El “lobo solitario” más acompañado de la historia

Actualidad - Nacional 08 de septiembre de 2022
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Para ser un “lobo solitario”, Fernando Sabag debe sentirse bastante acompañado. Cuando todo hacía suponer que el intento de asesinato de la vicepresidenta había generado, además del estupor generalizado, una enorme oportunidad para serenar el debate público, un sector de la oposición salió a escandalizarse por la obra de un artista como Pablo Blasberg, autor de una ilustración que hizo circular la agencia oficial Télam y que muestra lo que bien podría ser la réplica de un arma con un micrófono en la salida de su caño.

Según figuras encumbradas del macrismo como María Eugenia Vidal, Waldo Wolff, Fernando Iglesias, Alejandro Finnochiaro, Maximiliano Ferraro y Eduardo Feinmann la imagen es “una amenaza a la libertad de expresión”, “fascismo explícito”, “fascismo puro”, “discurso de odio” o “algo vergonzoso”.

En realidad, si leyeran la “Estrategia y Plan de Acción de las Naciones Unidas sobre el discurso de odio”, lanzada en 2019, podrían encontrar el camino a una reflexión más sustanciosa, que no lo pusiera en la paradójica situación de salir a censurar una obra artística en nombre de la libertad de expresión.

El documento dice así: “El discurso público se está utilizando como arma para obtener ganancias políticas con una retórica incendiaria que estigmatiza y deshumaniza a las minorías, los migrantes, los refugiados, las mujeres y cualquier llamado ‘otro’ (…) el discurso de odio es un flagelo al ejercicio de los derechos humanos”.

Merece aclararse, también, que no toda crítica es un “discurso de odio”. Es atendible. Blasberg es un artista. Se expresa a través de su obra. Por eso es raro que integrantes del PRO, que en defensa de la libertad creativa votaron en 2012 en el recinto de la Legislatura porteña que no correspondía repudiar a Hermenegildo “Menchi” Sábat por su dibujo de una Cristina Kirchner golpeada y amordazada -que lícitamente podía interpretarse como sexista y misógino-, ahora se irriten del modo en que lo hacen contra la libertad de un artista.

Ante la falsa victimización de estos sectores, es indispensable testimoniar que lo que verdaderamente está en riesgo en la Argentina no es la libertad de expresión del PRO o de Eduardo Feinmann ni de nadie. Tal vez, la de Blasberg, cuando se ve a estos grupos tan desaforados.

La que verdaderamente estuvo a punto de perder algo importante, nada menos que la vida, fue la vicepresidenta de la República. En un atentado que, según el psicoanalista Jorge Alemán, fue “la consecuencia en acto del discurso de las derechas” intolerantes, que defienden a los artistas cuando sus dibujos parecen menoscabar la figura de Cristina Kirchner y los persiguen cuando se manifiestan en contra los discursos de odio.

Clarin y La Nación del fin de semana han querido instalar que la violencia llegó a la escena política de la mano del kirchnerismo. Desde ya, es un argumento que violenta el devenir histórico. Sin ir muy lejos, el gobierno que antecedió al de Néstor Kirchner mataba piqueteros en los puentes de acceso a la CABA, y el inmediato anterior –el de la Alianza, que integraban desde Patricia Bullrich hasta Ricardo López Murphy, pasando por Hernán Lombardi- dejó 40 muertos en la represión del 2001.

El querer responsabilizar a Cristina Kirchner del balazo que pudo haber recibido en la cabeza es una operación siniestra. Es culpar a una persona de desatar el evento que la tuvo como víctima.

Igual de macabro es el argumento del “lobo solitario” que pretende aislar al tirador fallido del contexto que lo animó a intentar un magnicidio. Parece una estrategia destinada a encapsular las responsabilidades en torno al protagonista material del hecho, desconectándolo de su entramado político, social y cultural.

Es el argumento que utilizaría un abogado defensor para despegar al autor material del intelectual. Una manera de borrar evidencias que conduzcan a la verdad.

Es todo lo contrario al periodismo. Algo tan absurdo como hablar de “periodismo de guerra”. No son periodistas. Son operadores políticos que usan las violencias simbólicas para dañar reputaciones, agitar persecuciones y hasta para justificar crímenes de odio, si hace falta.

Crímenes que son el resultado, “la consecuencia en acto”, de los discursos violentos y discriminatorios que se esparcen sin autorregulación ni regulación por redes sociales y plataformas monopólicas de comunicación. Es un fenómeno de alcance global, que en la Argentina tomó especial virulencia, especialmente contra Cristina Kirchner, el kirchnerismo y el peronismo.

Hay que decirlo: la única libertad de expresión que está en riesgo en nuestro país es la de las personas sensatas que denuncian estos discursos de odio, que son rápidamente estigmatizadas y hasta denunciadas penalmente, como ocurrió con Roberto Navarro, el fundador de El Destape, un periodista al que quieren meter preso los que dicen defender la libertad de expresión.

¿Será porque usa esa libertad de expresión para señalar a los propiciadores del odio demencial que se desparrama cotidianamente sobre la sociedad argentina?

Es ahora. O el Estado democrático hace algo para frenar esta locura, o esta locura acaba con el Estado democrático y sus representantes. La sociedad víctima de los odiadores se manifestó en la Plaza de Mayo. Fue un acto histórico, multitudinario, pacífico, que habla de una enorme madurez cívica. Son las víctimas negándose al ojo por ojo.

Todo lo contrario a exigir que saquen cualquier alusión a los discursos de odio del pronunciamiento parlamentario de repudio al atentado contra la vicepresidenta como hizo el PRO.

Abasteciendo de este modo a una hipótesis que no los favorece en nada. La que dice que para ser un “lobo solitario”, Sabag tiene una soledad demasiado concurrida.

Por Roberto Caballero

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