Bullrich, la acumuladora de poder

Actualidad - Nacional 13 de agosto de 2023
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El pasado siempre vuelve. Aquella frase, para la precandidata presidencial de Juntos por el Cambio (JxC), Patricia Bullrich, tiene el peso de un axioma; algo que acaba de comprobarse –nuevamente– el pasado 24 de julio, durante su disertación en la Expo Rural 2023 ante los principales referentes del negocio agroexportador, donde trazó los lineamientos de su política económica en caso de ocupar el Sillón de Rivadavia.

Allí flotaba un clima expectante, cuando ella, con su típica gestualidad en situaciones de exposición pública –dientes apretados, labios casi inmóviles y mirada esquiva–, desenvainó al respecto su cuchillo de claridades: 

— Tenemos ya la ingeniería jurídica para salir del cepo. Pero nos vamos a blindar con una cantidad de dólares que negociaremos de modo internacional.

Quizás Bullrich creyera que esa revelación deslumbraría a los presentes, además de ser para los medios el próximo título de tapa. Pero todos se dieron cuenta de que ello era, en realidad, una remake de la estrategia del gobierno de Fernando De la Rúa al anunciar, en diciembre de 2000, el mega préstamo con el que se pretendía esquivar el default. Un salto al vacío, entre cuyos efectos colaterales resaltaba una quita del 13% a los haberes de jubilados y empleados estatales. La ejecutora de esto último resultó ser nada menos que ella, quien por entonces era ministra de Trabajo. Fue el principio del fin.

Ya se sabe que, entre el 19 y el 20 de diciembre de 2001, todo estalló en mil pedazos. De la Rúa huía de la Casa Rosada en helicóptero, mientras en la Plaza de Mayo ya había 27 muertos y más de dos mil heridos.

A casi 22 años de aquello, Bullrich traía al presente el verbo “blindar”, en referencia a otro préstamo del FMI.

La salida de Bullrich del universo menemista coincidió con la renuncia de Domingo Cavallo. Ella buscaba un nuevo puerto político. Puro olfato.  

¿Acaso la historia se repetía en forma de anuncio?

Tal vez, luego, al abandonar el predio de la Sociedad Rural a bordo de una camioneta con vidrios polarizados, en compañía de su prensero y cuatro asesores, Bullrich haya caído en la cuenta de semejante “macana” discursiva. Y es posible que, a sólo metros de la avenida Santa Fe, sus ojos se toparan con unos afiches rojos pegados en un muro que exhibían su silueta con un brazo en alto y los dedos en “V”, debajo del escudo de la organización Montoneros. Su texto: “Carolina Serrano presidenta”. Era un alias que usaba en los tiempos de su militancia juvenil. Se trataba de una “chicana” que atribuía a su archirrival interno, Horacio Rodríguez Larreta.

El pasado volvía para incomodarla otra vez. 

El sueño peronista

Dada su mutación en figura de la ultraderecha local, la etapa peronista de Bullrich en las filas montoneras no goza de buena prensa entre el electorado del establishment. Por eso, cuando los periodistas le preguntan al respecto, ella invariablemente baja la vista, y responde: “Jamás fui montonera. Sólo estuve en la JP (Juventud Peronista)”.

Desde luego que eso no es exactamente así.

Ocurre que, tras morir Perón, afloraron los crímenes de la Triple A. Y que, entonces, Montoneros adoptó el recurso del “doble encuadramiento”, por el cual muchos militantes de superficie fueron incorporados a su aparato militar sin dejar de pertenecer a sus agrupaciones de origen.

Todo indica que “Cali” –tal era su nombre de guerra– fue asimilada a tal régimen. Y a modo de broma se decía que su rango era “cuñada primera”, ya que su hermana, Julieta, era la pareja de Rodolfo Galimberti, un cuadro militar de aquella milicia. Los tres actuaban en la Columna Norte de la “Orga”.

En ese contexto, ella tuvo la desdicha de ser rozada por un problemita familiar, el cual, desde 1974, se mantuvo en el más absoluto de los secretos.

A fines de agosto le encomendaron un relevo de zona; debía monitorear el flujo de vehículos en un tramo de la Avenida del Libertador.

Las directivas no incluyeron ningún detalle sobre la acción en ciernes, y menos aún su objetivo. Cali sólo tenía que saber la parte que le correspondía.

Esa tarea la tuvo ocupada por unos días y después redactó un informe.

Así sobrevino el 19 de septiembre.

