La batalla europea del gas natural

Actualidad - Internacional 30 de septiembre de 2022
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Durante su visita a la Casa Blanca, en julio de 2018, Jean-Claude Juncker, en ese entonces presidente de la Comisión Europea, acuerda con Donald Trump. “Hoy decidimos reforzar nuestra cooperación estratégica en el área de la energía –declaran conjuntamente los dos hombres–. La Unión Europea desea importar una mayor cantidad de gas licuado de Estados Unidos para diversificar su abastecimiento”. Era un secreto a voces: los productores estadounidenses de gas buscan mercados y la Unión Europea, primer importador mundial, es un cliente ideal.

El conflicto entre Rusia y Ucrania, la cuestión del gasoducto Nord Stream 2 (Rimbert, pág. 26), las tensiones en el Mar Mediterráneo en torno a los yacimientos chipriotas propulsaron la producción de gas natural y su abastecimiento al centro del juego geopolítico en momentos en que los desafíos medioambientales preocupan cada vez más a los Estados. Se trata de un recurso no renovable, ciertamente, pero menos contaminante que el petróleo o –sobre todo– que el carbón. Permite además una producción de electricidad poco costosa y se transporta más fácilmente que en el siglo pasado.

Con la emergencia de gas natural licuado (GNL), transportado por buques metaneros, el sector, antaño muy regionalizado, se internacionaliza y se libera de la dependencia mutua entre exportadores e importadores que imponían los gasoductos. Sin embargo, el proceso no brilla por su simpleza: en primer lugar, el gas extraído es licuado por enfriamiento a una temperatura de -161ºC, transportado por barco y finalmente regasificado. Dentro de la Unión Europea, unas treinta terminales permitan estas operaciones (ver mapa). Si bien la mayoría de las exportaciones mundiales se efectúan a través de gasoductos (63%, contra 37% por mar), la distancia se acorta (78%, contra 22% en 2005). 

Más cómodo que el gas terrestre, el GNL entusiasma a los defensores de la liberalización del sector. Con éste, los operadores juegan sobre los precios de los diversos mercados (europeo, atlántico y pacífico) y firman cada vez más frecuentemente contratos a corto plazo, llamados spots, que permiten efectuar transacciones día a día. Por contraste, los contratos vía gasoductos –e incluso una parte de aquellos que conciernen al GNL– tienen a menudo una duración de hasta veinte o treinta años. No obstante, los gasoductos tienen una ventaja técnica importante por sobre el GNL: a través de los conductos, las pérdidas energéticas se limitan a un 4% o 5% mientras se elevan al 10% o hasta el 15% por barco, en vista de las múltiples etapas de transformación (licuado, transporte, regasificación y transporte final… a través de gasoductos).

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Regulación a medida

Primer productor mundial de gas, Estados Unidos extrae 88% más que hace quince años mientras que Rusia se estanca y Europa disminuye su producción a la mitad. ¿La causa? El descubrimiento, a principios de los años 2000, del gas “no convencional”, extraído del subsuelo a través de la muy contaminante técnica de fracturación hidráulica. A partir de 2008, su explotación intensiva fue facilitada por la “voluntad de independencia energética del Gobierno Federal” y, sobre todo, por el “regimen jurídico de la exploración-producción que hace que en Estados Unidos la propiedad del suelo implique la propiedad del subsuelo”. Dicho de otra manera, un propietario no necesita una autorización del Estado para explotar su subsuelo.

Si bien Estados Unidos consume la mayor parte de su producción, tiene cada vez más excedentes. De los tres mayores mercados mundiales, el europeo es el más jugoso. Washington ejerció diversas formas de presión sobre Bruselas con el objetivo de reducir el control de Rusia sobre la alimentación gasífera en Europa. En julio de 2017, Trump entronizaba la Incitativa Tres Mares (ITM). Organizado por primera vez en 2016, este foro reúne cada año doce países  situados entre el Mar Báltico, el Mar Negro y el Adriático con el fin de “promover la cooperación para el desarrollo de infraestructuras en los sectores de la energía, el transporte y digital”. El Presidente estadounidense no disimuló su objetivo: reforzar, bajo el impulso de Polonia y en contra de la opinión de Alemania, la alimentación Norte-Sur de Europa transportando gas desde la terminal GNL de Świnoujście (Polonia) hacia el resto de Europa Central, para de este modo hacerle competencia a los gasoductos rusos en proveniencia del Este.

Entre 2005 y 2011, cuando no exportaba gas hacia Europa, Estados Unidos no se había opuesto a la construcción del gasoducto Nord Stream 1 entre Rusia y Alemania. La del Nord Stream 2 lo obsesiona al punto que hace todo lo posible para impedir que lo terminen. Pero el escándalo internacional en torno a este conducto eclipsa otro campo de batalla gasífero. A fin de esquivar a Ucrania, ese vecino con el que está en conflicto desde 2014, Rusia no se contenta con duplicar Nord Stream. El 8 de enero de 2020, Vladimir Putin inauguró con el presidente turco, Tayyip Erdoğan, el gasoducto Turkish Stream cuya meta es alimentar a Europa desde el sur, vía Turquía. Otro tramo, bautizado Tesla, deberá a la larga proveer a Serbia, Hungría, Bulgaria y Austria transportando el gas a través de Grecia y Macedonia del Norte, quienes ya son clientes. Esta prolongación reflotaría el South Stream, un antiguo proyecto ruso con un trazado similar abandonado por Moscú en 2014 debido a las presiones ejercidas por Bruselas sobre los miembros de la Unión asociados a este proyecto. Frente a los obstáculos encontrados en el mercado europeo y a la creciente hostilidad de los occidentales con respecto de los conductos rusos, Moscú desarrolla sus capacidades de exportación de GNL y se vuelve hacia el Este: el conducto Fuerza de Siberia, inaugurado en diciembre de 2019 transportará hacia China 38.000 millones de metros cúbicos por año durante tres décadas.

