"Argentina, 1985": cuando los dinosaurios amenazan con volver

Actualidad 13 de octubre de 2022
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La antipolítica goza de una atención exagerada. Concentra demasiadas opiniones. Consume muchas horas cátedra. Anima tertulias infinitas de gente presuntamente informada. Paga la retórica incendiaria de los matoncitos que se reproducen en las pantallas y las redes de la derecha. Tal vez por esta distracción planificada, el impresionante éxito de una película que habla de política como hace rato el cine argentino no lo hacía, reciba un tratamiento que va de apático a mezquino.

“Argentina, 1985” superó el medio millón de espectadores desde su estreno, hace solo 10 días. Este fin de semana largo, cuatro de cada diez espectadores en sala la eligieron por sobre toda la cartelera. En algunos cines con 17 funciones diarias las entradas se agotan con varios días de antelación. El viejo Monumental Lavalle, de la cadena Multiplex, con su sala de 450 espectadores, lucía repleto el lunes 10. Había familias enteras, grupos de adolescentes solos y adultos mayores. No menos de cuatro generaciones reunidas por una oferta de cine político.

Si la palabra fenómeno aplica en algo, esta sin duda le cabe a la obra dirigida por Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani, cabezas de un formidable elenco. Basada en el histórico juicio a las Juntas Militares, el corazón legal del pacto democrático original, la película apela a las figuras de los dos fiscales del proceso, Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, para exponer las fragilidades de una democracia asediada, donde los responsables militares del terrorismo de Estado gozaban todavía de un enorme poder de daño.

Momento de ilusión colectiva, construido con la lucha incansable de Madres, Abuelas y Familiares, punta de lanza de un movimiento de derechos humanos que batalló en plena dictadura para hacer posible la consigna de “juicio y castigo a los culpables”, algo que parecía impensable y necesario a la vez, situación que Mitre reconoce con la presencia de las Madres y otras víctimas, tanto dentro como fuera del tribunal.

Pero más que nada el filme se concentra en el proceso legal. En la dificultosa –y épica- constitución del joven equipo de la fiscalía, liderado por Strassera, un funcionario de muchos años tribunalicios al que en al menos dos escenas se le recuerda su deslucida tarea como fiscal en la dictadura, en lo que equivale a una crítica al conjunto de un Poder Judicial (“facho”, se dice una y otra vez, señalando la falta de cooperación con el juicio y el sesgo ideológico de buena parte de sus integrantes) que siguió actuando mientras en la Argentina se perpetraba un genocidio. Hay espacio, también, para que el mismo Strassera, al igual que los camaristas, se rediman, eso también es verdad.

A través de una sentencia que reflejó el estado de correlación de fuerzas que enmarcó aquel proceso, con penas menores o absoluciones para los comandantes de la Fuerza Aérea, única de las tres fuerzas que se comprometió con el alfonsinismo a defender la democracia a cambio de continuar con la construcción secreta del misil Cóndor, luego desactivado durante el periodo de las “relaciones carnales” de Menem y Cavallo con los Estados Unidos en la década del ‘90.

El cuadro que muestra al fiscal recibiendo la orden de un funcionario radical para que atempere los pedidos de condena a los brigadieres y sea consciente de que el juicio volvía volátil la situación política es memorablemente cierta. Lo mismo que el encuentro con Alfonsín, jugado casi desde lo anecdótico, pero que revela hasta qué punto la división de poderes, como los reyes magos y sus regalos, son los padres.

Interesa el abordaje de la psicología de Strassera, aunque el resultado no sea muy fiel a los hechos históricos. Toda reconstrucción de la verdad puede ser tomada como una ficción, porque lo narrado ocurrió auténticamente una sola vez, después hay versiones más o menos ciertas sobre lo ocurrido. Esa vacilación del “héroe” que no termina de creérsela porque sabe que no es un héroe, cuenta a medias lo que algunos eligen ignorar y otro traen al primer plano de modo permanente: el fiscal estaba allí cuando el juicio más importante de las últimas décadas llegó a sus manos y puesto a decidir, eligió hacer lo correcto. En este caso, acusar en nombre del pueblo a los comandantes genocidas.

A todo un sector de la sociedad que había acompañado de modo resuelto o no tanto el proceso de “reorganización” abierto con el golpe, primero la CONADEP y luego la acusación de Strassera y Moreno Ocampo les permitió un desenganche honorable del legado siniestro y los puso a jugar en una cancha donde la tortura, la vejación y las desapariciones no tenían otro lugar más que la condena judicial. Sí, corresponde decirlo con todas las letras: la democracia necesitó de arrepentidos del horror, también. Como Borges, como Sábato y como la mamá de Moreno Ocampo, que iba a misa con Videla.

El “Nunca más” es una construcción social, cultural y política que mezcla la inquebrantable lucha de las víctimas sobrevivientes y sus familiares con la indispensable participación de otros sectores que eligieron desertar del campo de lo siniestro, cuando se dieron las condiciones para hacerlo. Multitudes que poblaron las calles exigiendo “justicia” y multitudes que mientras ocurrían los crímenes dijeron no ver, no saber y no estar al corriente, hasta que comprendieron que el futuro estaba en el futuro sin sangre y no en el pasado sangriento.

“Porque la muerte no puede ser parte de la política”, dice uno de los personajes, en una pincelada de un guión cinematográfico y político exquisito, que viaja desde aquel 1985 al presente, más precisamente, a Juncal y Uruguay, a la esquina del intento de magnicidio de Cristina Kirchner, la Vicepresidenta peronista que la democracia va a tener cuando cumpla nada menos que 40 años ininterrumpidos.

El fenómeno de “Argentina, 1945” tiene una explicación que conocen, individual y colectivamente, los cientos de miles de espectadores que fueron a buscarla al cine, junto a sus familias o sus amistades. Porque cuando la dirigencia política está ocupada con la antipolítica a la gente no le queda otra que ocuparse de la política en serio.

Probablemente, la escena de la vida real donde un killer inexplicado gatilla dos veces en la cabeza de la vicepresidenta haya estimulado a muchos y a muchas a revisar los límites de la democracia. Volver a su kilómetro 0 para verificar qué decía aquel contrato original y sobre qué bases fue concebido.

Volver a la ilusión perdida para ilusionarse otra vez, ahora que los dinosaurios amenazan con aparecer de nuevo.

Por Roberto Caballero

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