Sledgehammer

Actualidad - Nacional 06 de agosto de 2022
massa-doscaras

I wanna be your sledgehammer
Why don’t you call my name?
(Podría ser tu maza / ¿Por qué no me llamás?)

La maza, Peter Gabriel

Si la relación de Sergio Massa con la sociedad está cortada e incluso su votante histórico se he alejado con rumbo a los Santilli y los Manes, ¿qué valoran los actores políticos y económicos de su figura, a punto tal de que su sola asunción ha producido el muy guzmanista objetivo de tranquilizar la economía? O en otras palabras: ¿qué le ven a Massa? Quizás lo siguiente: en un gobierno caracterizado por la inmovilidad de los vetos cruzados y el estilo exasperante de Alberto Fernández, Massa insinúa hiperactividad y decisionismo. Frente a la impotencia de Estado que viene exhibiendo la coalición oficialista, donde la clave para sobrevivir parece ser pasar desapercibido, no asomar, Massa se comporta como el jugador cuyo equipo va perdiendo y grita “¡Pasamela! ¡Pasamela!”… aunque después no sepa bien qué hacer con la pelota.

Listo como un zorro, Massa entendió antes que nada que su lugar no era la jefatura de gabinete, ese espejismo institucional creado por el Pacto de Olivos. Aunque la Constitución establece que el jefe de gabinete es el responsable de llevar adelante la “administración general del país”, en realidad carece de un poder de decisión relevante porque no dispone de un área directa de competencia, tal como demuestran los casos de jefes de gabinetes musculosos con gestiones fallidas, una estirpe que va de Jorge Capitanich y Juan Manzur a Rodolfo Terragno y el mismo Massa. Los jefes de gabinete poderosos –Alberto Fernández, Marcos Peña– fueron aquellos que gozaron de la absoluta confianza y el poder delegado del presidente. Para lucirse, los ministerios recomendados son Obras Públicas, Transporte, incluso Turismo; para evitar problemas, lo mejor, dada la intrascendencia internacional de la Argentina, es Relaciones Exteriores; para armar un sistema de relaciones, Interior. Y para jugar a todo o nada, por supuesto Economía.

La experiencia internacional abunda en casos de ministros de economía exitosos que llegaron a la Presidencia, desde más o menos neoliberales como Emmanuel Macron y Ernesto Zedillo, a progresistas como Rafael Correa y Luis Arce. En una nota reciente (1), Fernando Rosso recordó el caso más pertinente: Fernando Henrique Cardoso, que en 1994 asumió como ministro de Hacienda en un contexto de alta inflación y debilidad política (es decir, en un contexto no muy diferente al argentino de hoy), y que con el Plan Real consiguió un rápido shock estabilizador que funcionó como plataforma para su campaña presidencial. Como la economía argentina suela dar pocas satisfacciones, es difícil encontrar ejemplos comparables, aunque los casos de Domingo Cavallo, Roberto Lavagna y Axel Kicillof demuestran que el Ministerio de Economía puede ser el punto de partida para una carrera política.

Para reordenar la macroeconomía de acuerdo a los objetivos esbozados en su presentación del miércoles (controlar el déficit, fortalecer las reservas, bajar la inflación), Massa deberá necesariamente alterar los equilibrios internos del Frente de Todos reconfigurando una cadena de mandos desquiciada, único camino para avanzar en un nuevo esquema de poder que, si se concreta, será no menos exótico que el anterior (como escribió Tomás Borovisnky: “Presidente zombie, hipervicepresidenta y superministro de economía. Un experimento social de politólogos yonquis”). Esto es resultado de que el socio principal de la coalición, el que en un momento de crisis debería ser el responsable de agarrar el timón, carece de una solución, o sea de un programa. ¿Por qué la “accionista mayoritaria” no resolvió el vacío de poder designando a uno de los suyos como virtual interventor del gobierno, que es lo que es Massa? ¿Por qué Massa y no Augusto Costa o Jorge Capitanich? No hay una solución kirchnerista al problema de los argentinos, y esto se nota en la paradoja de una crisis que se abre “por izquierda” (críticas al acuerdo con el Fondo y la segmentación de tarifas) y se resuelve “por derecha” (con los anuncios de austeridad fiscal del miércoles). ¿Por qué la segmentación de Guzmán no era aceptable y la de Massa, aún más severa, sí? Parafraseando a Aníbal Fernández, Massa es un fiscalista portador sano.

En este marco, el primer desafío del ministro consiste en superar el sistema de vetos cruzados del oficialismo, el mismo que hasta ahora impidió avanzar en las dos iniciativas que podrían haber provocado un cambio de clima y marcar una época, y que se vienen demorando desde hace al menos dos años:  el recorte de subsidios y el salario universal (o algo que se le parezca). Massa, que asumió en un clima mini-refundacionista que puede apagarse en cuestión de días, está obligado a lidiar, al menos en un comienzo, con lo que la política argentina, siempre pródiga en metáforas, llama loteo, y con los recelos de los otros actores de la coalición y su inclinación, mezcla de intereses personales y del trastorno general de los engranajes, a condenar a las figuras rutilantes a la intrascendencia. Massa tiene que evitar que los limen despacito.

Como la madurez demostrada hasta ahora por los actores oficialistas (Alberto y Cristina sobre todo) hace difícil pensar en un camino concertado al estilo de los parlamentarismos europeos, la única estrategia posible de la que dispone Massa es la acumulación de poder. De Foucault para acá sabemos que el poder no es un algo que se tiene sino algo que circula y se ejerce; un flujo. El desafío es mayúsculo, porque las posibilidades de que Massa se convierta en candidato a presidente el año que viene dependen en buena medida de su capacidad de devolverle al peronismo su lugar de “partido del orden”. Massa no tiene solo que reordenar la macro; tiene que construir un sistema.

Para ello, la estrategia debe ser exactamente inversa a la de Alberto Fernández, que por cuidar los equilibrios internos de la coalición evitando irritar a Cristina fue cediendo espacios a punto tal que el gobierno, más que un “randazzismo sin Randazzo”, se ha convertido en un “albertismo sin albertistas”: el caso único de un gabinete en donde la mayoría de los ministros no responden al presidente. Si Alberto se preocupó tanto de garantizar la unidad interna que en el medio terminó alejándose de la gente, Massa debe proceder al revés: recuperar adhesiones para, a partir de ahí, reordenar el peronismo. Y para eso hay un solo camino: frenar la corrida, bajar la inflación, lograr que los salarios recuperen poder de compra. La única forma de que Massa reconstruya su dañada relación con la sociedad es por vía de la eficacia y la rapidez en los resultados. Los datos del Indec, su consagración o su guillotina.

Por José Natanson para El Diplo

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