Armagedon

Actualidad - Internacional 21 de octubre de 2022
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Desde que existe la memoria, la humanidad ha luchado por controlar a un mundo natural que le es hostil y ha logrado sobrevivir organizando su vida social en torno a relaciones de poder y de cooperación. En este largo y complicado periplo, ha enhebrado sus andanzas con una partitura que, impregnada por la lucha entre el bien y el mal, ha dado sentido a una existencia muchas veces al borde del abismo. En el Nuevo Testamento, Armagedón es el momento, o el lugar, donde ocurrirá el último y decisivo enfrentamiento entre las fuerzas del mal encarnadas en demonios terrenales y las fuerzas divinas que, bajando del cielo, salvarán al mundo de la catástrofe.

En tiempos modernos, el término Armagedón ha sido utilizado para designar a un holocausto nuclear. Hace pocos días, Joe Biden siguió esta tradición al indicar los peligros inherentes a la guerra en Ucrania: un Vladimir Putin endemoniado ha sido derrotado en Ucrania y, acorralado, contempla el uso de armas nucleares para salir de la crisis en la que se encuentra. El mundo está pues, a las puertas de un holocausto nuclear. El Presidente de Ucrania no se quedó atrás en el diagnóstico y conminó a la OTAN a poner fin a la guerra en Ucrania con “un ataque nuclear preventivo” contra Rusia.

Luego de estas definiciones apocalípticas, el asesor de Seguridad Nacional norteamericano, Jake Sullivan, aclaró que los Estados Unidos “no toman en serio a las declaraciones de Putin” y el Pentágono precisó que “no tienen evidencia que demuestre que Rusia plantea usar su capacidad nuclear” en el conflicto con Ucrania.

Poco después, un atentado terrorista volaba un segmento del puente que une a Crimea con el continente ruso y Rusia desataba una nueva fase de la guerra, bombardeando masivamente los centros eléctricos y de comunicación y transporte de Ucrania.

La dinámica de la crisis

El secretario de la OTAN, Jens Stoltenberg, admitió la semana pasada que una “victoria de Rusia en el conflicto en Ucrania será una derrota de la OTAN” y que es necesario “impedir semejante desarrollo”, acrecentando el poderío militar de esta organización. Para ello, en pocos días más se realizarán ejercicios militares vinculados a la guerra nuclear, que tendrán lugar a 1.000 kilómetros de la frontera rusa. Esto ocurre en circunstancias en que la posibilidad de una guerra nuclear no sólo surge de un accidente inesperado, sino que responde a los tiempos de maduración de una crisis sistémica, cuyos coletazos políticos escapan al control del gobierno norteamericano y amenazan con llevárselo puesto.

La dinámica de una crisis económica y financiera global en el contexto de una crisis de legitimidad de las instituciones democráticas acelera los conflictos locales y geopolíticos, amenaza a la hegemonía mundial del gobierno norteamericano y pone en jaque a una política exterior que impone por la fuerza sus intereses, al precio de destruir la economía de sus aliados más importantes. Esta política externa es controlada desde hace décadas por una facción política: los neocons, que busca destruir las fronteras nacionales y concentrar cada vez más el poder en muy pocas manos.

Esta facción “globalista” se apoya en la cúpula de los partidos Demócrata y Republicano, en los organismos de inteligencia y en un pequeño núcleo de monopolios tecnológicos, bancos y enormes corporaciones que producen armamentos. En conjunto, constituyen la columna vertebral del capitalismo global monopólico. Su control sobre los resortes del Estado es ahora disputado por facciones políticas que, lideradas por Donald Trump y otros sectores del Partido Republicano,  buscan restituir la “grandeza americana”, potenciando el desarrollo industrial y el mercado local y disputando el voto de sectores sociales que tradicionalmente fueron la base de apoyo del Partido Demócrata.

La protesta social y los enfrentamientos de facciones políticas se agudizan, sin embargo, en un contexto de crisis energética mundial y fuerte deterioro económico global. Estos fenómenos repercuten sobre la política exterior, incentivando y acelerando conflictos geopolíticos que hacen peligrar el futuro de la humanidad. Paradójicamente, no todo es oscuridad. En este mundo turbulento, la dinámica de las tensiones contribuye a desgarrar la densa niebla que oscurece a la estructura de poder global. En ese tibio espacio de luz, se visualiza la importancia crucial de una disputa por el poder político que, gestada desde abajo hacia arriba, plantee una alternativa posible a la irracionalidad de una brutal concentración del poder que eterniza la crisis política y empuja hacia el canibalismo social y la guerra sin límites.

