Al borde del abismo

Historia 22 de octubre de 2022
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Existe un amplio consenso entre los historiadores respecto a que el conflicto generado en octubre de 1962 por la instalación de misiles soviéticos en Cuba fue el momento en que la Guerra Fría estuvo más cerca de convertirse en un enfrentamiento directo entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.

El escenario en el que hay que ubicar estos acontecimientos es el que inicialmente estuvo provocado por el triunfo de la Revolución cubana a principios de 1959, y su impacto sobre el mundo en general y sobre Estados Unidos en particular. El establecimiento de un régimen que progresivamente viraba hacia posiciones de izquierda, ubicado además a pocos kilómetros de las costas estadounidenses, despertó una inocultable inquietud en la Casa Blanca; la documentación disponible muestra que a los seis meses del triunfo de la revolución comenzaron a elaborarse planes para acabar con ella. La manifestación más espectacular de estos intentos fue el adiestramiento y financiamiento por parte de la CIA de un contingente de exiliados cubanos que llevó a cabo el 16 de abril de 1961 un fracasado desembarco en la Bahía de Cochinos, fácilmente neutralizado en un par de días. Esta operación fue impulsada antes de las elecciones presidenciales por el mandatario saliente, Dwight Eisenhower, y se concretó muy pocos meses después de haber asumido el triunfador en los comicios, el demócrata John Fitzgerald Kennedy quién, al igual que su adversario, el republicano Richard Nixon, en la campaña electoral había puesto énfasis en el peligro que representaba el gobierno de Fidel Castro.

Ese acontecimiento no solo agravó las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, sino que aceleró el acercamiento de las autoridades cubanas hacia la Unión Soviética, que le suministró armas y asistencia técnica, e incrementó su cuota de adquisición de azúcar, principal producto de exportación de la isla. Con el objetivo de derrocar el régimen de Fidel Castro, el gobierno de Washington, lejos de llamarse a sosiego por el fracaso, adoptó medidas que iban desde el bloqueo económico hasta la presión diplomática sobre los países latinoamericanos para lograr la expulsión de Cuba de la Organización de los Estados Americanos (OEA), lo que se concretó en la Conferencia de Punta del Este celebrada en febrero de 1962. Además, tras los acontecimientos de Bahía de Cochinos, la CIA lanzó la denominada “Operación Mangosta”, una serie de sabotajes y atentados; varios funcionarios de alto nivel de la Casa Blanca incluso eran partidarios de una invasión de la isla. La situación se fue agravando hacia mediados de 1962, hasta el punto de que analistas avezados e imparciales pensaban que no podía descartarse una invasión, como tampoco el hecho de que la Unión Soviética se manifestara dispuesta a defender a su nuevo aliado.

Días frenéticos

La cuestión que desencadenó el conflicto fue la decisión del líder soviético Nikita Kruschev de enviar en secreto –ni siquiera el embajador soviético en Estados Unidos Anatoly Dobrynin estaba enterado– misiles nucleares de alcance medio, los que estaban en condiciones de bombardear la mayor parte de las ciudades estadounidenses. En sus memorias el líder soviético sostiene que la idea se le ocurrió en ocasión de un viaje oficial a Bulgaria en mayo de 1962. Contra la opinión de varios dirigentes del Kremlin que expresaban dudas respecto a que la operación pasara inadvertida, logró la aprobación –muy meditada– de Fidel Castro, y la denominada “Operación Anadyr” se puso en marcha: más de 45.000 hombres y 230.000 toneladas de carga fueron trasladadas a la isla en un total de 185 travesías oceánicas que se llevaron a cabo en 45 días.

A lo largo de los años, numerosos historiadores y politólogos han elaborado hipótesis destinadas a dar cuenta de las razones de ese audaz movimiento realizado por Kruschev. Dos de ellas han sido explicitadas por el mismo líder soviético: en principio, se trataba de asegurar con un gesto “fuerte” que Cuba no fuera invadida, pero además buscaba contrarrestar el hecho de que las bases estadounidenses prácticamente rodeaban el territorio soviético (en ese momento tenía en mente la reciente instalación de misiles Júpiter en Turquía). Estaba claro que el desequilibrio en el armamento nuclear era enorme –algunos dirigentes hablaban de 18 a 1; otros de 13 a 1– pero el tema pasaba por los misiles en condiciones de operar en forma inmediata sobre blancos del enemigo, y en este aspecto los misiles instalados tan cerca de la costa este de Estados Unidos generaban una situación mucho más cercana a la paridad.

Por otra parte, otros analistas han agregado que en sus cálculos entraba también la búsqueda de una “revancha” ante la cuestión no resuelta del estatus de Berlín, una ciudad en la que las potencias occidentales estaban aisladas en el interior de un territorio controlado por los comunistas, situación que llevaba a los dirigentes del Kremlin a reclamar su abandono y el reconocimiento de la existencia de la República Democrática Alemana.  En agosto del año anterior, ante la continua emigración de alemanes orientales hacia el sector occidental de la ciudad y la falta de respuesta de Estados Unidos a las demandas soviéticas se optó por construir un muro que dividía la ciudad; como sostuvo el presidente Kennedy “era una mala solución, pero peor era la guerra”.

El 14 de octubre un avión estadounidense U-2 sobrevoló Cuba y las fotos que tomó mostraban con claridad que personal de la Unión Soviética estaba construyendo en la zona occidental de la isla, cerca de la ciudad de San Cristóbal, por lo menos tres bases, cada una de las cuáles estaba provista de cuatro rampas de lanzamiento para misiles de alcance medio, capaces de llegar a gran parte del territorio de Estados Unidos. Este sorprendente descubrimiento se producía recién en ese momento porque en el mes y medio anterior el presidente Kennedy había ordenado que no hubiera vuelos sobre la isla; el motivo era que no quería agravar las tensiones internacionales en vísperas de las elecciones de medio término; fue justamente en esos días que la Unión Soviética puso en marcha su operativo.

