“Hora difícil, hora sombría”…

Actualidad - Internacional 14 de agosto de 2022
saLdovwpNcx0fwfEVCPz--40--4DI3M (1)

A mediados de los 80, en una callejuela del viejo centro moscovita, detrás del gigantesco edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, dos científicos de gran autoridad, uno norteamericano y el otro soviético, dejaban constituido en un antiguo palacete imperial el Fondo de Supervivencia de la Humanidad.

El soviético Roald Sagdéiev y el norteamericano Carl Sagan intentaban advertir al la sociedad humana que su existencia en el planeta estaba jaqueada por sus propios actos y sus consecuencias amenazaban con su exterminio.

La advertencia más conocida se llamó “efecto invernadero”. La Humanidad todavía no ha logrado superar la desaprensión con que intenta manejar los cambios climáticos que están transformando el planeta. En anteriores ciclos universales, mucho más lentas y armónicas, las especies mutaban en función de esos cambios. Las que no se adaptaban a ellos, perecían.

La otra advertencia, más siniestra aún, no tiene que ver con la desaprensión, sino con un concepto criminal de las relaciones entre los estados que conforman esa Humanidad. Hace exactamente 77 años, ese concepto tuvo su exteriorización más demencial en Hiroshima y Nagasaki.

Hoy, el reloj del fin del mundo o del Apocalipsis, como se lo conoce desde su creación en 1947 por el Boletín de Científicos Atómicos, marca menos de cien segundos para la conflagración atómica que pondrá fin a la vida humana y, quizás, al propio planeta.

Si hay algo que demuestra la inacción e ineficiencia de tradicionales organismos internacionales es la plena incapacidad de la sociedad humana para detener, impedir y disolver ambas amenazas. La acción de un delincuente o de un grupo de delincuentes, que lo son pese a sus ingentes recursos económicos o a su poderío político, puede concluir con nuestra existencia.

Las brillantes creaciones del ser humano, generadoras de energía y alimentos y propulsoras de las grandes revoluciones tecnológicas y científicas de los últimos tiempos, también pueden ser utilizadas por estos delincuentes para la obtención de su botín. Aun cuando eso genere la muerte del ser humano como especie. Aun cuando eso implique también su propia muerte. Como el escorpión de la fábula que pica al elefante que lo ayudaba a vadear el río, porque tal es su naturaleza criminal.

El compromiso mundial para salvar la primera advertencia ha hecho que se firmen importantes documentos de reducción de emisiones, cuyo cumplimiento es difícil, resistido e incluso ignorado por sus propios firmantes. Las alternativas de reemplazo de los combustibles fósiles evidencian falencias e inconsistencias que obligan a un mayor estudio de su aplicación.

Entre ellas, la generación energética nuclear es la que más ha progresado. Pese a algunas terribles experiencias como la explosión en 1979 de un reactor nuclear en la planta de Three Mile Island, de Pennsylvania, la peor falla en la historia de la energía atómica ocurrida en 1986 en la planta soviética de Chernobyl, o el desastre en 2011 en la central nuclear japonesa de Fukushima. Son centenares las usinas atómicas que funcionan en todo el mundo.

Los Estados Unidos son el líder, con 98 centrales. Lo siguen Francia con 58, China con 46, Japón con 42, Rusia con 37, Corea del Sur con 24, la India con 22, Canadá con 19, el Reino Unido con 15. La Argentina tiene 3, una más que Brasil.

En un territorio más reducido, Ucrania cuenta con 15 reactores nucleares en 4 centrales. Todos ellos datan de la época soviética. Los proyectos de nuevas centrales con participación de proveedores occidentales como General Electric, no pasaron de eso: proyectos.

Pero Ucrania, que durante la Unión Soviética se erigió en un poderoso centro industrial y, por ende, demandante de energía, dispone de la mayor central nuclear de Europa. La planta atómica de Zaporiyia (en explotación desde 1984), a orillas del embalse de Kajóvskaia, que reúne las aguas del río Dnieper para suministrarlas a todas las regiones agrarias del sur ucraniano y a las industriales del oriente del país. Las dos centrales: la nuclear y la hidroeléctrica que también funciona allí proveen más del 30% de la energía eléctrica a Ucrania.

Desde el inicio de la intervención militar rusa en el Donbass y en las regiones sudorientales de Zaporiyia y Jersón, el territorio de ambas centrales fue asegurado por las tropas aliadas de las repúblicas independientes de Lugansk y Donetsk y de la Federación Rusa. Lo que no impide que las usinas continúen funcionando con los mismos operadores ucranianos. La atómica sigue controlada por la  empresa estatal ucraniana “Energoatom” y cuenta con miles de operarios.

En todo momento, la situación de la central nuclear fue informada constantemente a la Agencia Internacional de Energía Atómica, que dirige el diplomático argentino Rafael Grossi, un experto de alto nivel en temas de seguridad, desarme y no proliferación nuclear. La periódica evaluación de la AIEA ha señalado siempre que los niveles de funcionamiento y seguridad de la planta han permanecido en valores normales.

