El militarismo, causa y consecuencia de la vigencia de Bolsonaro

Actualidad - Internacional 04 de octubre de 2022
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Lo que el ex juez Sergio Moro impidió en las elecciones de 2018, tras encarcelar a Lula e inhabilitar su candidatura presidencial, finalmente llegó: el ex líder sindical y Jair Bolsonaro encabezaron ayer la contienda electoral para ver quien ocupará el Palacio del Planalto durante los próximos cuatro años. A pesar del deseo de buena parte de la dirigencia política y de la sociedad brasilera, que apostaban porque surgiera una tercera opción viable, la elección se polarizó entre ambos candidatos, en una campaña basada en el espanto a lo otro. Mientras que el PT postulaba votar por la democracia en contra del fascismo, el bolsonarismo opuso tradición, familia y propiedad versus comunismo y corrupción.

Sorpresivamente para muchos -especialmente para los believers de las encuestas-, el resultado terminó siendo favorable a Lula, pero por un margen menor a lo esperado. Bolsonaro salió fortalecido de cara al balotaje, lo que abre el interrogante sobre cómo se desarrollará la “segunda campaña” y la pos elección. En este marco se fortalece el rol de las Fuerzas Armadas, un actor clave, ya no solo del gobierno de Bolsonaro sino de la política y la sociedad brasilera en general.

Militares y democracia

En la literatura sobre Fuerzas Armadas y políticas de defensa se suele establecer una relación inversamente proporcional entre la fortaleza democrática de un país y el poder de los militares para incidir en los asuntos públicos. Cuando las Fuerzas Armadas ganan espacio se puede dar un proceso de militarización, es decir un proceso sociopolítico de constantes intervenciones por parte de los uniformados para resolver problemas y asuntos públicos (desde cuestiones de seguridad hasta ayuda en caso de desastres), a tal punto que la presencia militar en diversos ámbitos de la vida se vuelve algo normal para la sociedad. Como resultado de ello, se termina institucionalizando el predominio de lo militar sobre lo político.

Un indicador ampliamente señalado de la militarización brasilera es la cantidad récord de cargos que ocupan integrantes de las Fuerzas Armadas en la gestión de Bolsonaro: en 2021 eran más de 6 mil, el mayor número desde la dictadura. Pero el proceso de militarización en Brasil es en realidad bastante más profundo que una simple cuestión aritmética. A lo largo de estos últimos años, los militares asumieron la dirección de asuntos estratégicos de la agenda nacional o bien ejercieron un poder de veto desde las sombras sobre algunas políticas públicas. Ejemplos de ello son el aumento de sus funciones en tareas de seguridad pública y de control del territorio amazónico, la designación de un militar -el general Eduardo Pazuello- como ministro de Salud en plena pandemia (durante su gestión el Ejército llegó a fabricar cloroquina) y los constantes cuestionamientos públicos a las autoridades del poder judicial, especialmente al Supremo Tribunal Federal. El puntapié inicial de las amenazas castrenses a los jueces se dio antes de que llegara Bolsonaro a la presidencia: en abril de 2018, el entonces jefe del Ejército, general Villas Boas, tuiteó, un día antes de que el tribunal se expidiera sobre la posibilidad de encarcelar a Lula, que esa fuerza “comparte el anhelo de todos los ciudadanos de bien de repudiar a la impunidad”.

También se pueden citar como ejemplos del creciente poder de los militares la aprobación de un régimen previsional diferenciado (manteniendo o aumentando privilegios en las jubilaciones y los salarios) y el planteo condicionamientos sobre la política exterior. El compañero de fórmula de Bolsonaro, Walter Braga Netto, es un general del Ejército. Y por último, en una situación inédita en la historia de Brasil, las Fuerzas Armadas llevaron a cabo un recuento paralelo en la elección de ayer, para confirmar que sus datos coincidieran con los enviados al Tribunal Superior Electoral. Con ello, los militares se configuraron como garantes últimos de la legitimidad del proceso electoral.

