La Cumbre de Samarcanda

Actualidad - Internacional 26 de septiembre de 2022
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Los Presidentes de Rusia y China participaron la semana pasada en una reunión cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Samarcanda, a la que asistieron tanto los países miembros como los que ya tienen status de observador y los que aspiran a tenerlo. El meeting constituyó un evento de particular importancia, ejemplificando el potencial no solo económico sino también político de Eurasia y del sur global. Representando a más de la mitad de la población mundial, al 25% del PBI mundial e incluyendo a los países con mayor tasa de crecimiento del mundo, la OCS y otras asociaciones de la región exponen la vigencia de un escenario que desafía al orden mundial regido por el dólar y hegemonizado desde hace décadas por los Estados Unidos. En Samarcanda se discutieron diversos proyectos de cooperación económica, de intercambio con monedas propias y de defensa de la seguridad nacional, incluyendo a la defensa contra las “revoluciones de color”, intentos de desestabilización política liderados por los organismos de inteligencia norteamericanos en diversos países y recientemente en Uzbekistán y Kazakstán. La OCS considera que esta será la principal arma de desestabilización política de la región en el futuro inmediato.

Durante el cónclave, el Presidente de China reiteró su “deseo de colaborar con Rusia” en el liderazgo de la región “inyectando estabilidad y respeto mutuo” a las relaciones internacionales. El Presidente de Rusia, a su vez, condenó a las elites que imponen un orden basado en reglas “que ellas inventan para beneficio propio colonizando así al resto de los países”. Sostuvo que los reiterados intentos del gobierno norteamericano por enfrentar a Rusia con China no han dado resultado, y que hoy la relación entre ambos países es más estrecha que nunca. Asimismo, señaló que Rusia buscó desde un inicio una solución negociada en Ucrania pero esto fue imposible por la presión ejercida por la OTAN y el gobierno norteamericano para que hasta el último ucraniano continuara la guerra.

Estas definiciones fueron profundizadas esta semana: Rusia anunció un referéndum en los territorios que ocupa en el Donbas y movilizó a 300.000 reservistas, con experiencia militar en los últimos diez años, para defender “la soberanía, la seguridad y la integridad territorial de Rusia”, hoy amenazada por la OTAN en Ucrania. De ahora en más Rusia peleará por su existencia con todos los medios que tiene a su alcance, “y en esto no estamos alardeando”. Dos días después, Dmitri Medvédev, ex Presidente ruso y vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional, reiteraba que “no hay vuelta atrás… armas nucleares estratégicas y armamento de nueva índole” podrán ser usados para asegurar la protección de Rusia a lo largo de todo su territorio. Así, la “operación especial” y limitada iniciada en febrero llego a su fin y será sustituida por una guerra, en la que el enemigo ya no se esconde tras las tropas de Ucrania. La OTAN amenaza la existencia de Rusia y de su población, que luego del referéndum incluirá al territorio del Donbas.

Estas definiciones de Putin fueron interpretadas por el Presidente Biden como un acto irresponsable, mientras el Pentágono aclaraba que no veía la necesidad de elevar el alerta nuclear. Los medios informativos, en cambio, encuadraron a estas definiciones como un síntoma de debilidad rusa que confirma la narrativa de su derrota tras la reciente contraofensiva de Ucrania en Karkiv. Sin embargo, según otros análisis, el ejército de Ucrania se ha desangrado irremediablemente en una contraofensiva que fue incapaz de cambiar las coordenadas de una guerra que ya parece haber sido perdida por Ucrania. Ante esto las potencias nucleares enfrentan dos alternativas: o negocian o escalan aún más el conflicto con brutales consecuencias para el continente europeo.

En paralelo con estos acontecimientos, la tensión militar con China continúa escalando. Desde la visita de Nancy Pelosi a Taiwán el desfile de altos funcionarios y legisladores norteamericanos a la isla no ha cesado, al tiempo que se ha estrechado el vínculo militar con la isla a través del envió de armamentos y de más entrenamiento. Esta semana el Comandante de la séptima flota norteamericana, operando en el Pacífico, advirtió sobre la posibilidad de un bloqueo naval chino a Taiwán. Según su análisis, esta sería la primera opción que China tiene frente a sí con el objetivo de lograr la reunificación con la isla y podría concretarla en el corto plazo y con relativa facilidad. Implícitas en estas declaraciones está la preocupación oficial ante la posibilidad de que un bloqueo de China a la isla produzca una disrupción total del comercio internacional. Taiwán es la sede central de la producción de los semiconductores que se utilizan en una amplia gama de productos en todo el mundo. Más importante aún, la isla produce más del 80% de los semiconductores más sofisticados, utilizados por la industria de alta tecnología norteamericaniza y en particular por la industria de guerra.

