Rechazar la amenaza

Actualidad 18 de mayo de 2023
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El poder mafioso vigente en la Argentina, en sus distintos órdenes y rangos, se activa con la lógica de la amenaza. En varias ocasiones debatimos sobre esta cuestión, pero puesto que en esta coyuntura electoral se agrega una nueva capa de sentido a esa lógica ancestral que activa el poder mafioso, volvemos sobre esta cuestión.

El poder mafioso despliega sus acciones criminales sobre la lógica de la amenaza, entre otras tantas formas cognitivas. Esa racionalidad dispone un mecanismo sencillo y no por eso menos efectivo: activar una escena de desorden profundo para proponer un orden. Se estimula a propósito “la ley de la selva” -quiero decir que se crea desorden adrede- y ante el pavor que provoca la amenaza en el sujeto amenazado, se despliega una promesa de orden, acompañada por un ofrecimiento de protección. La protección implica imponer y cobrar un tributo (un impuesto) al sujeto que recibe la amenaza. Esta escena tiene una peculiaridad que la vuelve singular: radica en que las distintas acciones corren por cuenta de una misma agencia: la mafiosa. Esta crea desorden a través de un sistema de amenazas, se postula luego como garante del orden, impone un pago al sujeto amenazado a cambio de protección, se lo cobra, y legitima su poder.

La ley de la selva pugna por imponerse entre nosotrxs: la está desplegando el fascismo tecno de Milei (este nombre debe ser entendido como el índice de una situación cultural amplia), quien promete un gobierno de la muerte. Para que esto último se entienda es preciso tirar del hilito sutil de la aniquilación. La muerte está en la propiedad privada desde el momento histórico en que la caza se propone como hecho. “Si mato ese ciervo y lo incorporo pasa a ser mío”. La acción de cazar (apropiarse de un animal) se extiende luego al territorio de caza demarcado como propiedad privada con un discurso o una cerca. Esa primera acción se prolonga luego en la guerra: todo lo que se vence pasa a formar parte de lo propio. Y sobre esta base se crea un tipo de comunidad y un tipo de nación también. La acción primigenia de la caza se amplía también en el latrocinio. Todos estos actos resultan en un plus de propiedad privada que es insertado en el mercado. Este, entonces, es la expresión de la muerte. Y el Estado constituido sobre la comunidad del aniquilamiento también. Ésta, comprimida, es también la historia del Estado argentino: del Estado reaccionario, oligárquico, clasista, en el que se abisma ese arco histórico tensado entre la campaña del desierto y los vuelos de la muerte.

Con la imaginería infernal del mercado de órganos, Milei plantea el cuerpo -o incluso lo digo mal: la vida– como territorio de caza y despliega la promesa del gobierno de la muerte. ¿Quién es el fascista tecno? Un agente de desorden que despliega una amenaza expansiva sobre la sociedad nacional. Pero esa agencia es más difusa: la integra complejamente un segmento conspicuo del poder judicial. Son los sujetos que aceptan ingresar a ese poder por decreto (esto es: ilegalmente), son los que viajan a lagos escondidos pagados por medios y funcionarios opositores, son quienes responden a los intereses del campo antagonista. Esos sujetos no son empleados. Integran el poder mafioso. Solo un tonto podría creer que pueden autodepurarse de su propia condición. Esos sujetos también son agentes de desorden: intervenir, encimándose al momento de los comicios, en dos provincias demuestra su acción desorganizante. En esa agencia del desorden (ADE) revista también la mediaticidad monopólica tóxica. Desordenan con sus tapas: “la bala que no salió y el fallo que sí saldrá”; “vía crisis” (acompañada por una crucifixión); “ser pasado”; “diagnóstico final”; “el pacto (para que no vuelva nunca más)” y así. Y en la ADE (HADES en castellano) trabaja en pos del mismo desorden un segmento conspicuo del empresariado: ese que se ocupa de “remarcar la canasta básica”, eufemismo que indica la negación del derecho a una alimentación saludable y, en determinadas clases sociales, a la alimentación, esto es, al hambre.

