
En materia externa, el desequilibrio es difícil de disimular. El gobierno lleva colocados bonos BOPREAL por casi 8.000 millones de dólares para que los importadores afronten deudas acumuladas durante el gobierno anterior con sus acreedores externos, por supuesto sin investigar en qué medida esas deudas son reales o ficticias.
Sin embargo, entre diciembre y febrero se han vuelto a acumular, sin ser pagadas, importaciones por 9.400 millones de dólares. En otras palabras, la acumulación de reservas del actual gobierno es toda una ficción, ya que no se resolvió el tema central de nuestro sector externo, que es conseguir dólares genuinos en una cantidad suficiente como para solventar las necesidades productivas y de consumo de nuestra sociedad, además del pago de los compromisos externos. Como esa tarea fundamental no se resuelve en cinco minutos, ni con magia, ni recitando versículos de la escuela austríaca, el gobierno hace pantomimas efectistas que sólo engañan a incautos. Han debido frenar transitoriamente aumentos tarifarios que pensaban lanzar con el único fin de maquillar la supuesta línea descendente de la inflación. Pero los aumentos van a ocurrir y la inflación volverá a saltar. Y ese salto reforzará la demanda agro-exportadora de una nueva devaluación, con otra vuelta inflacionaria intolerable.
El hambre de la gente no genera dólares, pero el gobierno parece creer que se los puede arrebatar a los sectores medios que tienen ahorros en divisas creándoles una situación de ruina tal en sus ingresos que los empuje a “soltar los verdes” al Banco Central, para que éste pueda hacer los experimentos cambiarios pergeñados por el Presidente.
Más desequilibrios sociales, sin resolver los desequilibrios estructurales.
Te matan por un ajuste
Esta semana está teñida por el espeso manto negro de los miles de despidos de trabajadores del Estado Nacional, la inmensa mayoría de los cuales son útiles, necesarios y en algunos casos indispensables para que la sociedad pueda seguir recibiendo una serie de servicios públicos elementales en un país civilizado. Muchos de esos servicios no encontrarían ningún actor privado que quiera prestarlos, porque no son rentables. Pero el mercado no está en condiciones de asignarle un precio a tareas de cuidado poblacional de imprescindible realización para un país como la Argentina.
Los casos de servidores públicos que trabajan desde hace decenas de años en el Estado y que repentinamente son expulsados por razones de un ajuste completamente clasista, e innecesario, son conmovedores, y simbolizan el ataque contra toda la comunidad nacional que se ha lanzado desde el Poder Ejecutivo.
La facilidad con que en muchos casos se los lanza a la calle no puede dejar de relacionarse con la precariedad en la que desenvolvieron su trayectoria profesional a lo largo de años. Precariedad que atravesó desde el menemismo en adelante a todos los períodos gubernamentales, porque parece haber calado en todo el estamento político la idea de que reconstruir el Estado está mal, que construir una burocracia estatal calificada, bien remunerada y eficiente no corresponde, y que se debía mantener miles y miles de puestos de trabajo en un limbo, para no herir la susceptibilidad de los sectores poderosos adictos a la Biblia del Estado débil e impotente. ¿Qué esperaron los gobiernos nacionales y populares para iniciar un camino de profesionalización de los agentes del Estado, no en base a lealtades personales sino en base a capacidades y por supuesto convicciones sobre la importancia de servir de la mejor forma al pueblo argentino? ¿Hasta dónde caló la infame prédica procesista de que “achicar el Estado es agrandar la Nación”?
Sí, la filosofía anti-nacional del Proceso de Reorganización Nacional está de vuelta entre nosotros, volviendo a ejecutar el plan de destrucción del principal articulador de la comunidad nacional: el Estado. Los hijos y nietos del PRN están hoy representados en los Milei, los Espert y los Caputo que conducen hacia el precipicio el destino de la comunidad nacional.
Empresarios thatcheristas sin inhibiciones
El cuadro de desequilibrio social creciente no aparece ni se refleja en el pensamiento del alto empresariado argentino.
Paolo Rocca, cabeza del grupo Techint, declaró en el marco del principal foro petrolero mundial, realizado recientemente en Houston, que tiene “muchas esperanzas puestas” en el Presidente Javier Milei, y que las políticas que viene aplicando el gobierno “suenan a lo que la Argentina necesita”. Dice eso mientras el gigantesco grupo mundial Arcelor Mittal evalúa qué hace con la planta productora de acero de Acindar, dado el descalabro del mercado interno argentino y el encarecimiento de los costos de producción (salvo los salariales). Rocca ve grandes perspectivas para la producción gasífera de Vaca Muerta, pero se olvida que Vaca Muerta queda en un lugar que se llama la Argentina. Pequeño problema de visión.
Otro gran empresario, Carlos Bulgheroni, en una entrevista con un periodista de su confianza, señaló que “no hay otra forma de salir que no sea con dolor”. ¿Salir de qué, para llegar a dónde? A dónde, no cabe duda, es a la sanción del DNU y la ley Ómnibus, que contienen la mayor parte de las reivindicaciones y demandas del gran empresariado local, especialmente la creación de grandes derechos de propiedad de rentas que les garantizaría ad eternum la legislación argentina.
¿Y salir de qué? Salir de un esquema político-económico que con muchas deficiencias le daba algún lugar a las necesidades de múltiples sectores de la sociedad. Según este poderoso sector, el Estado y las instituciones tienen que ocuparse exclusivamente de contribuir a la maximización de ganancias y rentas empresarias, lo que en algún momento podría ser beneficioso para el resto. O no.
Hoy por hoy, tampoco el resto tiene importancia.
