Cómo salir del pozo y los renacidos agoreros

Actualidad - Nacional 27 de julio de 2022
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La señora Beatríz Sarlo, a quien no tengo el gusto de conocer, nos adelanta las “últimas noticias del naufragio”, en una nota muy bien escrita que publica este gris fin de semana en su columna del portal Perfil.

Este título del biperiódico liderado por mi estrecho conocido Jorge Fontevecchia, me retrotrae a otro ligeramente siniestro que el diario La Razón publicó el 23 de marzo de 1976: “Es inminente el final. Todo está dicho”.

Claro que el otrora gran vespertino metropolitano de los Peralta Ramos y del inolvidable Félix Hipólito Laíño, en ese momento, en vísperas del más despiadado, cruel y sanguinario golpe de estado que enfrentó mi Patria, era apenas un boletín del Estado Mayor del Ejército.

Hoy, ¿quién es el que calienta los fuegos de esta asonada otra vez cívico-militar? ¿Quién dispone este matrimonio subversivo entre un despintado excoronel Aldo Rico y una sobrevaluada literata Beatriz Sarlo? ¿Quizá sean las mismas cavernas sombrías y demenciales del 76? ¿Es que acaso nuestra sociedad va a repetir el receptor continente que mostró ante los asesinos de marzo?

Hay que leer, como siempre, como me enseñaron mis maestros del periodismo, las entrelíneas de un enunciado. Los silencios de los reporteados. Los gestos significativos de los entrevistados. Allí se esconde la verdad. Esa que casi siempre los sujetos de la nota no quieren enunciar con claridad y la que casi siempre cuesta sonsacar.

En los dos titulares, el de marzo y el de este domingo, hay un común denominador: “¡Abajo la Constitución y la estabilidad democrática! ¡Viva la instauración de una fuerte y autocrática dictadura de ‘los que saben y pueden’ porque estos peronistas (“K” o no “K”) ni saben ni pueden!”

En la bravata temulenta del golpista sólo puede entreverse el temor a una respuesta popular y el desprecio hacia las instituciones democráticas. Ni una sola alusión a la sangrienta dictadura cívico-militar que integró. Por el contrario, reclamó la reivindicación de quienes ejercieron el terror de Estado.

En el articulito de la escritora Sarlo no se hallará ninguna alusión a la terrible e insolente gestión del capo-mafia que sigue paseándose impoluto por donde se le cante sin siquiera imaginarse que en algún momento deberá rendir severas cuentas de sus malversaciones y delitos. No hay referencias a la piadosa cobertura solidaria que le brinda la banda judicial.

Tampoco se aborda la gentil posición de los grandes exportadores agropecuarios que guardan en los silo-bolsas decenas de miles de millones de dólares. Los mismos que faltan en el desfalleciente Banco Central porque a estos padres de la patria no se les viene en ganas liquidar y sí, en cambio, especular con esos dineros malhabidos.

Total, siempre habrá una “cautelar” a disposición.

Para quienes pasamos el 76 y el 2001, estos comentarios son letra vieja. En ambos casos podríamos resucitar intervenciones similares nuestras de aquellas épocas, inocuas e ingenuas. Con un gran fervor patriótico e incluso revolucionario, que no sirvió para nada. Para nada.

Hoy por ahora no tenemos ni el “me borré” de Casildo Herrera ni la renuncia de Chacho Álvarez. Pero lo mereceríamos tener. Nuestro gobierno, el que instauramos con nuestro voto en diciembre de 2019, se enfrenta con su peor crisis. Hasta ahora. No podemos saber qué pasará mañana por la mañana. Los elementos que podríamos utilizar para ese discernimiento se diluyen en una maraña de debilidades, intrigas palaciegas, promesas y despromesas, grandes proclamaciones (enfáticas hasta el llanto) y silenciosos recules…

Padecemos el mismo síndrome del 76 o del 2001. El mismo. Hasta permitimos, como en aquellos tiempos, que algunos jóvenes iluminados convoquen a “la sangre derramada”. ¡Qué sabrán estos jóvenes iluminados lo que es la sangre en las calles! Quizá valdría la pena que algún progenitor se encargue de instruir a algún joven iluminado el significado de ver desaparecer uno tras otro a sus seres queridos y de la ominosa presencia del verdugo sobre nuestras cabezas.

A lo mejor, digo no más, también valdría la pena que nuestro gobierno estudiara esas nefastas experiencias para dilucidar los bastos errores, omisiones, debilidades, desatinos cometidos por aquellos gobiernos, ambos populares, nacionales y electos por el voto de todos.

Porque, ciertamente, las siniestras advertencias de la escritora y del carapintada (que alguien explique a los millenials lo que ese término significa) están tipificadas en el código penal, algo que alguna vez tiene que funcionar sobre estos transgresores institucionales. Inclusive si hay que adelantarse a su estricto cumplimiento y, como medida preventiva, adoptar decisiones para cortar de cuajo estas funestas liberalidades.