El programa militar

En mayo de este año, un grupo de think tanks vinculado a líderes conservadores, militares retirados y algunos en actividad cercanos al bolsonarismo publicaron un documento prospectivo titulado “Projeto de Nação” (1). En lo que pretende ser una suerte de Gran Estrategia Brasilera, el documento traza escenarios sobre el país para el año 2035, dando una muestra de lo que una parte de los militares espera tanto de un posible segundo mandato de Bolsonaro como de futuros gobiernos. Entre otras cosas, el documento cuestiona al “globalismo” como una suerte de movimiento injerencista foráneo que pretende interferir en las decisiones gubernamentales, imponer pautas culturales a favor de ciertas minorías y visiones sobre el medio ambiente que atentan contra el desarrollo nacional. Asimismo, reivindica el rol del agronegocio como motor de las exportaciones y el individualismo económico, la meritocracia y la libertad de mercado. En materia internacional, el documento defiende el proceso de adhesión a la OCDE y plantea la necesidad fortalecer la capacidad de proyección de poder en América del Sur y el litoral atlántico africano y de mantener una posición neutral frente a la disputa entre China y Estados Unidos (2).

En el caso de la política ambiental, el poder acumulado de los militares también puede ser un obstáculo para revertir la alarmante desforestación del Amazonas. En la mentalidad castrense, la “cuestión amazónica” no pasa por el cuidado o no del medio ambiente sino por la soberanía sobre un espacio considerado en términos únicamente nacionales. Para los uniformados, el fantasma de una “codicia internacional” sobre el Amazonas es una amenaza que se remonta al siglo XIX y que reapareció con fuerza a mediados del siglo XX, cuando, al calor la proliferación de los regímenes y organismos internacionales, surgieron iniciativas para constituir al Amazonas como Patrimonio de la Humanidad (3). Con este marco de fondo, el veto europeo al acuerdo Unión Europea-Mercosur por la política ambiental de Bolsonaro es, para las Fuerzas Armadas, más una posible excusa para inmiscuirse en asuntos internos que un problema que requiere de un cambio de paradigma sobre la explotación de los recursos forestales. Además de las implicancias en materia ambiental, esta visión de los militares también condiciona la adopción de mayores compromisos internacionales en materia de cambio climático.

En materia internacional, un aspecto distintivo de los últimos años ha sido la profundización del vínculo de las Fuerzas Armadas brasileras con Estados Unidos. Desde la cesión de la base espacial de Alcántara, pasando por el nombramiento de Brasil como aliado extra-OTAN, el aumento de los ejercicios conjuntos y la firma de un acuerdo bilateral de defensa para suministrar armamento y tecnología, los uniformados brasileños han construido una estrechísima relación con Washington, que tiene una perspectiva de largo plazo, independientemente de quien gobierne. Esto no solo condiciona el posicionamiento de Brasil frente a la contienda global entre China y Estados Unidos en el plano estratégico-militar, sino que además establece un obstáculo en caso de que un futuro gobierno quiera reeditar iniciativas de cooperación regionales, como fue en su momento el Consejo de Defensa Suramericano de la Unasur. En este mismo sentido, vale recordar que a comienzos de 2020 el diario Folha de S. Paulo dio a conocer un documento reservado en el que las Fuerzas Armadas brasileras contemplan a futuro una hipótesis de conflicto con Argentina por la instalación de una supuesta base china en la Patagonia.

Militares y militarismo

La particularidad de la situación brasilera es que este proceso de militarización se conjuga con un aumento de lo que se conoce como militarismo, en el sentido de un conjunto de ideas,  suposiciones, valores y creencias asociadas a la idiosincrasia militar, basadas a su vez en la noción de que la naturaleza humana es propensa a los conflictos y que es factible recurrir a la violencia para dirimirlos, que tener enemigos es una condición lógica y que las jerarquías sociales son intrínsecas al orden de una sociedad. Cuando la sociedad civil asimila y legitima los valores del militarismo es habitual que se justifiquen las desigualdades sociales, la primacía de lo privado, una cultura de lo masculino asociado a la “fortaleza” y la “protección”, y que se exalte la existencia de amenazas a un estilo de vida considerado como “natural”.