A las 8:05 de aquel jueves, una camioneta Chevrolet C-10 Posi Track de color beige permanecía estacionada sobre la calle Acassuso, casi en la esquina con la avenida Elflein, de La Lucila. Tenía una lona verde que cubría la caja y carteles que decían “Al servicio de Entel”.

Al volante estaba Miguel Lizaso. En el medio, Galimberti. Y, acodado sobre la ventanilla derecha, un militante apodado “Chacho”. En sus piernas reposaba una escopeta recortada.

También había una camioneta Dodge y una Ford F-100, además de diez militantes. Algunos simulaban arreglar un poste de luz.

Galimberti miró por enésima vez su reloj; ya eran las 8:10.

En ese preciso instante, a casi cinco kilómetros de allí, alguien abrió el portón de la enorme propiedad (que comprendía tres mansiones) situada en la calle Florencio Varela 672, de Béccar. Y del frondoso jardín emergió un Ford Falcon Deluxe celeste con doble faro, escoltado por otro del mismo modelo, pero verde. Ambos doblaron por Libertador a la izquierda.

Un Peugeot 504 comenzó a seguirlos.

El asunto arrancó según lo previsto. El vehículo que diariamente llevaba a Jorge Born al edificio de Lavalle y Reconquista (donde estaban las oficinas del holding Bunge & Born, del cual él era director general) había partido a la hora indicada, conducido por el chofer Juan Carlos Pérez (identificado así por la inteligencia previa). También formaba parte de esa rutina el dúo de policías de civil que lo custodiaba desde el otro vehículo.

Pero algo no figuraba en el libreto: los dos inesperados acompañantes del empresario. Quien estaba con él en el asiento trasero era su hermano Juan (que, como gerente del grupo, solía ir a dicho edificio en un Chevrolet 400). Pero del que estaba al lado del chofer –un tipo cuarentón, de porte atlético y cabello raleado– se ignoraba hasta el nombre. ¿Acaso era un guardaespaldas?

Tal pregunta aguijoneaba a los del Peugeot.

En tanto, Galimberti volvió a mirar su reloj; ya eran las 8:22.

Fue justo cuando el primer Falcon se asomó en esa esquina.

De pronto, Miguel soltó el pie del embrague, y apuntó la camioneta bien al medio del auto celeste. Sus neumáticos chirriaron al tomar velocidad. La violenta embestida tiró al Falcon a la vereda. Los tres atacantes ya habían saltado de la cabina cuando vieron al chofer Pérez estirar una mano hacia la guantera; allí había un arma. Quizás en aquella fracción de segundo también hayan visto al misterioso tercer pasajero. Y reventaron el parabrisas a balazos.

El otro Falcon fue chocado en simultáneo por la camioneta Dodge. Los dos custodios no se resistieron. Y se los redujo.

En tanto, los Born fueron sacados del auto. Juan salió corriendo pero lo atajaron a los pocos metros. En la caja de la Ford F-100 ya lo aguardaba Jorge, envuelto en una lona.

Ese vehículo cruzó la barrera por la calle Roma, hacia la provincia. Los otros guerrilleros se replegaron con rapidez en diferentes direcciones.

Lentamente, los vecinos empezaron a asomar las narices.

Los dos custodios, atados sobre la vereda, pedían auxilio. Pérez quedó muerto sobre el manubrio. Su acompañante pudo salir del auto, caminó unos pasos, y se desplomó sin vida sobre la vereda.

Aquella tarde, Julieta estaba con Cali en un departamento de la Avenida del Tejar. Y al llegar su novio, exhaló un suspiro de alivio.

Galimberti lucía jubiloso, y arrojó un ejemplar de la quinta edición del diario Crónica sobre la mesa.

En su segunda página se develaba el enigma del hombre que murió con el chofer: era un alto directivo de Molinos Río de la Plata, la nave insignia del holding. La fatalidad quiso que aquella mañana desayunara con los Born en la residencia de Béccar.

A Cali le bastó mirar su foto para quedar lívida; entonces, exclamó:

— ¡Mataron al tío Alberto!

En realidad, se trataba de su tío segundo. Porque Alberto Luis Cayetano Bosch Luro, de 40 años, era el hijo menor de doña Celia María Luro Sahores, prima de su abuelo materno, Juan Carlos Luro Livingston. Vueltas de la vida.

Juan Born fue liberado en marzo de 1975. Y Jorge, el 20 de junio. Por sus vidas se pagó 60 millones de dólares, un récord mundial en la materia.