En el Viejo Continente, Estados Unidos sabe que puede contar con un aliado aun más sólido que Polonia: el dogmatismo liberal de Bruselas. Con la apertura del sector a la competencia, la gestión de los gasoductos pasa de ahora en más por sociedades independientes de los operadores históricos, con el fin de que estos últimos no favorezcan el gas de una empresa –la propia, en este caso–. Así, la compañía rusa Gazprom que produce y distribuye el gas y maneja los gasoductos, se encuentra atrapada por textos redactados por la Comisión Europea y… apoyados por Washington. En efecto, algunos meses después del acuerdo firmado por Juncker y Trump sobre el abastecimiento de gas estadounidense, el Parlamento Europeo adoptaba con urgencia, el 17 de abril de 2019, la Directiva sobre el Gas, comprendida en el tercer paquete Energía Clima, que revisaba quirúrgicamente la directiva sobre el gas de 2009.

“Esta modificación –precisa la Comisión de Regulación de la Energía en Francia– apunta a extender la aplicación de los principios legislativos esenciales de la Unión en el área de la energía (acceso de terceros a la red, reglas de fijación de tarifas, disociación de las estructuras de propiedad, transparencia) a todos los gasoductos con destino y en proveniencia de terceros países hasta el límite del territorio de la Unión”. Como lo hace notar el consultor Philippe Sébille-Lopez, “este texto favorece evidentemente los proyectos de importación de GNL, sea de Estados Unidos o de otra parte, ya que el GNL escapa a esta maraña burocrática y reglamentaria comunitaria, de la cual no se terminaron de medir todas las consecuencias”.

Giro renovable

Aunque no pueda pretender competir con sus pares rusos y noruegos en términos de volumen, el nuevo jugador norteamericano aprovechará las nuevas reglas fijadas por la Comisión Europea: con el fin de que continúe la “cooperación transatlántica”, hay que “eliminar los obstáculos inútiles al otorgamiento de licencias de GNL a Estados Unidos para acelerar las exportaciones estadounidenses” y sobre todo “establecer consultas regulares y actividades de promoción con los operadores del mercado para hacer de Estados Unidos el principal proveedor de gas en Europa”.

Esta ambición, abiertamente expresada por los países de Europa Central, y apoyada por Bruselas, podría sin embargo, toparse con ciertos obstáculos. Por un lado, Rusia seguramente no esperará a que las cartas estén echadas para reaccionar. Si bien el GNL estadounidense se negocia más barato que el gas ruso (22% de diferencia con los mismos rendimientos energéticos), los procesos sucesivos de licuado, transporte y regasificación lo vuelven en definitiva menos competitivo. Así, al tener mayor margen de maniobra sobre la fijación de sus tarifas, para reforzar su posición dominante actual, Gazprom “puede particularmente infringir ciertas cláusulas obligatorias acordando a sus clientes europeos rebajas con respecto de los precios contractuales indexados sobre el precio del petróleo”. 

Por otro lado, la voluntad europea de diversificar las fuentes de importación de gas validan el hecho de que los países miembro seguirán alimentándose… a gas. Ahora bien, la Unión debe reducir a 20% sus emisiones de gas con efecto invernadero de aquí a 2030 y alcanzar la neutralidad de carbono en 2050. Estos objetivos implican un giro hacia las energías renovables, sea la hidráulica o la nuclear. Pero, desde el accidente de la central de Fukushima, en Japón, en 2011, el átomo ya no está de moda.

Quedan entonces las energías renovables. El entusiasmo que acompaña su auge lleva a veces a olvidar que requieren la extracción –contaminante – de minerales (cobalto, litio, zinc, níquel, aluminio…) disponibles únicamente en algunos países (Bolivia, Brasil, Chile, China, El Congo, Mozambique…), creando así una nueva dependencia. La mayor parte del ahorro debería entonces basarse en la electricidad, lo cual deja presagiar una multiplicación de parques eólicos, centrales eléctricas, líneas de alta tensión, transformadores, condensadores, interruptores y disyuntores. Ahora bien, el principal aislante eléctrico utilizado actualmente, el hexafluoruro de azufre (SF6), produce un efecto invernadero 22.800 veces más potente que el gas carbónico. Su uso debería aumentar de 75% de aquí a 2030….

Si la multiplicación de los recursos renovables y la reducción de las fuentes de energía mayormente emisoras de gas con efecto invernadero parecen ser la solución más lógica, la ecuación ecológica no se resolverá sin actuar sobre la demanda; modificar en profundidad las cadenas de producción y de consumo a través de la sobriedad energética, la relocalización de la producción manufacturera y la drástica reducción de los flujos de transportes.

Por Mathias Reymond * Economista.

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