La lapicera de Perón

Historia 17 de julio de 2022
040e1b4d06a3d53f14d249945edf0a2e

Los episodios geopolíticos que por estos meses estremecen al mundo reavivan la interrogación filosófica sobre el fenómeno de la guerra. La severa dramaticidad de un escenario bélico sin dudas amerita la mirada que se detiene en las disputas territoriales o el control de ciertos mercados, pero sin embargo siempre asoma un resto conceptual, una dimensión cognoscitiva que invita a otros empeños analíticos.

¿Qué es lo que explica que se reitere en la historia aquello que concita que a su vez una unánime condena moral? Conviven allí lo escandaloso con lo irreversible, como si la condición humana estuviese gobernada por una pulsión que simultáneamente la motoriza y tiende a destruirla. Por lo demás, esa inquietante simbiosis ya no puede ser circunscripta a las influencias de un contexto, pues se manifiesta como un dato civilizatorio permanente. Guerras hubo durante el capitalismo y antes de él, y guerras hubo en el Occidente moderno y en culturas ancestrales de variado origen. 

Perón, lo sabemos, era un militar muy atraído por la filosofía, y uno bien podría leer toda su Doctrina y su desempeño como Conductor a partir de la interacción entre estas dos disciplinas. En esta dirección, es aleccionador repasar el célebre discurso que pronuncia el 10 de junio de |944 en la Universidad de la Plata y que se conocerá bajo el título “Significado de la Defensa Nacional desde el punto de vista militar”. El marco no podía ser más angustioso e insinuante, pues había ya sucedido la Primera Gran Guerra y se estaba desarrollando la segunda, ratificando lo que por cierto nunca cesará. El empecinamiento humano por reincidir en la masacre colectiva.

Perón, que aún no era un personaje central y ya había escrito con estas mismas inquietudes sus “Apuntes de historia militar”, describe en esa conferencia a la guerra como un “fenómeno social inevitable”, en el cual confluyen factores comerciales o diplomáticos que son acabadamente mencionados. Sin embargo, lo más interesante son dos metáforas que utiliza el luego famoso disertante para agudizar su ejercicio de comprensión.

Una antropológica y otra, digamos, operatoria. “Los hombres de barro fuimos amasados”, dice, señalando una impureza congénita de conducta que nos lleva a incurrir en aquello que ocasiona destrucción. Y luego su conocida cita de que las Fuerzas Armadas son apenas la punta de la flecha de una cuerda y un arco que maneja la política; que funciona así como regulación prudencial de la pura pulsión violenta. Esto es, hay un rasgo de imperfección moral que lanza al hombre al conflicto sangriento pero es la organización en comunidad lo que lo contiene y encauza.

“Si vis pacem para bellum” es la famosa sentencia romana que recoge en el texto, para indicar desde ese realismo antropológico y geopolítico que rigiendo por tanto un vínculo entre naciones (satisfechas e insatisfechas, así las clasifica) donde las peligrosas tensiones son constitutivas, la mejor forma de conjurarlas no es ni el moralismo abstracto ni el pacifismo ingenuo sino una disuasiva disposición combatiente.

Si en “Apuntes de historia militar” Perón está embebido de la obra de Carl Von Clausewitz para demostrar que la guerra es “una drama espantoso y apasionado” para el cual no es posible un conocimiento científico, en su disertación de 1944 se inspira en Carl Von der Goltz y su libro “La Nación en armas”.

Escrito en 1883, el militar prusiano postula lo que Perón ahora reivindica. En el instante de máxima exacerbación de un antagonismo, ningún sector de la vida nacional puede permanecer indiferente ni retacear su colaboración. El triunfo depende de que la conducción político-militar de la contienda encolumne homogéneamente detrás de sí a todo un pueblo abroquelado como tropa.

Pues bien y simplificando, lo que en 1944 Perón pensaba como militar prontamente lo aplicará como dirigente político. Dicho de otra manera, un gran hallazgo de Perón fue yuxtaponer la lógica de la guerra con la lógica de la política (“la lucha política, como la militar, es una lucha entre dos voluntades contrapuestas”, es su clásica definición). Impera entonces un conflicto constitutivo, si por conflicto entendemos una energía afirmativa que desborda la capacidad mediadora de la palabra. Donde la gimnasia moderadora de la buena argumentación tropieza, se yergue el impulso inerradicable de la colisión de intereses.

Pero atención, lo que Perón comienza a diseñar como filosofía política encuentra rotunda ratificación en el movimiento tangible de la historia; pues el peronismo irrumpe para desbaratar radicalmente el injusto orden preexistente y despierta furibundas réplicas y desprecios. Su revolución social y su plebeyismo cultural ofenden a la Argentina de los privilegios, lo que confirma que en el vértigo transformador de la política prima la dislocación por sobre la concordia.