Sus seis bloques energéticos están compuestos por reactores VVEP-1000 soviéticos, al igual que el restante equipamiento técnico. El último reactor fue puesto en funcionamiento en 1996, con una gran demora provocada por las recurrentes crisis en las que se sumergió Ucrania luego de su independencia en 1991, tras haber sido una de las repúblicas soviéticas que provocó el colapso de la URSS en ese mismo año.

En promedio, la central atómica genera cerca de 40.000 millones de Kw-hora al año. Es decir más del 50% del total producido por las restantes centrales atómicas ucranianas.

Las acciones bélicas en el Donbass o la cuenca del Don, según la transcripción al español, lograron en seis meses consolidar la autonomía de las repúblicas separatistas de Donetsk y de Lugansk. Pero también recuperaron las regiones “rusófilas” de la ribera oriental del Dniéper, el gran río que atraviesa transversalmente toda Ucrania hasta desembocar en el Mar de Azov. Tanto en la región de Jersón como en la de Zaporiyia se ha ya anunciado la intención de convocar a referendos para determinar si se unen a Rusia, como ocurrió en marzo de 2014 en Crimea y que culminó con la reunificación de la Península a Rusia.

Desde la orilla occidental del Dniéper la artillería ucraniana, provista de armamento norteamericano o de la OTAN, mantienen un constante duelo con la artillería rusa. Hasta ahora, esta no ha logrado desactivar los bombardeos ucranianos sobre las ciudades y poblados del Donbass, pese a las grandes pérdidas que le provoca a su adversario con los ataques aéreos o misilísticos sobre depósitos y dispositivos militares, puestos de mando y concentración de efectivos, ya sean ucranianos o mercenarios.

El gobierno del comediante Volodimir Zelenski intenta retrasar la pérdida de esas regiones y, con ello, actuar en dos frentes: el interno contra el creciente número de opositores dentro y fuera de unas fuerzas armadas diezmadas por la deserción que le acusan de desencadenar una sangriente aventura bélica, y el externo en procura de un mayor incremento de la ayuda militar y, sobre todo, un renovado y multimillonario respaldo financiero, aunque ya las principales agencias calificadoras le han asignado a Ucrania la categoría de “default”.

Para ello, las regiones liberadas de Kíev son sometidas a cotidianos ataques misilísticos y artilleros, indiscriminados y muy destructivos, debido a los cuales el proceso de reconstrucción que llevan a cabo sus nuevas administraciones locales en conjunto con especialistas y equipos rusos se torna muy difícil y complejo. Aunque la reparación de los cuantiosos daños y la restauración de su base económica, la apertura de los puertos del Donbass y la reposición de la red de transportes se desarrolla sin interrupción.

Zelenski, respaldado por sus antiguos productores televisivos devenidos ahora en estrategas y salvados de las recientes purgas, ha ordenado en los últimos días el aumento de los ataques contra la central atómica con el objetivo de provocar la prolongación del conflicto y no atender los reclamos europeos de concluir un tratado de paz con Rusia que reconozca la autonomía del Donbass y Crimea.

El borrador del tratado conteniendo este reconocimiento ya había consensuado en las reuniones mantenidas por representantes rusos y ucranianos en Estambul, en marzo de este año. Las puntuales propuestas ucranianas incluían además la aceptación del estatus neutral y no atómico del país, reforzado por garantías internacionales, y la tácita resignación de Kíev a su solicitud de adhesión a la OTAN.

Cuando ya se planeaba la reunión cumbre de Putin y Zelenski para la firma del acuerdo, Kíev “desapareció del radar”, como afirman en el Kremlin y nunca continuó con las negociaciones pese a los esfuerzos del presidente turco Recep Tayyip ErdoÄŸan y el propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

En Moscú califican los ataques ucranianos contra la central atómica como “una decisión demente y criminal que pone a toda Europa ante la cruel amenaza del invierno nuclear”. Los expertos evalúan que incluso una pequeña avería de los reactores provocará durísimas consecuencias en por lo menos Europa Oriental. La reacción en cadena que generaría esta avería en las vecinas centrales nucleares afectaría terriblemente a Belarús, la propia Ucrania, Rusia, Rumania, Eslovaquia, Chequia, las regiones orientales de Alemania, Polonia y Austria, en dependencia de la magnitud de la catástrofe. Aunque el “castigo radiactivo”, como lo califican los expertos, no llegaría a Inglaterra y a los Estados Unidos, las consecuencias no dejarían de ser planetarias.

Es imposible, alegan, modelar los alcances de la catástrofe. Mucho depende, por ejemplo, del lugar concreto de ataque o de factores meteorológicos poco predecibles. En cualquier caso, son bastante grandes las chances de una decena de países de la Unión Europea y, obvio, la OTAN, de experimentar en sí mismos las consecuencias directas de un átomo que ha dejado de ser pacífico.

