Sergio Massa al Gabinete: hacer llover hacia arriba

Actualidad - Nacional 02 de agosto de 2022
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Sergio Massa no es un superministro, ni el presidente de facto, ni el premier del gobierno del Frente de Todos. Decir esto no implica restarle densidad política a su designación al frente del Palacio de Hacienda. Pero es importante analizar a Massa por lo que Massa es, que ya es bastante, y no por lo que Massa dice que es, que siempre suena exagerado.

Es verdad que fue convocado a jugar un partido donde el gobierno parece no embocar una. Momento crucial que concede a la imaginería mediática licencias que equiparan su ingreso al gabinete con el de Martín Palermo a la cancha de River para hacerle un gol a Perú en el minuto 92, agónico pasaporte al Mundial de Sudáfrica en 2010, que solo existía como posibilidad en la cabeza de un genio como Maradona.

Cuando más grande es la crisis, es racionalmente comprensible que crezca la necesidad de creer en la fuerza de lo incomprensible. E, incluso, en los milagros de último minuto. Quizá la primera manifestación paranormal en esta historia sea que un viejo conocido como Massa esté envuelto en un aura de inexplicable novedad. La segunda, lo que le piden, que dadas las circunstancias es como hacer llover hacia arriba: que baje la inflación y que consiga dólares rápidos para la economía real.

No le están pidiendo que se desdiga de sus agravios a los Kirchner en la embajada de los EE UU que el escándalo de Wikileaks dejó al descubierto. Ni que mienta sobre su origen en la UCeDe. Ni que se arrepienta de su viaje a Davos con Mauricio Macri. Todo eso quedó de lado el día que se constituyó el Frente de Todos, bajo la doctrina cristinista de la “nueva mayoría” que dice: no les pregunten de dónde vienen, sino hacia dónde quieren ir.

Y si Cristina, que es la persona que más razones tiene para abjurar de Massa, avaló en 2019 su ingreso a la coalición electoral que derrotó al Macri de Trump y Clarin, entonces “los más papistas que el Papa” podrían, al menos, asignarle categoría táctica de mal subsanable al asunto y no desesperar tanto por lo que pasó, porque lo que está pasando ahora, transcurre sobre una camino de brasas ardientes.

¿O acaso es normal que la vicepresidenta sea obligada a enfrentar un juicio donde se la acusa de comandar una “asociación ilícita” creada para saquear al Estado a través de contratos de obra pública que fueron auditados y controlados por decenas de funcionarios nacionales y provinciales de gobiernos surgidos de las urnas? Parece un dislate, no lo es: se llama lawfare.

El fiscal Diego Luciani no ignora que está usando el Código Penal para cincelar una realidad política que es el sueño húmedo de la derecha nacional. Las pruebas que presenta son los presupuestos nacionales votados en el Congreso, legítimamente constituido. Por eso Clarin habla de “toneladas de pruebas”, para crear una sensación de imponencia, que suplante la carencia de evidencias probatorias que justifiquen una condena judicial, aunque sea leve, pero que sirve para reavivar la mitología fundante del antikirchnerismo.

Massa llega en un muy mal momento de la gente y del gobierno. Por los errores no forzados de la Casa Rosada, que los hay en cantidad indigerible, y porque sus enemigos administran el poder real con perversa eficiencia, haciendo casi imposible lo que resultaría difícil en situaciones de presión y temperatura normales.

Es verdad que su desembarco impactó positivamente en la comunidad de negocios. Como antes sucedió con Alberto Fernández, todo lo que aleje a Cristina Kirchner del sillón de presidenta, a pesar de que ella les hizo ganar mucho dinero durante sus dos gobiernos, es recibido con irracional algarabía por “los mercados” que temen “la chavización” de la Argentina.

Massa es un dirigente político que goza del apoyo de un sector del establishment económico, que integra la Asociación Empresaria Argentina (la central AEA, conducida por Clarin, Techint y Arcor), pero que siempre resulta relegado. Además de sus vínculos en Washington, respaldan al flamante ministro grupos locales del rubro hidrocarburífero, aeroportuario, la energía eléctrica, bancos, contratistas de obra pública, medios de comunicación, firmas de medicina prepaga y empresas de telecomunicaciones.

No tiene a un premio Nobel en Economía como Joseph Stiglitz, académico de indudable prestigio, actuando como su sherpa en la comunidad financiera internacional, pero sí lo tiene cuidándole las espaldas como amigo y consultor a José Luis Manzano, primero político peronista y luego empresario capitalista, dueño de Integra Capital, hoy experto en “mercados regulados”, que llegó a pulsear sin éxito con Héctor Magnetto por Telecom, nada menos.

En el bloque nacional y popular, que no es un frente de liberación nacional y social, cosa que a veces se confunde, cohabitan expresiones policlasistas que constituyen la nueva mayoría que Cristina llamó construir en 2016. Antimacristas todos. La gente de trabajo, porque Macri la fundió; los empresarios, porque el hijo de Franco los sometía a presiones y amenazas de cárcel o prisión efectiva para sacarles sus empresas o negocios.

Claramente Cristina y el cristinismo representan lo popular, en tanto que Alberto o Massa son o tratan de ser los referentes de corporaciones que podrían inscribirse en una estrategia de desarrollo nacional, que acepta al Estado en un rol dirigente, aunque no siempre se manifiesten en público tan convencidos de esto último. No son José Bel Gelbard, ni lo pretenden. Gelbard era un burgués nacional de formación comunista capaz de confluir con el último Perón en el llamado al Pacto Social.

Daniel Vila, socio de Manzano, en lo que bien pudo haber sido el kilómetro 0 del Frente de Todos, llegó a la primera fila, cerquita de Alberto Fernández, cuando Cristina Kirchner presentó “Sinceramente” en la Rural, y aplaudió con ganas cuando ella habló de Gelbard y de la necesidad de recrear la alianza entre capital y trabajo que el peronismo promueve desde su origen para desterrar el sistema de explotación del capital sobre el trabajador, y del papel que debe jugar el Estado en todo esto.

Cosa que comprende Vila, indudablemente, aunque su canal América TV sea el que más minutos le dedica a un enemigo declarado del dirigismo estatal como Javier Milei y a segmentos de antikirchnerismo explícito de enorme violencia simbólica. Cada cual interpreta la libertad de expresión como quiere. A veces, mal.

Anoche circulaba la foto del encuentro entre Cristina y Massa, como para confirmar que la llegada de este último a Hacienda es una decisión colectiva de la coalición oficialista. La imagen demuestra que nada es imposible.

Los viejos rencores mueren de viejos. Los protagonistas saben que detrás del lente de la cámara hay un país que los mira fijamente, a la espera de algunas medidas de gobierno que traigan alivio allí donde más duele y la desesperanza hace estragos.

Por Roberto Caballero para El Destape

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