Así, la escalada de los conflictos geopolíticos desnuda el rol central de la industria de guerra en los tiempos que corren. Por un lado, su posibilidad de hacer negocios y ganancias extraordinarias aumenta al ritmo de la guerra. Esto es acompañado por una paradoja: la desindustrialización de la economía norteamericana a lo largo de las últimas décadas le impide abastecer de modo continuo y por un tiempo relativamente largo un enfrentamiento convencional entre potencias. Esta situación contrasta con la capacidad industrial de las economías rusa y china e implica que una guerra convencional desatada por la OTAN/Estados Unidos contra Rusia y/o China puede escalar en el corto plazo en un conflicto nuclear. Sin embargo, las elites que gobiernan estos países no se amilanan y pujan por escalar las operaciones militares para asegurar su control hegemónico sobre la enorme masa continental de Eurasia, plagada de recursos naturales de importancia estratégica y recorrida por las arterias de una economía industrial en la región, que está en pleno desarrollo y tiene mercados potencialmente ilimitados.

La voluntad de controlar países y mercados no es algo nuevo. A lo largo del tiempo, esta búsqueda de control condujo a innumerables guerras y a la destrucción de países y de imperios. Hoy, sin embargo, estamos en un punto de inflexión único: mientras que la tensión de los conflictos geopolíticos afecta a la estabilidad de la economía y del sistema financiero internacional, la escalada de las operaciones militares puede derivar en un holocausto nuclear. Vivimos en un mundo tan interconectado que los acontecimientos ocurridos en un punto muy lejano y aparentemente inocuo pueden desencadenar fenómenos globales de magnitud y consecuencias insospechadas.

La geopolítica del dólar

Los eventos geopolíticos de esta semana coincidieron con la decisión de la Reserva Federal de subir nuevamente las tasas de interés anticipando que llegará al 4,4% hacia fin de año, en una trayectoria alcista que se intensificará en 2023. La medida repercutió inmediatamente sobre los activos financieros y las acciones de las principales corporaciones norteamericanas. El S&P 500 cayó un nuevo escalón depreciándose un 20% en lo que va del año. Las Letras del Tesoro norteamericano consolidaron el peor año de su historia. Las nuevas proyecciones de la Reserva indican que busca convertir el estancamiento económico en una recesión “controlada”. El titular de la Reserva, Jerome Powell fue claro en su pronóstico: en los meses que vienen no habrá forma de evitar el “dolor” que implicará el crecimiento del desempleo y la caída de ingresos.

Los estragos que se avecinan, sin embargo, son mucho más profundos. El ritmo propuesto en el crecimiento de la tasa de interés encarece al endeudamiento privado y público y lo potencia. Hoy la economía norteamericana necesita 4,82 dólares de deuda por cada dólar de crecimiento real, es decir ajustado por inflación. Estas condiciones perpetúan el círculo vicioso del estancamiento y del endeudamiento ilimitado. Hay sin embargo algo más: el aumento de las tasas de interés y la restricción monetaria que lo acompañan afectan la liquidez del sistema y abren múltiples brechas por las que se cuela el peligro de una implosión financiera global.

Por un lado, la falta de liquidez afecta a la capacidad prestable de los bancos, dificulta la capacidad de recompra de acciones por parte de las grandes corporaciones (mecanismo que desde la crisis del 2008 potenció las ganancias de las corporaciones) y afecta al universo de empresas altamente endeudadas. Este no es pequeño: el 70% del mercado norteamericano de bonos está compuesto de bonos basura y bonos emitidos por corporaciones excesivamente endeudadas. La falta de liquidez también afecta a las transacciones con derivados, y especialmente al enorme mercado de derivados de productos energéticos, fenómeno que  ya ha desencadenado enormes presiones entre bancos, fondos financieros y corporaciones, por obtener financiación para cubrir una deuda de más de 1,5 billones (trillons) de dólares en operaciones de corto plazo con estos derivados. La falta de liquidez también afecta a los mercados del oro, plata y metales preciosos, y arriesga con sacar a la luz del día el enorme desacople que existe entre las tenencias físicas de estos metales preciosos y la enorme circulación de sus derivados. La vulnerabilidad es enorme: más del 80% de sus tenencias está concentrada en dos grandes bancos norteamericanos.

