Lo que es del Cesar

Actualidad 27 de octubre de 2022
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“Al César lo que es del César” es un simple y manido dicho popular de bastante pertinencia al momento de abordar, en la coyuntura, el comportamiento político de una parte considerable del movimiento nacional que da la impresión de embarcarse en propuestas que están bastante lejos de poder resolver los intríngulis para los cuales son enunciadas. En todo caso, son discutibles en términos de poder conseguir las metas anheladas con bastante menor costo político, porque no se chinga acerca de las causas que ponen el reloj de la sociedad argentina en mala hora. Lo cierto es que a partir de los recursos disponibles de poder político, el César no las tiene todas consigo. Esa es la sensación que deja la lectura del documento dado a conocer en el acto de la Plaza de Mayo del 17 de Octubre.

Hay que convenir que el documento posee un mérito que no tiene que ver con su redacción. Implícitamente, explica muy bien por qué razón el Presidente de la Nación, y a la sazón del PJ, no fue ni a ese ni a los otros dos actos que plasmaron así la división política existente y se contentó con una sobria inauguración de un tramo de ruta muy alejada de cualquier fervor popular y muy cerca de las inquietantes crónicas del camino hechas por Marcelo Figueras. La prudencia sugirió que no apareciera en los palcos porque nadie podía asegurar que su presencia no concitara una rechifla generalizada, imposible de contener. Y también que ni siquiera haya sido mencionado en los actos donde no estuvo. Por si las moscas, mejor no provocar a la muchachada. 

Es obvio que atravesamos una situación política muy delicada. En lo que hace a la vida material de la sociedad civil no se da pie con bola, y si la coyuntura no se pone más densa de lo que ya está es porque sería necesario que el eventual reemplazo, la derecha reaccionaria, tenga a mano algo más interesante y viable que la perspectiva de hacerse espacio a los garrotazos mientras profundiza los aspectos menos edificantes de la actual política económica y deshace sus no muy numerosas acciones positivas. Sobre la violencia política, el documento de la Plaza dice muy bien que “la masiva y pacífica movilización popular en rechazo a la persecución de nuestra Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y en repudio al intento de magnicidio ha demostrado que la violencia en todas sus expresiones no tiene destino, muy por el contrario, nos ofrece la oportunidad clara de consolidar el camino de la unidad nacional”. El señor burgués ha disparado primero, al decir de Federico Engels en sus reflexiones sobre la violencia política, y recibió la repuesta generada por la serena responsabilidad que hace eje en la integración nacional.

Inflación

En el documento de la Plaza, mientras con toda pertinencia se alienta a “restaurar el rol del Estado en el control y planificación de la economía, articulando con las organizaciones libres del pueblo las políticas necesarias para imponer la soberanía alimentaria y garantizar que ninguna familia argentina tenga que soportar una injusta e intolerable situación de pobreza, implementando de manera urgente un aumento de suma fija y asegurando un ingreso familiar de emergencia para paliar en parte el deterioro que provoca el incesante incremento de precios de los productos de la canasta básica”, se advierte que “un aspecto central para combatir la inflación que deteriora el poder adquisitivo de toda la población argentina es terminar con las prácticas monopólicas y oligopólicas de los grupos concentrados de la economía, que vienen ejecutando una remarcación irracional, implementando un estricto control de precios de los insumos difundidos. El Estado debe fijar valores de referencia a partir de los cuales se ordenen los integrantes de cada cadena de valor”.

No es por la morfología de los mercados que aumentan los precios, sino por que aumentan los costos y, además, en el caso específico de la Argentina, porque a la política económica se le ha dado –desde hace largo tiempo– por jugar a los dados con la distribución del ingreso. En todo el mundo, las grandes corporaciones multinacionales han elevado los precios por efecto del aumento de los costos, que presionan en conjunto la revaluación del dólar global de la mano de la suba de la tasa de interés norteamericana, el conflicto ucraniano-ruso (energía-alimentos), las limitaciones e insuficiencia de la logística mundial en la post-pandemia y el efecto del cambio climático en algunas cosechas. Globalmente, las empresas que abastecen a los mercados de consumo masivo y que cotizan en las bolsas han presentado balances con ganancias en alza y caídas de ventas (cantidades físicas en baja, aunque menos que proporcionales a los aumentos de precios).

