Sólo los neutrales activos sobrevivirán la guerra mundial

Actualidad - Internacional 26 de octubre de 2022
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Al cumplirse ocho meses de iniciadas las hostilidades en Ucrania, queda claro que allí se dirime la primera fase militar de una conflagración entre Occidente y las potencias euroasiáticas que va a continuar en otros escenarios, en todos los ámbitos y durante muchos años, hasta tanto se defina un nuevo orden mundial. Ya ha quedado claro que EEUU y Gran Bretaña distan de haber alcanzado su objetivo estratégico: imponer el cambio de régimen, fracturar y dividir Rusia. El Kremlin, por su parte, ha corregido sus tácticas y métodos, pero no desiste de desmilitarizar y desnazificar Ucrania como condición de supervivencia de una Rusia unida. Sin embargo, la crisis política y económica en los países occidentales, por un lado, la activa neutralidad de Turquía y el triunfo de Xi Jinping en el 20º Congreso del PCCh, por el otro, han permitido a Rusia redoblar su esfuerzo de guerra destruyendo la infraestructura ucraniana y movilizando un enorme potencial de efectivos y medios que pronto se hará sentir en el campo de batalla. El conflicto ha llegado a un punto de inflexión. Los países no alineados –la mayoría del mundo- pueden elegir ser arrastrados por los acontecimientos o ejercitar una neutralidad activa.

Desde el sábado 22 de octubre se produjeron nuevas olas de ataques rusos a la infraestructura crítica de Ucrania. Varias ciudades en todas las regiones han quedado sin suministro de energía eléctrica. El gobierno de Kiev informó que los trenes se operarán con las pocas locomotoras diésel (de la época soviética) disponibles que, por otra parte, son difíciles de transferir a líneas por las que no circulan. La falta de electricidad afectará seriamente la logística de las fuerzas armadas de Ucrania.

La primera ola de cohetes contra el sistema eléctrico y los ferrocarriles de Ucrania llegó el 9 de octubre. Tanto entonces como ahora Rusia se ha abstenido de atacar la red de 750MW que une Ucrania con el resto de Europa. Si lo hiciera, obligaría a su enemigo a apagar las tres centrales nucleares que restan al país, con los consecuentes riesgos de accidente nuclear. Según coinciden diversas fuentes, el gobierno ruso habría informado a los norteamericanos esta autolimitación, advirtiéndoles, empero, que bombardearía la red, si Ucrania ataca la represa de Kajovka, sobre el río Dniéper, en la provincia de Zaporiyia (recién incorporada a Rusia).

El ejército ucraniano está también indefenso ante los masivos ataques con drones suicidas Geranium-2, una barata reproducción del iraní Shahed 136, que Rusia está produciendo masivamente. Vuelan en enjambre, a bajísima altura, cada uno con su objetivo y con autonomía para reprogramar su curso en el aire. Por su pequeñez y la baja altura a la que se mueven son difíciles de detectar por los radares. La fuerza aérea ucraniana trata de derribarlos con sus modernos Mig 29, pero de ese modo convierte a los aviones en blanco fácil para la cohetería rusa. La defensa antiaérea proporcionada por la OTAN tampoco puede detenerlos.

Entre tanto, el ejército ucraniano se desangra lanzando inútiles ofensivas que le producen enormes pérdidas humanas y de material. En la sureña región de Jersón (igualmente ahora parte de Rusia) el ejército ucraniano sigue intentando reconquistar la capital provincial y arrojar a los rusos a la margen oriental del río Dniéper. Ucrania concentró grandes fuerzas en el área, pero no puede superar las defensas rusas y, cuando las sobrepasa, éstas se parapetan en nuevas líneas y siguen combatiendo. Es que Rusia aplica una táctica de “defensa móvil” y no se ata a un espacio determinado. El ejército ruso espera los ataques, para golpear a su enemigo a campo abierto con ayuda de la artillería y la aviación. Además, en las últimas semanas ha multiplicado los puentes sobre pontones sobre el Dniéper y así asegurado el aprovisionamiento y el refuerzo de sus tropas.

