Diccionario Restó-Castellano
Hemos llegado a un punto en la gastonomía en el que uno agarra un menú de restorán y queda más perdido que tiktoker sin señal de wifi. Eso si logra determinar que el local al que va a ingresar es efectivamente un restorán, ya que ahora está camuflados bajo distintas denominaciones: pizza-café, bistró, tienda de platos cocinados, Lounge, Almacén de comidas servidas por un mozo, Trattoría, Cholo Grill and Bar y el más traicionero y tradicional “restó”, en sus tres variantes: restó-bar, restó a secas y andá a la restó que te re contra restó.
¿Qué es un restó-bar? ¿Es lo que sobró de un restorán? ¿O es un bar al que no le da el cuero para ser restorán? ¿Te sirven los restós? Traduzco. “Bar-restó” quiere decir: sucucho incómodo y pequeño, poca luz, baños ínfimos que antes era un bodegón y ahora se refinó para cobrarte un 40% más caro el morfi.
Porque ese es el problema central: la comida y su precio.
Lo que antes era “menú económico” ahora es “Menú Ejecutivo”. Lógico. ¿Quién no quiere sentirse un ejecutivo? ¿Acaso alguien pediría el “Menú Cadete”?
Y todo cambió: un “petit-entrecot empanado sobre colchón de verdes” no es otra cosa que una milanesa con ensalada, pero a 3.000 mangos. El “mini steak de ternera con timbal de arroz” no es otra cosa que un cacho de bife… perdón… un cachito de bife con arroz hecho flancito con un molde como el que usábamos en la playa. En lugar de arena, usan arroz. Le ponen una hoja de cilantro arriba y te sacuden 3.500 mangos sin que suene ningún timbal.
Las carnes ya no se hacen más a la parrilla. No. Ahora “se grillan”. Espero que no empiece a aparecer gente que cuando te quiera invitar a un asado diga: “che, ¿te venís el domingo que voy a grillar unas carnes?” porque juro que me compro una ametralladora.
Las costillitas de cerdo ahora vienen con el hueso pelado. O sea: le sacaron lo más divertido que es chupar el huesito, y se llama “rack”. Si querés chupar el huesito y no comer nada, tenés que pedir las “BBQ ribs” (Barbequiú), que cotizan en dólares y no son más que costillas de cerdo recocinadas con una salsa muy salada que disimula el gusto a hueso viejo.
El viejo y querido estofado ahora se llamá “ragú”, el guiso es “casoulette” y la sopa que se enfrío es sopa fría. Próximamente: ravioles fríos, lasaña congelada y helado de morcilla.
Otra aberración contemporánea: el sandwich abierto. O sea: pan, algo arriba y el otro pan separado. ¡Eso no es un sandwich! El sandwich es pan, algo y pan arriba, cerrado. El sandwich abierto es como que me traigan el asado de tira deshuesado o una empanada al aire libre, sin repulgue (ya va a llegar, créame).
En un hecho que perpetúa el patriarcado, las frutas ya no son femeninas. Son frutos. Frutillas, cerezas, moras, guindas, cualquier cosa es un “fruto rojo”. ¿Qué sigue? ¿Que las naranjas y mandarinas sean “frutos anaranjados”? ¿Que la manzana asada sea “fruto verde al horno”? 
Lo mismo sucedió, pero sin cambiar de género, con los mariscos. Nadie sirve ya un marisco. Ahora les dicen “frutos de mar”, que es como que a las achuras les digan “frutos de vaca”.
¿Adónde quedaron las supremas maryland, las costillitas a la riojana, los fideos tuco y pesto, un peceto al horno con papas? ¿Quién nos robó el placer de comer en un restorán?
Y esto recién empieza. No sé si recuerdan que podía suceder que entrara al local algún vendedor de flores, particularmente rosas envueltas en celofán “para la dama”. Ya fue. ¿Saben por qué? ¡Porque ahora las flores te las dan de comer! Si. Sirven flores como comida. La última que me pasó le dije al mozo: “Llévese el plato y traigamelo sin flores. No estoy en época de polinizar”. Creo que no entendió la ironía.
Y ahora, si me disculpan, los tengo que dejar que llegó el pibe del delivery trayéndome unos ñoquis a la veronesa de Shakespeare, unos calamares en tinta de García Márquez y de postre un Flan con crema de Gabriela Mistral. Pedí comida de autor.
Por Adrian Stoppelman * Telam