El dilema del Frente de Todos

Actualidad 24 de octubre de 2022
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Las “noticias” de la última semana fueron ocupadas centralmente por episodios mediáticos, policiales, judiciales. La “política” estuvo casi ausente, en cantidad y calidad. Y eso designa un escenario aburrido, cansador, que sigue interrogando sobre su devenir.

Apenas si sobresalió que, acerca del Presupuesto 2023, se metió la calentura de famiglias tribunalicias contra la pretensión de cobrarles Ganancias.

Fue eso y los cruces adentro del Gobierno por los actos del 17 de octubre.

En los pasillos que parecen estar en una realidad paralela, completamente ajena al interés de “la gente”, hubo lo ya constante de las chicanas intra-cambiemitas. Carrió disparó en la cena de Mirtha que jamás la espiaron tanto como cuando gobernaron sus aliados, y desde ahí siguió el bolero de te amo/te odio/dame más. 

Sí debería repercutir con fortaleza que la investigación del atentado contra Cristina va mostrando orígenes complicados para otra famiglia: la de los hermanos del alma de Mauricio y Aledaños. Pero tampoco.

La inflación absorbe virtualmente todo, incluyendo datos alentadores como el incremento de la actividad industrial y la creación de empleo en ese rubro (ver la columna de David Cufré, el sábado en este diario).

Siempre es momento para preguntarse por el qué de lo que se discute, antes que el cómo.

En un artículo publicado por LaTecl@Eñe (“Pateando mitos y construyendo nuevos”), el colega Hugo Presman recuerda que las habituales crisis económicas argentinas son el argumento de los dueños del país para fugar sus excedentes en un drenaje que, a la par, contribuye a esas crisis.

Rescata una perla acontecida en el Coloquio de IDEA, en 2011. El entonces titular de la empresa textil El Cardón, Gabo Nazar, dijo en semejante ámbito que “los empresarios argentinos son una máquina de fugar dinero”.

Esos dueños son una clase sin proyecto de país, como también subraya Presman, aunque esas “burguesías nacionales” sean débiles y dependientes en todo el mundo subdesarrollado.

El peronismo intentó desarrollar ese tipo de burguesía, y otras veces actuó en lugar de ella.

Pero la ceguera ideológica del sector, tarde o temprano, le impide apreciar que con los gobiernos nacionales y populares (populistas, vaya horror) sus balances engordan. Y que la mejora de los trabajadores en la distribución del ingreso se traduce en un incremento de la demanda global, capaz de ampliar los beneficios colectivos.

Se inserta allí uno de los informes del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), revelador de lo sucedido en los últimos diez años.

Entre 2012 y 2015 (el período decreciente de Cristina), las primeras 500 empresas del país tuvieron ingresos promedio por casi 260 mil millones de dólares que, durante Macri, cayeron en un 14 por ciento. Y si se lo mide en utilidades, con el gobierno macrista tuvieron un descenso del 24 por ciento medido contra la peor etapa del kirchnerismo.

Presman introduce lo ocurrido en Brasil con los dos gobiernos de Lula, que sin tocar intereses económicos incorporó a más de 30 millones de habitantes a una vida (más) digna, sacándolos de la pobreza.

Apunta lo citado por el politólogo José Natanson en Le Monde Diplomatique, cuando señala que, más que resolver las contradicciones, el lulismo procuró moderarlas con un resultado de equilibrio siempre inestable.

Lo comprobado es que Lula redujo la pobreza sin confrontar con el capital. Conservó el apoyo del Movimiento Sin Tierra, bien que empujando el agronegocio. Y mantuvo el voto de los sectores conservadores del nordeste, avanzando en reformas progresistas.

Pese a ello, como advirtió con números oficiales indesmentibles el sociólogo Artemio López, la participación de la industria en el PBI de Brasil cayó del 35 por ciento, en la década del `80, a un 15 por ciento. Y no mejoró.

Significa -como también resalta Presman- que los apoyos del movimiento obrero hacia los segmentos más empobrecidos e indigentes entran en confrontación severa. Es universal en el neoliberalismo. Y debe tomárselos en cuenta para no alejar los análisis de la realidad.