El gobierno nacional tiene todas las facultades (más en un país que todavía es presidencialista como el nuestro) y atributos para ejercer el poder de policía constitucional. No entiendo todavía por qué no se atiende un reclamo que vengo haciendo desde diciembre de 2019: los que delinquieron, los criminales confesos, los especuladores con nuestra salud política y económica, tienen que ir presos. Como medida preventiva...

No nos enredemos en los leguleyos laberintos de la mafia judicial. Lo primero que debe asegurar un Estado bien nacido es la desaparición de la impunidad como sistema político. Porque además esa conducta refirma la autoridad de nuestro país, se registra también hacia afuera y golpea en los arteros centros del poder especulativo financiero internacional. Pues, como decía Perón, la verdadera política es la exterior. La interna es de “cabotaje”. Definición que apunta a la misma entraña de esos centros.

Esta primera afirmación de un gobierno sólido debe tener un correlato político orgánico. El Frente de Todos debe conformarse como entidad política organizada. El Frente Amplio uruguayo, cuya historia no es necesario refrescar, está compuesto por dieciocho agrupaciones políticas, con intensos debates internos. Al mismo tiempo, tiene una organización coherente, unificada y efectiva: comités de base, coordinadoras zonales y departamentales sirven de plataforma orgánica para el funcionamiento de la Mesa Política, el Plenario Nacional y el Congreso. Es hora de que el FdT siga ese camino o… perezca en el intento.

Las mayorías democráticas, nacionales y populares argentinas han abordado en repetidas oportunidades este cometido, pero nunca pasaron de las elecciones de turno. Huelgan los ejemplos. Lo traigo a colación porque es imprescindible que esa cosa multiforme, difusa, incoherente que es el FdT se convierta en el organismo político fundamental para el despegue de nuestro país.

Mal podemos enfrentar los embates de esos centros del poder financiero especulativo, como el FMI, el BID o los francos buitres si no tenemos una imagen institucional consolidada. La fantástica liberación de la deuda que vivimos con Néstor y Cristina sirve como un poderoso antecedente.

Mal podemos adscribir al nuevo orden multipolar de un mundo en plena transformación si no nos presentamos como una Nación realizada en su entramado político.

Mal podemos exigir explicaciones a nuestros defraudadores internacionales si no les presentamos una posición contundente y firme.

Mal podemos salir de la profunda crisis en la que nos sumieron el tenebroso macrismo, la impiadosa pandemia y nuestros propios desaguisados ineptos e inoperantes si no estructuramos una praxis económica que atienda exclusivamente nuestros intereses nacionales y una gestión político-social que reafirme en la práctica un auténtico programa de justicia social.

Nuestro gobierno tiene la potestad suficiente y el respaldo necesario para plantarse ante aquellos centros del poder financiero especulativo mundial y decidir cómo y qué tiene que ser nuestra relación con ellos. Eso incluye la denuncia ante los correspondientes tribunales internacionales de los delitos cometidos por estos antros y sus miserables secuaces nativos contra nuestra independencia económica. Algo que, como en cualquier fraudulenta transacción comercial, el damnificado emprende sin demora. Antes de pagar.

No somos un país “subsidiero”. Los grandes gobiernos populares que supimos tener siempre priorizaron el trabajo por sobre la prebenda social y la beneficencia. Evita echó del templo a las mercaderes de la beneficencia e instauró la justicia social. No curamos con planes el tejido societario de nuestro país ni sacamos de la ignominiosa miseria a sus habitantes. La cultura del trabajo, algo que fue guía de nuestro desarrollo, no sobreviene con declaraciones.

No se convence a una sociedad castigada y hastiada con declaraciones. Es que, simplemente, de esa manera le estamos dejando el auditorio social a estos destituyentes que vuelven a clamar por el derrocamiento del orden constitucional. Con nuestra inacción hacemos que el único clamor que se escuche sea el de ellos.

Hace 206 años nuestros fundadores proclamaron la independencia de todo poder extranjero. Es hora de que apliquemos esa proclama a nuestros hechos concretos. Porque son los hechos concretos de un gobierno con claridad de objetivos y definición instrumental, idóneo en sus actos y profundo receptor de los reclamos populares, los que permitirán que volvamos a ser una Argentina grande, libre y soberana.

Malgrado que le pese a estos agoreros que vuelven a presagiar, montados en nuestra debilidades, vacilaciones e inoperancias, la reinstauración de autocracias represoras y entreguistas.

En nuestras manos está la opción. El “serás lo que debas ser o sino serás nada” sanmartiniano. No hay otra alternativa ni otros tiempos.

Por Hernando Kleimans para Telam

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