Además, una serie de navíos soviéticos fueron detectados marchando hacia Cuba portando ojivas nucleares. El presidente Kennedy y su círculo de confianza pasaron ocho días imaginando las verdaderas intenciones de Kruschev, discutiendo la manera de responder a ese sorprendente desafío y manteniendo entrevistas diplomáticas con el Ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, Andrei Gromiko y con el embajador Alexander Dobrynin, quienes afirmaban que las armas eran exclusivamente defensivas (en realidad no estaban enterados de las dimensiones del operativo).

Finalmente, la tarde del 22 de octubre Kennedy pronunció un dramático discurso de 16 minutos dirigido al país por televisión en el que denunciaba la maniobra soviética y anunciaba un bloqueo de la isla a “todas las armas ofensivas que se estén enviando a Cuba”.  La respuesta de Moscú no se hizo esperar y al día siguiente Kruschev sostuvo que la medida adoptada era una agresión a Cuba y a la Unión Soviética, una intromisión inadmisible en los asuntos internos de la isla y una seria amenaza para la paz y la seguridad de todas las naciones. Para apuntalar su actitud, Kennedy operó en el ámbito diplomático obteniendo en tiempo récord el respaldo unánime de la Organización de Estados Americanos (OEA).

El día 24 transcurrió en un ambiente de alta tensión porque una decena de navíos soviéticos se acercaban a la línea imaginaria que había establecido el gobierno de Kennedy en el Océano Atlántico, superada la cual los barcos estadounidenses los detendrían, incluso con la posibilidad de aplicar la fuerza. En ese momento límite llegó la cordura: mientras Fidel Castro le enviaba a Kruschov un mensaje belicista, éste le escribió al presidente estadounidense el día 26 diciendo que si Estados Unidos se comprometía a no invadir Cuba esta solución suprimiría la necesidad de colocar misiles soviéticos en la India, y al día siguiente reforzó su propuesta afirmando que la URSS estaba dispuesta a retirar los misiles que Estados Unidos consideraba ofensivos a cambio del retiro de los misiles colocados en Turquía.

La situación comenzó a distenderse, pero la base del acuerdo fue, en última instancia, la decisión de Kruschev de retirar los misiles sin un compromiso concreto de Kennedy de hacer lo mismo con los misiles instalados en Turquía. Lo más lejos que llegó Washington fueron unas declaraciones de Robert Kennedy, hermano del presidente y fiscal general del Estado, en las que se confirmaba que había un compromiso de retirar las bases de Turquía, pero no debía establecerse ninguna conexión entre este tema y los acontecimientos de Cuba; de hecho, los misiles se retiraron cinco meses más tarde.

Balance

Un balance de lo ocurrido conduce a varias conclusiones: está claro que el resultado fue desfavorable para Kruschev; el hecho de que se tratara de una iniciativa prácticamente personal  con la única intención de sorprender con el envío de misiles sin ser descubierto, carente de una estrategia que pusiera en juego otros factores, lo dejó rápidamente en una posición defensiva, con el agregado de que finalmente también terminó abandonando a su aliado, que reaccionó de manera negativa, ya que Fidel Castro no fue consultado. El pueblo cubano, movilizado por el gobierno, rechazó la decisión de Kruschev (“Kruschev, mariquita, lo que se da no se quita” se decía entonces). Además, solo los analistas de política internacional se enteraron del posterior retiro de los misiles de Turquía; para la opinión pública mundial el acontecimiento fue calificado como una victoria rotunda del presidente Kennedy. En cuanto a Kruschev, su gestión fue objeto de críticas incluso en las altas esferas del Kremlin; algunos estudiosos afirman que fue uno de los argumentos que utilizaron quienes al año siguiente lo sustituyeron.

Sin embargo, el resultado de esta fase de amenazas mutuas condujo a una cierta estabilización del sistema internacional y al acuerdo de ambas potencias de no llegar al límite que se había alcanzado en Cuba. La consecuencia más conocida fue la instalación del “teléfono rojo” que a partir de 1963 conectó la Casa Blanca con el Kremlin, pero en ese año también se firmó el primer Tratado de Prohibición Parcial de Pruebas Atómicas.

Después de Cuba, las dos superpotencias nunca más llegaron a una situación en la que se arriesgaran a un enfrentamiento directo, aunque esto de ninguna manera impidió que siguieran participando e interviniendo en los conflictos que se fueron produciendo en la periferia.

Sesenta años más tarde, el riesgo de un enfrentamiento nuclear ha retornado: aunque las circunstancias sin duda se han modificado –ya no se trata del desafío al régimen capitalista sino cuestiones de orden geopolítico–, para los ciudadanos la sensación es similar, incluso más difundida como consecuencia de las transformaciones en los medios de comunicación. Las casi infinitas armas de destrucción que se han construido nuevamente parecen estar al borde de ser utilizadas, poniendo en vilo al conjunto de la humanidad; mientras tanto los líderes de los países involucrados en el conflicto se niegan a negociar si sus demandas no son satisfechas en su totalidad y la mayor parte de las grandes potencias parecen actuar como si el peligro de destrucción masiva no existiera, e incluso lo potencian abasteciendo de armas a una de las partes.

Si la historia sirve para entender el presente, este episodio muestra que si hay predisposición de los líderes, es posible descomprimir una situación extrema cuando está en juego nada menos que la vida de la humanidad.

Por Jorge Saborido

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