Por otra parte, el aumento de las tasas de interés redunda en un fortalecimiento momentáneo del dólar frente a otras monedas y perjudica especialmente a las economías en desarrollo altamente endeudadas en dólares: potencia el peso de su deuda y la dificultad de obtener los dólares que necesitan para pagar sus intereses. Al mismo tiempo, alienta la fuga de capitales desde estas regiones hacia el mercado financiero norteamericano. Paradójicamente, el fortalecimiento del dólar abre una brecha por la que se cuela el peligro del inicio del default de las economías emergentes más comprometidas, fenómeno que tendrá incidencia inmediata sobre el resto del sistema financiero internacional.

Todos estos fenómenos contribuyen a erosionar el rol del dólar como moneda internacional de reserva. La fragilidad del sistema financiero internacional muestra que, más allá de su aparente fortaleza, el dólar constituye la punta del ovillo que hay que desenredar para salir del laberinto que somete a la humanidad a la voracidad sin fin de un orden global que reproduce la concentración del poder en pocas manos y la miseria y fragmentación de la enorme mayoría de la población mundial. Así, al calor de operaciones militares que escalan sin límite alguno, el laberinto empieza a desintegrarse y el Minotauro aparece a la luz del día. La aceleración del conflicto militar impacta sobre la economía y las finanzas globales y contribuye a dar visibilidad a la fragilidad de un orden global basado en la hegemonía norteamericana. Esta visibilidad crea las condiciones para incentivar el desarrollo de un mundo multipolar que, operando al margen del dólar, puede adquirir la fuerza necesaria para iniciar una nueva era en el desarrollo de la humanidad, una era donde la hegemonía del dólar será sustituida por la cooperación internacional. 

Lawfare, ajuste y “vísperas de Rodrigazo”

En su primera aparición publica luego del atentado contra su vida, la Vicepresidenta convocó a un diálogo nacional para encontrar solución a los graves problemas que aquejan al país. Un asesor de la jefa del principal partido de oposición transmitió su respuesta: “Primero les bajamos los dientes y recién cuando los vemos chorreando sangre nos sentamos a charlar”. Este es el clima de violencia impune que el macrismo, los medios concentrados e importantes segmentos del Poder Judicial han impuesto en el país. Detrás de esta impunidad violenta hay dos fenómenos: por un lado, la desesperación de estos sectores por mantener una estructura de poder local, altamente concentrado y estrechamente ligado al dominio hegemónico del dólar, que ve en el populismo y en la Vicepresidenta un peligro para la realización de sus intereses inmediatos. Por el otro lado: la pasividad de un gobierno que fue votado para poner fin a “los sótanos de la democracia” y hoy sigue financiando a los principales órganos periodísticos del poder concentrado que lo desestabilizan a diario.

Estos sectores políticos, empresariales, periodísticos y judiciales no tienen interés nacional. Desconocen la miseria que sufre cerca de la mitad de la población argentina en el contexto de una crisis cada vez más profunda. Para ellos, lo esencial es el dólar y sus vaivenes, ese hilo conductor que los lleva al corazón mismo del poder mundial. Toda posibilidad de alterar este camino es para ellos una verdadera amenaza existencial. No dialogan, sencillamente buscan imponer sus intereses más inmediatos por encima de los de los demás, incluso de los amigos y entenados. Es canibalismo en su máxima expresión, y se expresa en distintas instancias: desde la formación desmadrada de precios a las corridas cambiarias, al “no dejarlos gobernar” obstruyendo todas las medidas legislativas, al invento de causas judiciales sin pruebas, a la utilización de redes, diarios y TV para a “fusilar a la Vicepresidenta”, instalar el “ellos o nosotros” y hasta incitar abiertamente al magnicidio.

Este desmadre de violencia va in crescendo y ahora anuncia, en boca del ex Presidente, que estamos en “vísperas de un nuevo Rodrigazo”. Parece que hay apuro en terminar “como sea” con este gobierno. Y en este baile participan destacadas figuras: desde un embajador que presiona para concretar un contubernio con la oposición antes de las elecciones, para así lograr acceso inmediato y en las mejores condiciones a los recursos naturales que tanto se necesitan en la coyuntura actual, a la intervención pública de una organización que nuclea a las principales corporaciones norteamericanas para expresar su “preocupación ante la sola posibilidad de que se concrete” una reforma judicial que intenta ampliar la Corte Suprema para atenuar el reinado del macrismo en el Poder Judicial. Estas intervenciones desnudan al rol del dólar, ya no solo en la economía sino en la política y en el ejercicio de las funciones de los tres poderes de la República. De ahí la importancia y la urgencia de plantear medidas inmediatas, que permitan desarticular este poder. El alegato de la Vicepresidenta en defensa propia ante una causa judicial inventada para eliminarla de la escena política nos muestra que la mejor defensa es el ataque y que el tiempo vuela.

Por Mónica Peralta Ramos

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