Si tratáramos de comprender a Milei de manera escindida del campo de fuerzas sociales y políticas del que participa, cometeríamos un craso error. Milei integra una especie de triángulo escaleno -“cojo”, como le decían los griegos, pues sus lados tienen longitudes diferentes- junto con Bullrich y Rodríguez Larreta. Estoy tratando de sugerir que trabajan de modo coordinado. El triángulo es la imagen geométrica de la lógica mafiosa que estoy proponiendo aquí. Si se acepta a Milei en tanto agente de desorden, Bullrich deberá ser entendida como una oferta de orden por ultraderecha y Rodríguez Larreta como otra oferta -“de la misma marca”- por derecha-ultra, contrabandeada como “moderada”. La relación entre estos núcleos encarna la dialéctica desorden-orden presente en la problemática política implicada en el poder mafioso vigente en la Argentina.

El poder mafioso despliega un fascismo tecno fascinante y seductor, cuyo designio es desordenar para autopostularse como garante de orden con dos ofertas que son la misma. El “precio de la paz” se impone sobre toda la sociedad nacional. Ese impuesto se cobrará a través de una elección política con viso democrático: lo es porque la figura de la proscripción está ahí, en estado de disponibilidad, lista para ser activada. Aquí está el secreto de la inteligencia criminal: activar el mecanismo violencia/organización o desorden/orden dentro de las formas de la convivencia democrática. La actividad específica de la empresa mafiosa es la venta de protección sobre la base de un conflicto generado dentro del Estado para dominar el Estado. Estamos ante la simpleza de un mecanismo paradójicamente complejo, que transforma la protección en confianza y a sus víctimas (una sociedad entera) en clientela política. Es la industria de la violencia y la amenaza que funciona inyectando en la sociedad y en el mercado -para que oprima también, a su vez, a la sociedad- dosis calculadas de desconfianza (desorden) y venta monopólica de confianza (orden). El precio se conoce como pizzo (de pizzicare: pellizcar, la parte de un todo sobre la que se interviene) que en la Argentina se pretende recaudar como tributo electoral. El designio es obligarnos en la servicialidad respecto de una lógica de sumisión.

Estos modos procedimentales no son nuevos en la Argentina. Fueron escenificados oportunamente con la fórmula de la “pesada herencia”. Ese concepto se impuso a una identidad política para que amplias clases sociales nacionales la aceptaran como si fuera una cueva de ladrones transgresores de las leyes. Fue escenificada, otra vez, con el magnifemicidio contra la vicepresidenta, que creó una atmósfera de desorden nacional. Y la amenaza constituye una latencia que se extiende sobre la sociedad nacional. Un puñado de minutos antes de que la vicepresidenta diera su clase magistral -“La Argentina circular”- en la inauguración de la Escuela Justicialista, el ex presidente Macri publicó una carta en la que sobrevuela la intimidación, lejos de toda metáfora: “[con las elecciones de 2023] No habrá más años de kirchnerismo, más allá de lo que diga el resultado electoral”.

El poder mafioso vigente en la Argentina, en sus distintos órdenes y rangos, se activa con la trampa de la amenaza. Y la amenaza es una trampa para la conducta. Si una trampa se organiza como invitación a ingresar a un lugar del que no se podrá salir, la amenaza tiende a operar sobre la conducta. La amenaza de desorden, de violencia, busca estimular miedo y este tiene un efecto paralizante. La vicepresidenta sea tal vez el único actor político que no acepta esa racionalidad y entonces los sujetos que integran el poder criminal del que estamos hablando se crispan.

El ADE pretende instruirnos en la aceptación del gobierno de la muerte, de una existencia que nos masacra. Pretende también atrapar nuestras conciencias en su lógica del (des)orden. Ante eso, no aceptar y abrir las compuertas humanas a una ciudadanía compleja, dispuesta a la participación social, a la vocación cultural y política, a ser hombres y mujeres plenas de una comunidad de iguales. Esto es: justa.

Por Rocco Carbone / CONICET * LA Tecla Eñe

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