“Estos son los pronósticos más optimistas -afirman los expertos-. La escala real de una catástrofe nuclear en la central de Zaporiyia es muy difícil de imaginar”.

En la Unión Europea 13 de los 27 Estados miembros tienen centrales nucleares. Hay un total de 106 reactores en operación, que producen anualmente cerca del 26% del total de la electricidad consumida en el conjunto de la UE. La inevitable proximidad de estas usinas es la que genera la real inquietud acerca de los alcances de esa catástrofe en la central ucraniana, como dijimos, la mayor de Europa…

La reciente sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, en medio de una dura discusión política, mostró su preocupación por los ataques pero desestimó la solicitud ucraniana de condenar a Rusia como el responsable de estos. Los representantes rusos en el Consejo observaron la incongruencia de esa acusación, toda vez que la central y la región están en poder de las milicias del Donbass y sus aliados rusos, que no necesitan bombardearla.

Sin embargo, el Kremlin se ha reservado el derecho de responder “con la máxima severidad” si los ataques ucranianos continúan “sin limitarse a la interrupción de la energía eléctrica a la red de los territorios controlados por Kíev” y que es alimentada por las dos centrales de Zaporiyia.

Los ataques ucranianos con la utilización de armamento y municiones occidentales han motivado a Moscú a declarar “objetivo militar” la propia cadena de provisión de estos y, por lo tanto, sujeta a destrucción. El parte diario que emite el Ministerio de Defensa ruso detalla los depósitos y equipos de la OTAN y de los EE.UU. aniquilados tanto por la fuerza aérea como por los misiles rusos.

El argentino Grossi, quien intervino el primero en la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, se apresuró a tranquilizar a los reunidos: “Según mis cálculos, en el momento actual no existe una amenaza inmediata a la seguridad nuclear de la central atómica de Zaporiyia”. Sin embargo, subrayó que la situación puede adoptar un giro catastrófico en cualquier momento y convocó a cesar de inmediato toda acción bélica que amenace la seguridad física y nuclear de la central atómica.

Hay que destacar que en los últimos meses el diplomático argentino ha procurado organizar la visita a Zaporiyia de los inspectores de la AIEA, pero sus intentos han sido infructuosos. A último momento se suspendió la misión que ya estaba planeada para finales de junio. Según lo resaltó Grossi, en esta postergación jugaron un papel importante “factores políticos y una serie de otras consideraciones”.

El director general de la AIEA aludió así a la resolución del secretariado de la ONU, que alegó la falta de seguridad para interrumpir la visita. El propio secretario general Guterres asumió una vacilante posición limitándose a solicitar el cese del enfrentamiento bélico en la zona de la central.

Mientras tanto, como resultado de los ataques fue dañada una serie de elementos importantes para la provisión eléctrica y de gas de la central, se destruyeron ductos, ocurrió un incendio en el depósito de hidrógeno utilizado por la central y se inutilizó la línea de alta tensión eléctrica. En el curso de otro ataque fue afectado el depósito seco de combustible nuclear utilizado así como el puesto de control automático de la situación radiológica. La tensión de la red que alimenta la central sufrió un brusco colapso lo que provocó la interrupción inmediata de la transmisión eléctrica. Algo que sólo puede prolongarse por un plazo muy limitado ya que incide sobre el funcionamiento de los reactores.

Este último ataque pudo ser solucionado ya que la central cuenta con un equipo de emergencia diésel, que entra en funcionamiento de inmediato a producida la avería.

El representante ruso en el Consejo de Seguridad, Vasilii Nebenzia, advirtió que el mundo está transitando por “horas difíciles, horas sombrías”… La esforzada tarea por retrasar el reloj del Apocalipsis debe ser asumida por todo el mundo y en especial por los países que no están directamente involucrados en el conflicto, pero que igualmente son pasibles de sus consecuencias.

La Argentina, nuestro país, tiene una larga tradición de mediación y gestión pacificadora en conflictos mundiales. Hay que recordar a Carlos Saavedra Lamas, autor del Pacto antibélico que lleva su nombre, firmado por 21 naciones y que se convirtió en un instrumento jurídico internacional. O la gestión de Atilio Bramuglia, el canciller del primer gobierno peronista, quien al frente del Consejo de Seguridad de la ONU impidió en 1949 que la crisis de Berlín se transformara en la Tercera Guerra Mundial. O la activa participación del presidente Raúl Alfonsín en la proclamación del Grupo de los Seis en 1986 por la paz y el desarme mundial. O la decisiva gestión de Néstor Kirchner en 2010 para mediar en el conflicto entre Venezuela y Colombia. O la convocante postura argentina por la modificación de los agobiantes términos de la deuda externa, sostenida por la presidente Cristina Fernández de Kirchner y plasmada en la resolución de la Asamblea General de la ONU en 2015.

La línea está clara. Por encima de todo, la defensa del derecho de la Humanidad a sobrevivir. La resistencia a los intentos terroristas de atentar contra la seguridad de todo el planeta.

El punto crítico.

Hernando Kleimans

Te puede interesar