Años después, ya durante la última dictadura, sobrevino un largo exilio para Galimberti, Julieta y Patricia en México y España.

En los años 80, la actual precandidata volvió al país, mientras su hermana y el jefe guerrillero, ya enemistado con la conducción nacional de Montoneros, se establecieron en París, donde él fundó una fracción disidente, el Peronismo Montonero Auténtico (PMA).

Ella falleció en las afueras de la Ciudad Luz a raíz de un accidente vial.

Los primeros peldaños

El 24 de agosto de 1984, Patricia Bullrich caminó bajo el frío hacia la avenida Pueyrredón. Allí esperaba Galimberti al volante de un Peugeot 404. Lucía ansioso, acaso perturbado por la espesura del tránsito. Caía ya el sol cuando ella se acomodó a su lado.

Hacía ocho meses y medio que Raúl Alfonsín conducía la restauración de la democracia. Aún tenía el anhelo de conformar el “Tercer Movimiento Histórico” que forjaría nada menos que la “Segunda República”. Un deseo que debía sortear dos notables obstáculos: la deuda externa y el amenazante jadeo del poder militar.

Por lo pronto, ya había anulado la denominada “Ley de Autoamnistía” que impuso el régimen de facto poco antes de concluir; creó la Conadep, cuyo informe le sería entregado el 20 de septiembre, y ordenó por decreto el Juicio a las Juntas, a efectuarse al año siguiente. Una política de gran valor, aunque amañada por la “teoría de los dos demonios”, ya que él también había firmado otro decreto para procesar a las cúpulas guerrilleras.

“En ese momento, Menem le susurró a Erman González:
— Esta chica es de morderle la mano a quien le da de comer”.

Dicho sea de paso, eso incluía a Galimberti, razón por la que seguía en la clandestinidad.

Ese viernes estaba programada la presentación de la Juventud Peronista Unificada (JP-U) en el Luna Park, una agrupación armada desde la sombra por él. En la lista de oradores (que incluía ilustres dirigentes partidarios) figuraba el nombre de Patricia. Aquella sería su gran noche.

Y lo fue, pese a su dicción nerviosa, atravesada por balbuceos; de modo que supo convertirse así en una de sus caras visibles de la JP-U.

A la noche, ya en una pizzería de Chacarita, su cuñado quiso saber:

— ¿Y? ¿Qué sentiste al hablar?

No sin una pizca de rubor, ella contestó:

— Fue emocionante.

Él se mostró benévolo al comentar su desempeño sobre el escenario. Y hasta se permitió una lisonja:

— Mirá cuando te toque hablar desde el balcón de la Rosada…

A Patricia se le escapó una risita.

Lo cierto es que la JP-U fue su plataforma para el coqueteo con las ligas mayores del Partido Justicialista (PJ).

Primero se acercó a Vicente Leónidas Saadi, el líder de Intransigencia y Movilización Peronista; luego tomó ubicación en el sector renovador, bajo el ala del mismísimo Antonio Cafiero. Pero, en 1989, la llegada a la presidencia de Carlos Saúl Menem la orientó, casi en forma pavloviana, hacia él.

¿El “Loco” –como se le decía a Galimberti– tuvo algo que ver con ese flamante posicionamiento?

Indultado por Menem el 7 de octubre de 1989 (junto con 300 represores y otros tantos civiles con causas por “subversión”), dio por superado, luego de 17 años, el lastre de la clandestinidad.

A los cinco días, en un salón del Hotel Lancaster lleno de periodistas y agentes de la SIDE, ocurrió su reconciliación pública con Jorge Born.

Era la foto de la “pacificación nacional” que el gobierno tanto anhelaba.

El Loco, que lucía un impecable saco Príncipe de Gales, le manifestó su arrepentimiento por las molestias causadas en 1974.

El empresario replicó:

— Para mí esto es un asunto olvidado. Ya pasó mucho tiempo. Pero si es verdad que usted está arrepentido nos puede ayudar con el juicio.

Aludía a la recuperación de los 17 millones de dólares presuntamente en manos de los herederos del financista David Graiver, ya fallecido, a quien se le atribuía la administración del rescate obtenido por Montoneros en razón al secuestro de los Born. Galimberti accedió con beneplácito.

En paralelo, se asoció con ex agentes de la CIA en una empresa abocada al espionaje “privado” y a la seguridad. El tipo ya jugaba en el equipo rival.

Pero volvamos a Patricia.

