El belicoso auge del ultranacionalismo israelí

Actualidad - Internacional 07 de septiembre de 2022
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Las próximas elecciones legislativas tendrán lugar en Israel el 1º de noviembre, por quinta vez en algo más de tres años. Las encuestas confirman el avance de la derecha nacionalista con sus aliados de las formaciones sionistas religiosas –un fenómeno visible sobre todo entre los jóvenes de 18 a 25 años–. Las proyecciones dan una amplia mayoría de 71 escaños sobre un total de 120 a la coalición encabezada por Benjamin Netanyahu. Dentro de ella, los partidos Sionista Religioso de Bezalel Smotrich y Otzma Yehudite (Fuerza Judía), de Itamar Ben Gvir obtendrían entre 11 y 14 bancas. Esta evolución es resultado, entre otras razones, del arraigo de la ideología nacionalista religiosa en una parte de la sociedad israelí. Uno de los principales promotores de esta corriente no es otro que el israelo-estadounidense Yoram Hazony, que la diseminó dentro de las ultraderechas estadounidenses y europeas. Adoptada desde su publicación en septiembre de 2018 por los medios conservadores de Estados Unidos, su obra The virtue of nationalism se convirtió en un best-seller y fue traducida a una veintena de lenguas. Había decidido escribir este libro dos años antes considerando que el nacionalismo venía viento en popa después de que el Reino Unido votara el Brexit y que Donald Trump fuera electo en Estados Unidos. Se convirtió en una referencia para gran cantidad de ultranacionalistas en el mundo entero y estaría en el origen de la “doctrina Trump” en política exterior. En Budapest, tiene las puertas abiertas del presidente Viktor Orban, que lo cita con regularidad.

Si teoría reúne la mayor parte de los elementos del nacionalismo integral de Charles Maurras, con excepción del antisemitismo: rechazo del universalismo, de los ideales de la Ilustración y de los principios surgidos de la Revolución Francesa; todo adaptado al período contemporáneo. Según Hazony, la Unión Europea se caracterizaría por una forma de imperialismo motivado por su voluntad de recrear el Sacro Imperio Romano Germánico. En cuanto a Hitler, en opinión de Hazony, no era nacionalista sino imperialista.

Teología neomesiánica

Algunos meses después de publicado el libro, queriendo batir el hierro mientras todavía estaba caliente, Hazony fundó en Washington la Fundación Edmund Burke que tiene por finalidad “reforzar el nacional-conservadurismo en Occidente y otras democracias”. Hombre de Estado británico, Burke era en 1790 el gran crítico de la Revolución Francesa y de la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano”. El copresidente de esa fundación es David Blog, ex director general de la organización estadounidense Cristianos Unidos por Israel, que cuenta con diez millones de adherentes.

En junio de 2022, la Fundación Burke definió su ideología publicando un manifiesto titulado “Nacional-conservadurismo. Una declaración de principios”. En el Preámbulo podemos leer: “Consideramos que la tradición de los Estados-nación independientes y autogobernados representa el fundamento necesario para una justa orientación pública hacia el patriotismo, el coraje, el honor, la lealtad, la religión, la sabiduría y la familia, hombre y mujer, el Shabbat, la razón y la justicia. Somos conservadores porque consideramos estas virtudes como esenciales para el sostén de nuestra civilización”. El Artículo 4, “Dios y [la] religión pública” prevé: “Ahí donde existe una mayoría cristiana, la vida pública se debe arraigar en el cristianismo y su visión moral honrada por el Estado y las demás instituciones públicas y privadas. Los judíos y otras minorías deben ser protegidas”.

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Hazony inició su recorrido religioso e ideológico en Princeton, cuando preparaba su licenciatura. Una tarde de la primavera de 1984, el rabino Meir Kahane fue a hablar ante unos 250 estudiantes judíos. Fundador de la Jewish Defense League (JDL), condenado por terrorismo en Estados Unidos, encarcelado en varias oportunidades en Israel por haber preparado ataques contra palestinos, el orador acaba de ser electo en la Knesset como parte de una lista abiertamente racista. Para Hazony, fue una revelación: “Estábamos como hipnotizados […] Rabbi Kahane era el único dirigente judío que había mostrado interés en nuestras vidas, que vino a decirnos lo que teníamos que hacer. Era el único que parecía entender cuánto queríamos una buena razón para seguir siendo judíos”. Hazony explicará que nunca adoptó la visión política violenta del Kahanismo, cuyo fundador fue asesinado en 1990. Sin embargo, adoptará la teología neomesiánica que Kahane definía así: “No olvidemos que llegamos a la Tierra de Israel para establecer ahí un Estado judío y no un Estado de estilo occidental. Nos deben guiar los valores judíos y no los efímeros valores occidentales. Ni el liberalismo, ni la democracia, ni una supuesta visión progresista deben determinar lo que es bueno o malo para nosotros”.

Cinco años después del encuentro de Princeton, a la cabeza de un grupo de familias estadounidenses, y junto con su esposa y sus cuatro hijos, Hazony se unió a los fundadores de la colonia Eli, en el centro de la Cisjordania ocupada. Mientras trabajaba en su tesis de filosofía política, que presentaría en 1994 en la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey, integró la redacción del Jerusalem Post, el gran diario israelí en lengua inglesa, que acababa de dar un giro a la derecha después de ser comprado por un grupo de prensa canadiense. David Bar Ilan, el jefe de redacción, apreció la pluma del joven colono israelo-estadounidense y lo puso en contacto con Benjamin Netanyahu, el presidente del Likud.