Crisis política y elecciones norteamericanas

Dos importantes ex oficiales de las Fuerzas Armadas se pronunciaron públicamente la semana pasada contra la impericia e incapacidad política del gobierno al amedrentar a la población con un holocausto nuclear, mientras no ha hecho ningún intento de negociar el conflicto, algo imprescindible en la guerra. Elon Musk, titular del monopolio tecnológico SpaceX y de Tesla, también contribuyó a agitar el avispero, publicando una propuesta de paz en Ucrania que destruye la posición norteamericana. Musk fue acusado por dirigentes del establishment del Partido Republicano de haber capitulado frente a Putin. Otra voz importante, del Partido Demócrata, se sumó al repudio a la política exterior norteamericana y criticó severamente la forma en que los medios y el gobierno ocultan información y censuran a la oposición.

Asimismo, Tulsy Gabbard acusó al Partido Demócrata de estar dominado por una facción pro-guerra, que inculca las divisiones internas y cancela la libre expresión. Gabbard se sumó a la campaña electoral del ex general del Ejército Don Bolduc, quien disputará una banca en el Senado por el Partido Republicano en New Hampshire. Al aceptar su apoyo, Bolduc señaló que es un paso importante en el intento de aglutinar a republicanos, independientes y demócratas contrarios al wokismo y que buscan la verdad. Aludía así a la conformación de un nuevo eje que recorre a los partidos y que busca poner fin a la censura y al wokismo.

Surgido de “la política de identidades”, que caracteriza a las luchas de la última década en el escenario político norteamericano, el wokismo promueve los enfrentamientos a partir de aspectos de la identidad de los individuos: como género, raza, religión, etc. Fomentando el odio y el temor al otro, intensifican la división de las identidades y se ha transformado en una guerra cultural que oscurece a los problemas derivados de la situación económica y social y de la falta ingresos. En la práctica, constituyen luchas por el control de los cargos y del poder que de ellos deriva. Durante el gobierno de Biden, estas guerras culturales se han multiplicado en instituciones vinculadas a la educación, la cultura y la salud, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Estos últimos han fomentado el wokismo y caracterizado de conspiración a toda oposición a la política oficial, sea esta en el ámbito económico, político o cultural.

En los últimos tiempos, sin embargo, ha crecido el rechazo a las “cancelaciones” del wokismo, dando lugar a un realineamiento incipiente de fuerzas políticas que destruye los términos convencionales de izquierda y derecha, usados tradicionalmente para designar a los que están a favor y en contra del statu quo. Este realineamiento se expresa a través de medios de diversa índole, que se autofinancian con los aportes de sus audiencias y se multiplican en diversos ámbitos de la política, el teatro, la comedia y diversas expresiones del arte.

En paralelo con estos desarrollos, crece la posibilidad de un juicio político a Biden si los republicanos, liderados por el trumpismo, ganan el control del Congreso en noviembre. Este enjuiciamiento se basa en la supuesta connivencia del FBI con el establishment del Partido Demócrata en diversos escándalos, por ejemplo, la investigación de los motines derivados de la toma del Capitolio en enero del 2021, el Russiagate, la falta de investigación de los negociados de Hunter Biden y de la complicidad de su padre en los mismos.

Crisis energética global

Biden recurrió a la venta de las reservas estratégicas de petróleo para impedir que el aumento de los precios internacionales de los combustibles afecte los bolsillos de la población en vísperas de las elecciones de noviembre. Con tal objetivo, ha presionado a Arabia Saudita para que aumente la producción de petróleo e incida sobre la OPEP+ para que haga lo mismo. Estas presiones fallaron, pero un detalle de la negociación con Arabia Saudita abrió una pequeña ventana a la política interna norteamericana.

Ante la resistencia de Arabia Saudita a recortar su producción en cercanías de una inminente recesión global, el gobierno norteamericano le propuso que por un mes no concrete estos recortes. Si durante ese periodo se producía una caída de los precios del petróleo, el gobierno norteamericano efectuaría compras masivas para reponer sus reservas estratégicas, poniendo así un piso a los precios internacionales del petróleo. En los cálculos del gobierno norteamericano, este mes le permitirá llegar a las elecciones de noviembre sin aumentos de precios de los combustibles. Arabia Saudita no aceptó la propuesta y desató la ira de Biden, quien la acusó de actuar bajo la influencia de Rusia.

