Pelosi, el collar de perlas y la disputa geopolítica del siglo 21

Actualidad - Internacional 12 de agosto de 2022
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Haciendo caso omiso a las severas advertencias del Gobierno chino, e incluso a las internas, Nancy Pelosi aterrizó en Taipéi, la capital taiwanesa poco antes de las 11pm, el pasado 2 de agosto. La presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense avanzó por la pista de aterrizaje taiwanesa junto a su comitiva, iluminada por los flashes de la prensa internacional en medio de la noche, para consumar lo que aún no termina de definirse si es un acto de provocación a un enemigo estratégico, un mensaje hacia la interna estadounidense, un intento de llamar la atención en medio de una crisis inédita para el país norteamericano o, quizás, todas las cosas a la vez.

Para no perder la patriarcal costumbre de analizar cada detalle del vestuario cuando una mujer aparece en la escena política, varios medios repararon sobre su traje rosa y le asignaron una función simbólica al calificarlo “vibrante”, estableciendo una comparación directa con la palabra que utilizó la funcionaria para nombrar a la democracia taiwanesa, en el comunicado que emitió sobre su visita.

“Esta democracia vibrante y robusta – nombrada una de las más libres del mundo por Freedom House y dirigida con orgullo por una mujer, la presidenta Tsai Ing-wen – está amenazada”, observó el documento, publicado en su página web de manera simultánea a su llegada a Taiwán.

En el comunicado la presidenta de la Cámara de Representantes realizó declaraciones respecto de la relación entre Estados Unidos y Taiwán y advirtió sobre la potencial agresión armada a la isla por parte de China. 

“Ante la aceleración de las agresiones del Partido Comunista Chino (PCC), la visita de nuestra delegación del Congreso debe ser vista como una declaración inequívoca de que Estados Unidos apoya a Taiwán, nuestro socio democrático, en su defensa de la libertad”, expresó. También citó la Ley estadounidense de Relaciones con Taiwán que indica «considerar cualquier esfuerzo para determinar el futuro de Taiwán por medios que no sean pacíficos… una amenaza para la paz y la seguridad de la zona del Pacífico Occidental y una grave preocupación para Estados Unidos». “Hoy, Estados Unidos debe recordar esa promesa”, aseveró.

El Gobierno chino, que ya había emitido duras declaraciones ante la posibilidad de que el viaje se concretara, consideró la visita como una violación de la "política de una sola China" reconocida por Naciones Unidas y respondió con ejercicios militares (que aún continúan), sanciones económicas e interrupción de vínculos militares entre ambos países.

Aunque Washington reconoce el principio de una sola China, no ha escatimado, según expresó sin rodeos el comunicado de Pelosi, en mantener relaciones informales con el Gobierno la República de China, como también se nombra a la isla para hacer honor a su historia política vinculada a una fracción nacionalista que se opuso al triunfo del partido comunista en la República Popular China y se atrincheró en Taiwán desde 1949.  

Así es como no bastaron las comunicaciones previas entre Xi y Biden, ni los tibios intentos de disuadirlas por parte del poder ejecutivo estadounidense. Pelosi escuchó las voces tanto republicanas como demócratas que la alentaron desde el Congreso a escalar la tensión con China, y se constituyó así en la funcionaria estadounidense de mayor nivel que ha visitado Taiwán en 25 años. Un rol parecido asumió en abril, cuando visitó Ucrania en medio del conflicto bélico.

¿Aprieta o ahorca?

Si de simbologías basadas en el vestuario se trata, algo podría decirse sobre el grueso collar de perlas que portó la referente demócrata. “Collar de perlas”, de hecho, es un concepto de la geopolítica norteamericana, acuñado por diversos estudios norteamericanos, y se refiere a una estrategia de China. La misma apunta al control de una serie de puertos y bases en el océano Índico, que, según expone el Observatorio de los Mares Estratégicos de China, de la Escuela Superior Conjunta de las Fuerzas Armadas de Argentina, son puntos de apoyo, en su mayoría civiles, “pero con potencial uso dual”.

“Constituyen la estructura sobre la que se proyecta la Armada china, que va ganando crecientes capacidades `de aguas azules´ con el propósito de asegurar sus líneas de comunicación, proteger a los ciudadanos chinos que trabajan en los países litorales y las inversiones de empresas chinas en esa región, así como proyectar sus fuerzas de acuerdo a la estrategia nacional”. Desarticular esta estrategia es uno de los objetivos centrales de los Estados Unidos.

Taiwán es una isla de 23 millones de habitantes que geográficamente ocupa un lugar central en la cadena de islas que rodean a China. Además de su relevancia geoestratégica, la isla es un territorio central en la industria de semiconductores. Su principal empresa, TSCM, concentraba por sí sola, en el año 2020, el 24% de la producción mundial y el 94% de chips avanzados, mientras que la isla en general, según la BBC, produce más de la mitad de la de los semiconductores del mundo.