Desde principios de octubre se combate en toda la línea del frente (de más de 1.000 km de extensión). En el centro del mismo, en Donetsk, la compañía rusa privada Wagner continúa su avance paulatino. Si en los próximos días termina de conquistar Bajmut, amenazará Kramatorsk, la última ciudad que a Kiev le queda en la región y el frente ucraniano estará en peligro de quebrarse por la mitad.

Más al norte las fuerzas rusas han emprendido una contraofensiva para recuperar Limán, conquistada por los ucranianos en septiembre pasado. No obstante la intensidad de los combates y estas ofensivas localizadas, desde hace semanas la línea del frente se mantiene a grandes rasgos en las mismas posiciones.

A principios de esta semana circuló por numerosos medios y redes sociales la denuncia rusa de que el gobierno ucraniano habría pedido a sus aliados británicos material radiactivo para perpetrar un atentado de falsa bandera con una llamada “bomba sucia”. Se trataría de un tonel con material radiactivo y un explosivo que se haría explotar en alguna zona poblada, para acusar a Rusia de haber utilizado un arma nuclear. De ese modo, esperan sus autores instigadores, se concitaría la solidaridad de todos los países occidentales en la lucha contra Rusia. Es evidente que Moscú se toma la versión muy en serio,  ya que el lunes 24 el ministro de Defensa Sergei Shoigú lo conversó con sus colegas de EEUU, Lloyd Austin, y Gran Bretaña, Ben Wallace, y la vocera de la cancillería rusa, Maria Zajárova, lo denunció en su conferencia de prensa matutina.

El presidente ucraniano Volodymir Zelensky está urgido por expulsar a los rusos de la margen derecha del Dniéper, en el sur, para alcanzar algún triunfo que ofrecer a Joe Biden antes de la elección de medio término del próximo 6 de noviembre. Si lo consiguiera, éste quizás contenga la esperada derrota de los demócratas y obtenga del Congreso más dinero y armas para Kiev.

Rusia, en cambio, tiene tiempo. Con el aumento de su fuerza militar en la zona de guerra -se han movilizado 300.000 soldados más 70.000 voluntarios- y el masivo despliegue de armamento de última generación, la operación militar entrará pronto en una fase clave. Probablemente Rusia no emprenda ninguna gran ofensiva antes del comienzo del invierno. Va a esperar que los amotinamientos de las poblaciones europeas por el frío y el hambre y las rivalidades dentro de la UE debiliten el apoyo a Kiev. Si, como se espera, los republicanos ganan la mayoría en el Congreso de EEUU y congelan los gastos, disminuirían los suministros para Kiev.

El alto mando ruso quiere evitar tener que avanzar sobre grandes ciudades ucranianas. “No voy a mandar a mis soldados a luchar en entornos urbanos defendidos por guerrillas y francotiradores entrenados y dirigidos por la OTAN”, graficó el comandante de las fuerzas rusas conjuntas, el general Sergei Surovikin. Rusia apuesta, más bien, a una negociación con EEUU que desarme a Ucrania, deponga al gobierno de Zelenski y convalide la incorporación a su país de las cuatro regiones del este y sur.

La campaña de Ucrania ha llegado a un punto de inflexión que ya se nota en la macropolítica y pronto lo hará en el campo de batalla. Cuando comenzó la operación contra Ucrania y sufrió una ola de sanciones, para sobrevivir Rusia dependía de las posiciones que adoptaran China y Turquía. Sin embargo, estos países están recorridos por procesos complejos, con sus propias luchas por el poder y problemas específicos de alineamiento internacional. Por eso Vladimir Putin debió esperar hasta ver, si en cada uno de ambos países se imponían los partidarios de la soberanía nacional o sus oposiciones proestadounidenses.