En 1993, su cercanía a Menem parecía indisoluble, al punto de que fue elegida diputada por la Capital, en la lista encabezada por Erman González y Miguel Ángel Toma. Desde su banca supo apoyar sin reservas las políticas aplicadas por el gobierno menemista.

En aquella época saltó a la luz el affaire por los “retornos” del PAMI, a cargo de Matilde Menéndez. Un asunto que salpicó al peronismo porteño.

La diputada Bullrich sobreactuaba indignación al respecto. Y su colega de bancada, el diputado Eduardo Varela Cid se lo hizo notar.

El altercado fue a los gritos en un pasillo.

— ¡Yo no estoy acá para hacer negocios! –exclamó Patricia.

Y la réplica fue:

— ¡Tu negocio, nena, es la acumulación de poder!

Lo que se dice, ojo clínico.

La salida de Bullrich del universo menemista coincidió con la renuncia de Domingo Cavallo. Ella buscaba un nuevo puerto político. Puro olfato.

En ese momento, Menem le susurró a Erman González:

— Esta chica es de morderle la mano a quien le da de comer.

Su naturaleza cambiante era ya proverbial. No se trataba, desde luego, de alguien que salta sin red desde la izquierda a la derecha o viceversa. Por el contrario, lo suyo era un viraje escalonado, peldaño tras peldaño. En fin, una conducta que bien se podría definir como “sustitución continua de lealtades”, y siempre arrimándose de manera sinuosa al ganador de turno.

Fue entonces cuando ella inició su aproximación estratégica al entorno del ascendente De la Rúa.

Ya se dijo como concluyó aquella etapa.

A tal desgracia se le sumó la muerte súbita de su Pigmalión: Rodolfo Galimberti exhaló su último suspiro el 12 de febrero de 2002.

Patricia había quedado sola, y a la intemperie.

La sargento del macrismo 

Ya al filo de los 47 años, Patricia Bullrich seguía “cancelada” por su papel de “verdugo salarial” del gobierno de la Alianza, cuando, el 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner se calzaba la banda presidencial.

Ella vio por TV aquella ceremonia desde el living de su departamento, no sin que se apoderara de su voluntad un impulso que materializaría algunos días más tarde: ofrecerse a las nuevas autoridades para “lo que sea”.

La negativa fue muy discreta: ni siquiera le contestaron.

Por ello pasó al Plan B, que consistió en presentar su candidatura a jefa de Gobierno de las Ciudad en las elecciones del 24 de agosto.

Entonces armó a las apuradas el sello Unión por Todos –que se alió al espacio de Ricardo López Murphy–, sin hallar mejor compañero de fórmula que Carlos Manfroni, un personaje bizarro que pasó del nacionalismo católico de ultraderecha al neoliberalismo de ultraderecha.

La campaña de Bullrich fue a pulmón.

A tal fin, acudió una tarde al Café Tortoni. Allí abordó a un caballero ya entrado en años y elegantemente trajeado, que leía el diario La Nación.

El tipo la frenó con una pregunta:

— ¿No le da vergüenza andar por las mesas ponderándose a sí misma?

Tras enrojecer, Patricia siguió su camino hacia otro votante.

Aquella vez fracasó con el 9% de los votos.

Fue la inefable Elisa Carrió quien la rescataría de su purgatorio terrenal, dado que, en 2007, ya integrada a la Coalición Cívica, Bullrich pudo llegar a la Cámara Baja. Donde –revalidación mediante– permaneció hasta 2015.

De modo que Lilita fue su peldaño para llegar a Mauricio Macri.

El resto de la historia es conocida. Ya con él en la presidencia, aquella mujer, desde el Ministerio de Seguridad, fue el “garrote” del régimen. Tanto es así que la represión política, el punitivismo social y el control del espacio público, fueron los ejes preferenciales de su gestión. Una cruzada que incluyó el derramamiento de sangre, como la de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, entre otros casos no tan resonantes.

Lo cierto es que semejante eficacia le valió regresar al llano ungida –por el propio Macri– con la presidencia de PRO. El sitio que hizo de ella lo que es en el presente, y desde el cual incluso devoró a su líder, convirtiéndolo en una suerte de “padrino jubilado”. Es que Bullrich ya no necesita trepar junto al ganador de turno, porque ahora es ella la que se percibe como tal. Claro que, entre esa creencia y su concreción, se interpone nada menos que la realidad.

Por Ricardo Ragendorfer/ Le Monde Diplomatique

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