Este es el resultado de aumentos de costos, que se reflejan en subas de precios. En el mundo desarrollado, hace cuatro décadas que no se registraban. En otras palabras, los precios no aumentan porque la codicia de las grandes corporaciones globales para engordar sus ganancias los impulsan al alza, sino como reflejo de la presión de los costos. Los consumidores, para no estropear su alimentación, han preferido dejar de comprar otras cosas y la caída en la cantidad demandada de alimentos resultó menor al aumento de precios. Eso por ahora. Respecto de la estanflación, Jeff Bezos, el fundador de Amazon –el gran gigante de la distribución del consumo masivo–, el martes pasado tuiteó una atemorizadora sugerencia para no dejar dudas de que cree que se viene la maroma en serio: “Cierren las escotillas”.

En estas circunstancias, tanto globales como nacionales, postular que sofrenar la inflación pasa por ejercer el poder de policía del Estado y poner en caja a la avidez desmedida de las corporaciones es hasta un tanto ridículo. En principio, es tan ingenuo y tosco el razonamiento, que si el corazón valiente que se pone al frente de controlar la inflación con plena voluntad y toda intención de disciplinar a las codiciosas corporaciones una semana después de asumir tiene algún problema de salud que le impide ejercer la función, sonamos. La inflación se volvería a descontrolar, porque a juzgar con este criterio la marcha del índice de precios, los eunucos abundan. La otra ironía es que en un paisaje cultural donde, a Dios gracias, el machismo tiene bien ganada mala fama, en materia de inflación parece estar a la orden del día. Todo esto no tiene nada que ver con una chicana, puesto que va en busca de las premisas de las cuales se parte para arribar al diseño de políticas inocuas y contraproducentes. Es natural sospechar que a nadie se le ocurriría hacer funcionar el capitalismo con la competencia perfecta de manual. Competencia y capitalismo son tan ajenos como el agua y el desierto y se la invoca por mero alarde ideológico.

Los que contra viento y marea teórica y empírica sostienen la hipótesis de la inflación por codicia oligopólica, al menos deberían tomarse el trabajo de explicar cómo es que si la esencia de la dinámica del capitalismo es la concentración y oligopolización de los mercados, por qué causa hay periodos muy largos de quietud de los precios y lapsos relativamente cortos en los que se soliviantan. ¿Sería algo así como que a veces se le despierta Mr. Hyde y a veces no? Además, si estas estructuras de mercado podrían manejar los precios a su antojo, las crisis cíclicas del capitalismo –su rasgo de existencia distintivo– serían imposibles. El síntoma inequívoco de la crisis es la deflación, o (caso estanflación) que el nivel de precios no pudo subir lo necesario para mantener el sistema a flote. Bastaría con subir los precios a voluntad para que eso no pase, pero pasa. Las demostraciones por el absurdo podrían continuar, pero el par puesto de manifiesto muestra qué debilitante es no encontrar una respuesta a conciencia y sí a pura ideología. El problema de la inflación, encarado con el curioso y singular criterio de la codicia oligopólica, tiende a agravarla, en lugar de calmarla. Sino que le pregunten a José Ber Gelbard, a ver cómo le fue congelando los precios. Hay que estar muy falto de argumentos para exhibir como un éxito semejante fracaso.