En invierno y primavera todavía faltaba mucho para el Congreso del PC chino y Estados Unidos aprovechó todas las oportunidades que halló para aplicar sanciones secundarias y, mediante su lobby interno, sabotear la economía china, buscando impedir la reelección de Xi Jinping en octubre. Entonces Washington presionó a Beijing para que persuadiera a Moscú de abandonar el campo de batalla y negociara. Rusia, entonces, inició en marzo negociaciones en Estanbul que fracasaron un mes después, cuando ambas partes estaban a punto de firmar un acuerdo y EEUU prohibió a Zelenski que cerrara el acuerdo.

Si en ese momento Rusia se hubiera negado a negociar y hubiera demostrado que Xi Jinping no influía sobre ella, la República Popular China tendría ahora un secretario general del partido proestadounidense. Se habría repetido la historia de hace medio siglo, cuando el acuerdo sino-estadounidense aisló a la URSS de entonces. Esto no significa que la conducta de China determine el curso de la campaña militar en Ucrania, pero sí influyó en que Rusia sacara el pie del acelerador hasta noviembre, evitando así tener que luchar en dos frentes contra la OTAN y contra una posible China antirrusa.

El 19 de octubre tuvo lugar en Rusia una pequeña revolución. Comenzó la transición y se crearon nuevas administraciones para tiempos de guerra. Esto sucedió justo después de que el 20º Congreso del PCCh mostrara que Xi Jinping no solo logró asegurar su reelección, sino que también homogeneizó todos los órganos dirigentes en una línea nacionalista y social. ¿Coincidió casualmente con la movilización en Rusia, el nombramiento de Sergei Surovikin y el bombardeo metódico del sistema energético ucraniano?

Lo mismo aconteció con Turquía. A pesar del oportunismo y de las oscilaciones que lo caracterizan, Rusia prefiere a Recep Tayyip Erdogan antes que a su oposición proestadounidense. Por eso lo fortaleció firmando el acuerdo de Estambul sobre  el comercio de granos, oficializando así su rol mediador. Además, le concedió el fabuloso negocio de organizar en la parte europea del país un nodo para la distribución del gas ruso en Europa.

Con estos apoyos y su superioridad militar Rusia tiene fuertes cartas de triunfo. El quiebre ya se ha producido; en el campo de batalla será visible en un mes. ¿Qué hará entonces el resto del mundo?

Desde febrero pasado sólo un pequeño bloque de aliados occidentales se ha alineado decididamente contra Rusia, ha aplicado las sanciones y suministrado armas y pertrechos a Ucrania. Otra minoría importante de países euroasiáticos y algunos aliados en otros continentes han apoyado a Rusia, aunque muchos con reparos. La mayoría de los miembros de la ONU ha oscilado fuertemente: condenaron a Rusia en el Consejo de Derechos Humanos y en la Asamblea General de la organización, pero no adhirieron a las sanciones ni mandaron armas a Ucrania. Sin embargo, faltos de una línea independiente, muchos se fueron plegando a la presión norteamericana. Esto sucedió especialmente con la mayoría de los países latinoamericanos, incluida Argentina.

En Ucrania se libra sólo una batalla de la guerra mundial que Occidente ha declarado a las potencias euroasiáticas que amenazan su hegemonía. Otras seguirán. El conflicto será largo, abarcará varios continentes y distintos ámbitos de la vida sobre el planeta. Los no alineados pueden dejar que los vaivenes de la guerra los arrojen contra las rocas o los dejen varados en una playa. O, por el contrario, pueden comprender que en el mundo del futuro próximo sólo se salvará quien ejerza una neutralidad activa, negociando en bloque y poniendo límites a los beligerantes. Ésta es la única opción que puede salvar la soberanía y la libertad de los no contendientes.

Por Eduardo J. Vior * Telam

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