Dicho de otra forma, no sólo hay una sociedad profundamente fragmentada en la que inciden la ausencia casi absoluta de una burguesía con lucidez ideológico-política y los prejuicios eternos de una clase media que, en lo aspiracional, no integra a nadie que no sea a sí misma.

Los clichés contra la negrada, los planeros, los que cortan la llegada al trabajo, sea porque sucede cada tanto en el microcentro porteño o fuere por el propagandismo que articulan los medios no en vano dominantes, y que una gran o decisoria mayoría asume como problemática propia, resultan un paisaje frente al cual el progresismo carece de repertorio.

Pero es más grave que eso.

Encima de que debieran forjarse políticas de seducción cultural para que (vastos conjuntos de) las clases medias dejen de ser el hecho maldito de los movimientos nacionales y populares, ocurre que los sectores más derrumbados, los del fondo del pozo, no solamente anclan en la indiferencia o el rechazo asqueado hacia cuanto les represente “la política” o “los políticos”.

Peor: por convicción o descarte, y sobre todo en sus fragmentos más jóvenes, los seducen esperpentos de extrema derecha que conquistan amplias o amenazantes voluntades electorales en los distritos sumergidos del conurbano bonaerense.

 
El peronismo, kirchnerismo, progresismo, o como quiera llamársele al último imaginario que queda contra la barbarie conservadora o neoliberal (también como se quiera), está perdiendo en todos los lados significativos. Pero eso sería “lo de menos” si, aunque fuera, se trazara un horizonte de mejora o, siquiera, de relativa tranquilidad.

En lugar de eso, cuestiones ¿inconcebibles? como la de haber subido a rango de repercusión masiva lo que sucedió en un pasaje de un programa televisivo que busca exactamente eso; o detenerse en el análisis de si acaso no es hora para manijear a Milei con el objetivo de partirle el voto a los cambiemitas en el Gran Buenos Aires y más allá también, reflejan mucho antes una secuela que una causa.

No existe batalla política, ni cultural, ni de ninguna índole salvo arrestos individuales, intelectuales, o de grupos acotados, que pueda darse con eventual éxito si, primero, no hay ejemplaridades de arriba hacia abajo.

 
La gran mayoría silenciosa asiste al espectáculo de un ¿ex? Frente de Todos cuya dinámica es que nadie parece coordinar nada de nada, producto de la repartija o pegamento fundante que sólo radicó en ganar las elecciones del 2019.

Aun así, este experimento gubernativo -desde ya que no con su formato actual- continúa asomando como absolutamente lo único que puede o podría ponerle barreras al desquicio antipopular de un retorno de lo peor.

La pregunta clave es cómo se hace para que, con una inflación descomunal y porciones cada vez más grandes de gente que come salteado, o que se priva de cada vez más cosas en términos cotidianos o proyectuales, cualquiera no dé lo mismo.

 
El Gobierno está puesto si descansa en que no tiene otra chance que apoyarse en el mamarracho de la oposición, en tanto eso lo mantendría derrotado pero “competitivo”.

¿Ya da por perdida la elección presidencial? ¿Es cierto que el “kirchnerismo duro” analiza refugiarse en ganar o zafar las secciones Primera y Tercera de la provincia de Buenos Aires?

Se reitera lo ya expresado en este espacio, varias veces: si es Massa, es Massa y el peronismo debe decidir de una vez por todas si juega ahí, activando aminorar la inflación para tener alguna oportunidad electoral.

¿Es un sapo para el discurso progre? Más vale que sí.

 
Pero de ahí deviene el problema estructural que afrontan el Gobierno y el FdT o, más precisamente, el espíritu de poder que quede en una coalición aguantada a duras penas.

¿Qué hace (lo cual involucra en primer lugar a la decisión de Cristina, como líder indiscutible del espacio)?

¿Juega todas las fichas a que al bombero le salgan bien las cosas del poder, como para mantenerse y seguir resistiendo a aquello de lo peor? ¿Juega a retener el Ejecutivo para evitar el desastre? ¿O se percude al bombero para retener el capital simbólico del kirchnerismo, con la certeza de perder otra vez en las urnas?

Tremendo dilema que, seguro, no se resolverá si cada quien sigue por su ruta.

Por Eduardo Aliverti * P12

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