El militarismo es un fenómeno muy presente en las extremas derechas a nivel global. Muchas de sus características se encuentran en el trumpismo, en los partidos y movimientos neofascistas europeos y en el putinismo ruso. En el caso de Brasil, podría decirse que la elección de Bolsonaro en 2018 es un indicador de un militarismo creciente en la sociedad brasilera. Yendo más acá en el tiempo, el aumento de la portación de armas en manos de civiles, la creciente ola de violencia política -simbolizada en la intimidación y el asesinato de líderes ambientalistas y de políticos y simpatizantes del PT-, así como el incremento de la popularidad de las políticas de “mano dura” contra el crimen, constituyen indicadores recientes de un militarismo enraizado en la sociedad verde amarela, incluso entre algunos simpatizantes del PT (4).

Lo anterior trae a colación otro aspecto a considerar del Brasil que se viene: el bolsonarismo (y su ideología militarista) seguirá vigente, aun cuando Bolsonaro deba dejar el gobierno. Esto se verá expresado en dos procesos, uno social y otro político. El social radica en que una parte importante de la ciudadanía brasilera seguirá demonizando todo lo que “huela” a comunismo y continuará avalando formas de autoritarismo, segregación y violencia contra minorías raciales, étnicas y sexuales. Esto conlleva un peligro no sólo en materia de retroceso de libertades y derechos humanos, sino también sobre la democracia misma. Como sostiene Ezequiel Ipar (5), cuando el autoritarismo social se canaliza en una sobrepolitización de un sector de la ciudadanía, la legitimidad de la democracia se puede terminar rompiendo más “por abajo” que por el accionar de actores político-institucionales.

Por otro lado, el bolsonarismo también seguirá presente en la arena institucional: ocupando más escaños en el Congreso Nacional, en las legislaturas estaduales y en los ejecutivos sub-nacionales. También es factible que se incremente su participación en las redes e instituciones globales de la derecha radical. La más emblemática de estas redes es el “Foro de Madrid”, una alianza anticomunista impulsada en 2020 por el partido español Vox para América Latina y que en febrero de este año celebró en Bogotá su primer encuentro regional. Allí estuvieron líderes ultraconservadores de la región, como el chileno José Antonio Kast, el expresidente de Colombia Álvaro Uribe, el ex canciller de Bolsonaro Ernesto Araújo y el diputado federal e hijo del presidente Eduardo Bolsonaro, uno de los exponentes más efusivos del Foro y articulador permanente entre referentes de extrema derecha de Estados Unidos y la región. De hecho, Steve Bannon, ex asesor de Donald Trump y promotor global de la alt-right, participó hace poco de un evento en Brasil en el que definió a la elección de ayer como “la segunda más importante del mundo y la más importante de todos los tiempos en Sudamérica”. Bannon agregó: “Bolsonaro ganará a menos que sea robado por las máquinas” (6).

En otras palabras, el Brasil contemporáneo está determinado por dos procesos concomitantes que, a su vez, erosionan poco a poco la democracia: por un lado, unas Fuerzas Armadas altamente politizadas y autonomizadas de la partidocracia tradicional, lo cual refuerza su autopercepción de que tienen la potestad de tutelar las instituciones de la república. Por otro lado, una parte importante de la sociedad brasilera -ya de por sí históricamente más conservadora que sus pares argentinas o uruguayas- ha asimilado como válido el uso de la violencia para dirimir los conflictos sociales y políticos, reivindica fuertemente el imaginario neoliberal de desigualdades sociales basadas en la libertad de mercado y postula la necesidad de defender a ultranza valores considerados como naturales, amenazados por el “globalismo” y las ideologías “igualitaristas” que promueven los grupos progresistas.

Mucho se habla de si la derecha tradicional con la que se alió Lula para las elecciones y si el famoso centrão lo dejarán gobernar en caso de ganar el balotaje (incluso se especula si, llegado el momento, no lo traicionará como sucedió con Dilma Rousseff). Pero lo cierto es que la verdadera espada de Damocles de la democracia brasilera son las Fuerzas Armadas, quienes se han establecido como un actor tutelar del sistema político y la república misma. Y esto será así gane quien gane el 30 de octubre.

Por Alejandro Frenkel * Le Monde Diplomatique

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