Hazony participó en la edición de A place among the nations, el libro programático del futuro primer ministro, cuya versión en hebreo se publicó en 1995. En el texto se adivina su mano ya en el modo de adaptar la historia a las teorías propias. Por ejemplo, la versión –muy discutida por los historiadores– según la cual, en la Antigüedad, no serían los romanos quienes habrían expulsado a los judíos de Palestina después de la revuelta judía de Bar Kokhba, en el año 135 de la era cristiana, sino los árabes, al nacer el Islam, en 637. Otro ejemplo de la influencia de Hazony en esta obra: el pasaje en el cual Netanyahu afirma que “la izquierda israelí padecería una enfermedad crónica que afectaría al pueblo judío desde hace un siglo: el marxismo, que impregnaría los movimientos judíos de izquierda, de extrema izquierda y comunistas en Europa del Este”. Una aflicción que explicaría por qué, después de la guerra de junio de 1967, algunos israelíes de izquierda habrían querido restituir los territorios conquistados.

Gracias al apoyo financiero de ricos estadounidenses cercanos a Netanyahu, Hazony creó en 1994, en Jerusalén, el Centro Shalem, un think tank destinado a “responder a la crisis identitaria que padece el pueblo judío”. En Nekouda, el órgano del movimiento de colonización, explicaba: “Mi finalidad en la vida es demostrar que la concepción marxista sionista ha fracasado en Israel. Ya nadie cree en ella y, hoy en día, tenemos que combatir por el futuro del pensamiento del pueblo judío en su conjunto y dentro de Israel en particular”.

Un Estado discriminatorio

En The Jewish State. The Struggle for Israel’s Soul (8), publicado seis años más tarde, Hazony devela y analiza lo que considera que es el gran complot contra la naturaleza judía de Israel. La conspiración se remontaría a los años 1920 con la creación de la Universidad Hebraica de Jerusalén por parte de grandes intelectuales judíos entre los cuales estaba Judah Leon Magnes, un judío estadounidense, rabino reformado, pacifista y enemigo del nacionalismo, así como el filósofo Martin Buber, apóstol de una entente con los árabes, partidario de un Estado binacional. En cuanto a Gershom Scholem, gran historiador y filósofo, especialista en la mística judía, habría cometido el crimen de aconsejar a los dirigentes sionistas que neutralizaran los elementos mesiánicos dentro de su movimiento. Según Hazony, esto retiraría todo fundamento judío a las reivindicaciones sionistas. Más recientemente, Assa Kasher, profesor de Filosofía en la Universidad de Tel Aviv, se habría vuelto culpable de defender la naturaleza democrática de Israel: “Un Estado judío, en el pleno sentido del término, es un Estado cuya naturaleza social procede de la identidad judía de los ciudadanos. En un Estado judío y democrático, la naturaleza del Estado no está determinada por la fuerza sino por la libre elección de los ciudadanos”. Y el antiguo colono de Eli (ahora está instalado en Jerusalén) se ofusca: “Kasher afirma que un Estado ‘judío y democrático’ es un país en el cual los habitantes son judíos y el Estado una democracia universalista. En otros términos, ¡un Estado ‘judío y democrático’ es un Estado no judío!”. Según esta lógica, el principio democrático contribuiría así a desjudaizar a Israel.

La lista de enemigos de un Israel conforme con las visiones de Hazony es larga. Los jueces de la Corte Suprema van a la cabeza, con Aaron Barak, responsable de la reforma constitucional, quien definió así los valores de Israel en tanto que judío: “Son esos valores universales comunes a los miembros de una sociedad democrática”. Los principales escritores israelíes no escapan a la estigmatización. Hazony los acusa de rechazar el concepto mismo de Estado judío. Entre ellos, Amos Oz, quien considera el nacionalismo como una maldición de la humanidad y A. B. Yehoshua, que predica por la normalidad de Israel. También entre los apuntados está David Grossman, quien “enseña a los israelitas que la debilidad hace virtuoso, y entonces debilita a la nación”.

En razón de sus vínculos con Estados Unidos, con los republicanos y con la derecha judía, Hazony es un elemento central del ecosistema ideológico sionista religioso creado a lo largo de los años y compuesto por rabinos mesiánicos y organizaciones ultranacionalistas. El Tikvah Fund, creado en 1998, lo financia en su mayor parte con fondos provenientes sobre todo de donantes ricos estadounidenses. Fundado en 2012, el Kohelet Policy Forum es el think tank sionista religioso que, según el diario Haaretz, dirigiría secretamente la Knesset. Lograría, a fuerza de lobby, hacer adoptar el 19 de julio de 2018 la ley discriminatoria que dispone: “El Estado de Israel es el Estado-nación del pueblo judío, que ejerce allí su derecho natural, cultural, religioso e histórico a la autodeterminación. La consumación de ese derecho a la autodeterminación nacional en el Estado de Israel está reservada al pueblo judío. […] El Estado considera el desarrollo de las localidades judías como un valor nacional y actuará para alentar y promover su creación y su consolidación”. Veinticuatro años después de la creación del Centro Shalem, las ideas de Yoram Hazony se convirtieron en la ley de Israel.

Por Charles Enderlin para el Le Monde Diplomatique

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