El dolor queda reservado para los sectores subalternos, que vienen siendo conducidos bastante bien por Milei, que cuenta todavía con un porcentaje de adhesión que supera el 45% de los encuestados. Sectores subalternos que creen que “hay que darle tiempo”, que le dejaron “una economía destruida” y que “en un tiempo más se van a ver los resultados de estos cambios”. Que “él está luchando contra los que crearon esta situación”.
Vale le pena señalar que el dolor que predican los empresarios, economistas y comunicadores de este modelo económico, es el dolor de los otros. Nadie, ninguno de sus familiares ni amigos pasa por ningún dolor, y probablemente estén ganando muy bien, y más plata aún ganarán con los cambios legislativos que propone el gobierno.
Causa dolor, sí, ver que afirmaciones tan cínicas y justificadoras de la necesidad de provocar sufrimiento no encuentren un contundente rechazo político y moral de parte del cuerpo social y de sus dirigentes.
¿Refundación de la ancha avenida del medio?
La sorpresiva reaparición de la Unión Cívica Radical en la conmemoración del golpe cívico militar de 1976, encabezada por Martín Lousteau, marca el comienzo de un reacomodamiento en el sistema político partidario. Es una delimitación en relación con un radicalismo volcado tan a la derecha que casi no se distingue del procesismo integrante del actual gobierno. Ya Lousteau había votado en el Senado en contra del DNU por “anticonstitucional”, sin expedirse en relación al contenido retrógrado del mismo. En una entrevista posterior en C5N el líder radical defendió el concepto de “justicia social”, anatema para el Presidente troglodita.
También Horacio Rodríguez Larreta se hizo presente el 24 de marzo, rememorando su propia experiencia personal, cuando las fuerzas represivas se llevaron a su padre detenido de la casa donde habitaban. Ambos dirigentes, también, han tomado una clara posición en relación a la defensa de la Universidad de Buenos Aires –aunque no del conjunto de las universidades públicas argentinas–. Nuevamente, una delimitación frente al macartismo desenfrenado del Presidente y sus acólitos, que dicen ver adoctrinamiento marxista donde sólo hay algunas pinceladas de pluralismo ideológico en un contexto académico básicamente conformista.
La selección premeditada de estos elementos simbólicos, y seguramente otros que irán surgiendo, no puede ser vista sino como el inicio de un proceso de construcción de un centro moderado, siempre distante del kirchnerismo, ya que éste es la lepra política para el conjunto de la derecha argentina.
Ese centro ficcional podría incluir a otras figuras, como Sergio Massa –quien había hablado de la conformación de un amplio Gobierno de Unidad Nacional si ganaba–, gente del bloque de Miguel Pichetto e incluso de la Coalición Cívica. En la actual coyuntura ese espacio de centro (derecha) empezaría a tomar posiciones y a plantearse como alternativa prudente frente a la desmesura y al eventual colapso del gobierno de Milei.
Mientras Macri apuesta lo que tiene de capital político al triunfo pleno de la brutalidad libertaria, la nueva centro-derecha aprovecharía el derrumbe de los estándares políticos, sociales, ideológicos y culturales que está promoviendo Milei para presentarse como el equilibrio entre los “extremos”, que serían Milei por un lado y el imaginario “chavismo” cristinista por el otro.
Desequilibrios
Es muy frecuente que se analice el actual momento argentino en base a la psicopatología del actual detentador de la lapicera presidencial. Si bien es cierto que los elementos de ese tipo no pueden ser dejados de lado en cualquier análisis –más aún cuando se está impulsando un experimento tan agresivo y destructivo a nivel humano–, el gran desequilibrio es el que se le está inyectando a toda la sociedad a través de la acción del gobierno nacional.
Es desde allí desde donde se pergeñan las acciones más dañinas para el cuerpo económico y social de la Argentina. Al revés de lo que dicen los medios del régimen, el país no va en camino de su saneamiento y rehabilitación, sino en la dirección de una severa postración debido al tratamiento económico y social equivocadísimo que se le está suministrando.
Incluso si coincidiéramos en que puede ser útil lograr transitoriamente el equilibrio fiscal, como instrumento para alcanzar otras metas macroeconómicas positivas, es absolutamente evidente que es mucho mejor lograrlo en un contexto económico expansivo que en el de un derrumbe de la actividad económica como el que se está verificando y se va a pronunciar en los próximos meses. El contexto elegido por el gobierno obliga a sacrificios inhumanos indecibles para conseguir metas completamente inalcanzables.
La inconcebible paralización del Estado no puede ser entendida sin incorporar el desequilibrio ideológico de la derecha argentina, de su abierto desinterés por el destino del país y de sus ciudadanos, y del extravío y alienación en la que se encuentra buena parte de la dirigencia política y económica local que sigue especulando sobre los resultados posibles.
Solamente una parte de la sociedad que padece una severa patología puede celebrar las amenazas a la convivencia democrática que está provocando este gobierno mediante los despidos, el despojo de derechos, la pauperización de franjas crecientes del pueblo.
Entre los desequilibrios que encontramos todos los días, basta recordar qué se le contestaba a la advertencia preelectoral que se hacía sobre las propuestas de Milei. Se nos contestaba con una formidable negación, para justificar un voto a la fantasía: “No pasa nada. No va a hacer lo que dice”.
Pero sí. Está haciendo lo que dijo, y bastantes cosas antipopulares más.
Lo único que falta que se entienda, y que muchos lo entiendan es: te está haciendo a vos lo que dijo que iba a hacer. Lo que aparecía estéticamente como una rebeldía contra el status quo y los poderes establecidos era sólo una ficción. Y ahora te están poniendo en la parrilla, en serio.
Por Ricardo Aronskind