Vos que podés

Es encomiable lo que dice el documento de la Plaza del 17 cuando propugna que “el Estado debe fijar valores de referencia a partir de los cuales se ordenen los integrantes de cada cadena de valor”. La discusión es cómo. Medidas tan importantes como trascendentes, desde el punto de vista anti-inflacionario, como retenciones y fijación del tipo de cambio, no figuran en esa proclama. Tampoco hay que espera milagros en materia inflacionaria si no se suben los salarios hasta el nivel que se considera normal para la familia argentina, muy por encima de la remuneración promedio actual. La situación ya lleva al menos cinco décadas y eso que fue parcial y positivamente enmendada entre 2003 y 2015.

En rigor de verdad, ni cuando en el siglo XVIII, el economista francés Jacques Claude Marie Vincent de Gournay acuñó el concepto de laissez faire (dejar hacer) para fundamentar la libertad de mercado, eso tenía que ver con la realidad. El problema siempre fue y es cómo el Estado regula. El laissez faire es un invocación a que la cosa se resuelva a favor del que más poder tiene, el único que –justamente por eso– puede hacer.

Quizás lo que proporcione un criterio razonable para inferir la eficacia de la estrategia para domar el potro del capitalismo es lo que le sucede al hombre más poderoso del planeta, el POTUS Joe Biden, con Arabia Saudita y China. Cuando Biden estaba en campaña para la votación que finalmente lo hizo Presidente, se comprometió a convertir a Arabia Saudita en un “paria” internacional, en repudio al cruel asesinato del disidente Jamal Khashoggi en 2018. En tanto, Donald Trump no dejaba de manifestar su gran amistad con Riad. Ahora como Presidente, Biden hace unos meses fue al reino y convino con el príncipe heredero Mohammed bin Salman (conocido como MBS, el verdadero poder de los saudíes, acusado de ser el factótum en el asesinato de Khashoggi), que aumente la extracción de petróleo para frenar el precio de la nafta. Arabia Saudita es el mayor productor de petróleo del mundo. Biden pretendía llegar a las elecciones legislativas de noviembre con el precio de los combustibles apaciguados.

MBS, como capo de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), hace semanas arregló con Rusia –el otro gran productor–, en lo que se conoce como OPEP Plus, cortar un porcentaje de la producción de barriles a fin de que suban los precios del crudo. “Va a haber algunas consecuencias por lo que han hecho con Rusia”, le dijo Biden a CNN. En esos días, lo ejecutivos más importantes de Wall Street confirmaron que irían a Arabia Saudita, a lo que se conoce como el “Davos del Desierto”, cuyo anfitrión es el mismísimo MBS. El fondo soberano saudí tiene 600.000 millones de dólares. Los funcionarios saudíes han insistido en que el reino sigue siendo un aliado firme de Estados Unidos y defendieron la decisión de la OPEP Plus como un paso puramente económico. Los esfuerzos de Biden para enchastrar a Arabia Saudita como secuaz de Rusia parecen, de momento, no haber logrado convertir al reino en un paria. Los demócratas en el Congreso han instado a tomar medidas de represalia, como detener la venta de armas. Hasta ahora, Biden se ha negado a identificar posibles castigos y no ha anunciado más pasos en esa dirección.

Así como con el castigo a los saudíes no pasa naranja, las medidas contra China van viento en popa. ¿Dónde está la diferencia? La condición necesaria para el funcionamiento de las segundas es que el Estado pueda impedir que entre mercadería de China al suelo norteamericano vuelve interesante regresar de China a los Estados Unidos con las inversiones. La política de contención de China –en verdad, de ampliación de los Estados Unidos– aumenta el mercado y las oportunidades de inversiones, mientras contra los saudíes troncha las oportunidades de inversión y negocios que se abren con el reino. Corolario: si queremos frenar la inflación, debe haber “negocios para todos”. De lo contrario, los que tienen el poder de decidir si invierten o no, al negarse a poner un peso y salir, le ponen de sombrero el poder político al movimiento nacional. Hasta nueva orden, la única verdad sigue siendo la realidad. Al César lo que es del César, mientras el capitalismo funcione según una regla simple: hay que ganar plata.

Por Enrique Aschieri * El Cohete a la Luna

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