De ahí en más, el gobierno norteamericano decidió revisar su relación con Arabia Saudita para ver “si está en el lugar que (…) sirve a los intereses de seguridad nacional norteamericanos”, y anunció la posible aplicación de la ley de monopolios NOPEC y una posible suspensión de la venta de armamentos a Arabia Saudita.

La decisión de Arabia Saudita y de la OPEP+ de restringir su producción tiene otras consecuencias. Entre ellas, traba el intento del gobierno norteamericano de formar, junto con los países del G7, un cartel de países compradores de petróleo para poner un límite al precio del mismo. Rusia ha rechazado vender combustible con límite de precios y la decisión de la OPEP+ de recortar su producción muestra que los países productores de petróleo también ponen límites al cartel de compradores. Por otra parte, la semana pasada Rusia anunció la posibilidad de reparar el gasoducto NS2 –menos dañado que el NS1 por el reciente atentado terrorista– y, con el apoyo de Turquía, estudia la posibilidad de convertir al gasoducto Turkstream en un centro de distribución de gas ruso hacia los países europeos.

Detrás de todas estas decisiones se vislumbra la emergencia de un mundo multipolar que disputa por sus intereses y busca escapar al control del dólar, usando el poder que les otorga la producción de commodities.

Argentina: ¿una tragedia griega?

El populismo ha parido “un gobierno peronista débil y dividido (…) las distorsiones han llegado al punto del peligro” y “Sergio Massa es lo único que se interpone entre la Argentina y el caos”. Esta ha sido la noticia de la semana anterior. A ella se suman las apreciaciones de la titular del FMI al felicitar al ministro porque “se tomó la labor muy en serio” y “resiste presiones de parte del público que van en dirección contraria a lo que más les conviene”. Esto último es algo que ella y el FMI conocen mejor que nadie, por eso “no serán flexibles” a la hora de aumentar el gasto para satisfacer demandas, porque el objetivo es anclar a la economía con el ajuste. Rápidamente, un ex funcionario del FMI puso en blanco y negro lo que esto significa: “La Argentina está, de facto, dolarizada”. De ahí que “se debería oficializar al dólar como moneda de curso legal” y aplicar drásticas reformas como, por ejemplo, “la eliminación del BCRA”. Mientras tanto, el Acuerdo con el FMI garantizará el pago de la deuda contraída por el gobierno de Mauricio Macri.

Esto ocurre en un país productor y exportador mundial de commodities y de alimentos, sentado sobre un mar de petróleo, gas, litio y recursos naturales de importancia estratégica. Un país donde cerca del 40% de la población es pobre y el 10% es indigente. Un país donde un puñado de empresas controlan monopólicamente sectores claves de la economía, realizan ganancias extraordinarias en dólares, las fugan a piacere y compiten entre sí por apropiarse de una mayor tajada de las rentas, ganancias e ingresos de la población, remarcando precios sin control alguno en una puja despiadada que llevará a la inflación a niveles del 100% hacia fines de año.

Estos fenómenos no aparecen en las evaluaciones que el FMI, los “expertos” y el propio ministro hacen del país. Tampoco hay referencia alguna a los indigentes, que todavía esperan las migajas de un “bono soja” cada vez más etéreo. En este país tan endemoniadamente terrenal, los empresarios se reúnen en un seminario para discutir cómo “ceder para crecer” y reconocen especialmente las virtudes de la jefa de las hordas macristas, que jamás repudió el atentado contra la Vicepresidenta y reclama “palos y balas” contra los piqueteros, los mapuches y todo aquel que reclame algo.

En este país del revés, hoy resuenan con fuerza las luchas del pasado, especialmente las invisibilizadas durante décadas de una democracia que ahora se califica de “baja intensidad”. Los 30.000 desaparecidos del Terrorismo de Estado dieron su vida por una democracia verdaderamente representativa, sin clientelismo ni burocracias en los sindicatos y en los partidos políticos. La persistencia de estos fenómenos daña a la legitimidad institucional, amodorra la capacidad reflexiva y los análisis de intelectuales y dirigentes políticos, y contribuye a explicar las falencias de diagnóstico y la incapacidad para formular un proyecto de desarrollo nacional, integrado e inclusivo, que ponga fin al modelo agro-extractivista que desde hace décadas reproduce el endeudamiento ilimitado, dolariza la economía y coloca al país al borde del abismo. Hoy existe una coyuntura internacional que nos permite salir del laberinto en el que nos encontramos, pero para ello se requiere poner fin al “posibilismo pragmático”. Si esto no ocurre, estos años habrán concretado una verdadera tragedia griega.

Por Mónica Peralta Ramos

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