Por su parte, Estados Unidos, que hace 30 años representaba el 40% de esta industria, actualmente elabora sólo el 10% de la producción mundial. La importancia de estos datos radica en que éste es un sector de carácter estratégico en la economía, ya que representa un punto neurálgico de las condiciones de posibilidad de dar el salto tecnológico que se disputan los actores principales del tablero mundial en esta fase de digitalización de la economía.

No es casual que en la escalada de tensiones provocada por la visita de Pelosi, Biden volviera a las viejas estrategias proteccionistas del trumpismo, para firmar una ley conocida como “Chips y Ciencia”, que implica subsidios por U$S 52.700 millones para la producción de semiconductores, con el objetivo de vencer "la competencia económica del siglo XXI". 

La respuesta del Gobierno chino no se hizo esperar, y fue Wang Wenbin, portavoz de la Cancillería china, quien declaró que la normativa restringe “la inversión y las actividades comerciales y económicas normales de las empresas relevantes en China, así como limitan la cooperación científica y tecnológica entre China y Estados Unidos.” Finalmente sentenció que la medida “socavará las cadenas de suministro globales de semiconductores y creará obstáculos para el comercio internacional”.

Desde el punto de vista de la política exterior estadounidense, el ascenso chino y su rápida modernización militar le quitan el sueño a la potencia norteamericana, preocupada por la importancia geoestratégica de la región sobre la que el gigante asiático no ha parado de avanzar.

En febrero de este año, la Casa Blanca publicaba “La estrategia Indo-Pacífica de los Estados Unidos”, un documento en el que refleja la importancia de la región para el país norteamericano, define su programa en la zona y un plan de acción. Ya en su primer párrafo establece que “Estados Unidos es una potencia del Indo-Pacífico. La región, que se extiende desde nuestra costa del Pacífico hasta el Océano Índico, alberga a más de la mitad de la población mundial, casi dos tercios de la economía mundial y siete de los ejércitos más grandes del mundo. Hay más miembros de las fuerzas armadas estadounidenses con base en la región que en cualquier otra fuera de los Estados Unidos. Mantiene más de tres millones de empleos estadounidenses y es la fuente de casi $900 mil millones en inversión extranjera directa en los Estados Unidos. En los próximos años, dado que la región impulsa dos tercios del crecimiento económico global, su influencia sólo crecerá, al igual que su importancia para los Estados Unidos.”

Sobre Taiwán, el mencionado documento establece que Estados Unidos trabajará “con socios dentro y fuera de la región para mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán, incluso apoyando a Taiwán en sus capacidades de autodefensa”, idea que fue reforzada por Joe Biden el 23 de mayo desde Tokio durante su gira por Asia (la primera gira oficial del mandatario) al afirmar que “Estados Unidos intervendrá militarmente si China invade Taiwán”. La declaración se dio en el marco del inicio de la cumbre del QUAD, la alianza militar integrada por Estados Unidos, Australia, Japón e India.

China lidera Asia Pacífico en materia económica. Sin embargo, tal como explica el medio alemán Deutsche Welle, la posesión de grandes bases aéreas y navales en Japón, Corea del Sur y Singapur, por parte de Estados Unidos, aún ubica al país norteamericano en el lugar de la potencia dominante en términos militares.  Esto explica el dilema diplomático en el que se encontraron algunos líderes regionales ante la visita de Pelosi.  El Financial Times, comentó al respecto que países como Japón y Corea del Sur comparten fuertes vínculos diplomáticos y de defensa con Estados Unidos, pero sus relaciones comerciales con China son indispensables para sus economías. En ese marco el líder surcoreano se mostró esquivo a la presencia de Pelosi en la región y evitó un encuentro directo con la funcionaria.

Este año, según un informe de DW China ha logrado ubicarse como el segundo país con mayor presupuesto militar a nivel mundial, pero su supremacía marítima en la región se limita en gran medida a la llamada "Primera Cadena de Islas", que se extiende desde Japón hasta Malasia, aunque China se ha expandido más allá en los últimos años.

Mientras que Estados Unidos invierte 3,7 por ciento de su PBI en presencia militar en la zona del pacífico, China destina 1,7 por ciento.

La escalada de las tensiones en la zona pone de relieve la disputa en la que se dirime quién pondrá las reglas del juego en este siglo y deja al desnudo, sin mediaciones, a los dos actores centrales que participan en ella, en lo que hemos definido como la “Guerra del G2”. Nancy Pelosi avanzó sobre Taiwán en un mensaje claro del globalismo angloamericano hacia su principal enemigo, en el marco de una guerra permanente que se libra en múltiples dimensiones, más allá de lo militar, y que viene asumiendo el carácter de un conflicto estratégico, ya que lo que se disputan los actores protagónicos no son sólo medios, sino fines.

Estamos asistiendo, como lo ha afirmado en repetidas oportunidades el presidente estadounidense, y lo ha demostrado el entramado de poder angloamericano escalando conflictos contra sus principales adversarios, a una competencia por la conquista del dominio mundial en el siglo XXI.

Por Marías Caciaue * Politólogo y Docente Universitario. Analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional.

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