Llegados a este punto, es necesario introducir dos puntualizaciones. La primera es establecer que el conflicto es un conflicto centralmente entre naciones (más específicamente entre imperialismos que procuran sojuzgar y estados populares del Tercer Mundo que resguardan su soberanía plena), lo que implica que al interior de cada nación (y allí resuena Von Der Goltz alla peronista) es imprescindible un ahínco vertebrador de toda la comunidad aún en sus diferencias.

En todo caso, y esto es fundamental, el antagonismo endógeno es con sectores minoritarios (muy minoritarios, eso al menos imagina Perón) cuyo rótulo en gramática nacional-popular será el de oligarquía. Y lo que define justamente a ese núcleo oligárquico es su actitud conspirativa y cómplice con la acción insidiosa de los imperialismos de turno.

Y lo segundo, ligado claramente con lo anterior, es que Perón cabalga sobre los conflictos, pero siempre conserva como objetivo tendencial construir comunidad (no casualmente su principal texto filosófico invoca ese armónico nombre). Encontrar un punto de equilibrio, de articulación fraterna entre partes diversas del cuerpo social, tanto para resistir las presiones del imperio como para edificar un proyecto inclusivo de nación.

No es un dato menor que al fundar su movimiento convoca a la UCR a incorporarse y suma a figuras que van desde el comunismo hasta el Partido Conservador. Hay allí una cuota de pragmatismo del que organiza un partido ex nihilo, pero también una convicción sobre la importancia de encontrar horizontes compartidos para alcanzar el bienestar del pueblo y la grandeza de la nación.

No sería incorrecto apuntar que la gran paradoja de la historia del peronismo es que divide social y políticamente a la Argentina en dos, siendo que Perón siempre se concibió como cobijando debajo de su liderazgo a una inmensa mayoría que lindaba con el unanimismo. Su varias veces declarada vocación por persuadir iban en esa dirección, por cierto frustrada. Pasar del “cinco por uno” a “elegí el tiempo y no la sangre”, o de “kilombificar” el país al pacto con Frondizi, testimonian el desconcierto de un Conductor que no logró resolver adecuadamente aquello que sin embargo caracteriza lo anfibio de su prédica. Beber en la fisura antagónica y aspirar a un cierre comunitarista.

La figura con la que Perón se autodescribe en los 70 (“Un león hervíboro”) aunque cargada de picaresca es conceptualmente interesante. Un líder que ha decrecido en su ferocidad aunque sin abjurar completamente de ella. En esa orientación va su intento de un acuerdo con Ricardo Balbín, mientras a su vez creía firmemente que el mundo marchaba hacia al predomino de socialismos con rostro nacional. 

Aunque suene en parte contradictorio, no lo es ubicado en aquella coyuntura. Es un Perón capturado por el giro evolucionista, que supone que el infalible curso perfectivo de la historia alineará finalmente a los pueblos detrás de un horizonte de emancipación social. Como es bien sabido, eso de ninguna manera ocurrió. La oligarquía y el imperialismo aguardaban agazapados, esperando retomar el control.

Días pasados se celebró un nuevo aniversario de la muerte del General Perón, ceremonia mítica donde su nombre es exaltado para mantener encendidas liturgias y entusiasmos militantes. Abundan la emotividad y también las interpretaciones, pues como todo mito se supone que detectar el detalle fino de su sabiduría legitima el a veces confundido transitar de las capas dirigenciales de hoy en día.

Debe decirse no obstante que las coreografías montadas en esta oportunidad rozaron el absurdo, pues el Frente de Todos en el gobierno no encontró mejor idea que dirimir sus supuestas controversias ideológicas en dos actos separados enalteciendo una idéntica memoria. En sintonía con esa aspereza simbólica, renunció ese fin de semana Martín Guzmán. Ministro de desempeño aceptable que ejecutó su dimisión con gestualidades deplorables. El final estaba cantado, su presencia era motivo palpable de discordia y ni Mandrake puede manejar con solvencia la economía argentina si la (s) cabeza (s) política (s) de la coalición no exhiben cohesión en sus procedimientos.

En las tribunas desplegadas, Cristina mentó la lapicera de Perón, como referencia a un Conductor que para hacer una tortilla creía imprescindible romper algunos huevos. Y Alberto esgrimió la capacidad de persuadir como el talento superior que distingue la ejemplaridad del tres veces Presidente. En ese forzado derrotero exegético los dos oradores, teniendo una parte de la razón, estaban no obstante completamente equivocados.

Perón, como intentamos explicar, no cabe en la dicotomía lapicera o persuasión sino en la empinada conjunción entre lapicera y persuasión. Antagonismo y comunidad. Frentismo de liberación que obliga a acuerdos básicos donde deben caber todos los énfasis. Frente al poder acechante del enemigo, en el Frente de Todos no sobra ningún soldado.

Recuperados en apariencia ciertos afectos internos y apaciguadas las sobreactuadas polémicas programáticas, será tarea de Silvina Batakis mantener el impulso de lo que Guzmán dejó de positivo (recuperación productiva y creación de empleo) y corregir sus deficiencias (una inflación demasiado alta y una insuficiente distribución del ingreso).

Teorizando con sofisticación sobre el arte de conducir, Perón entrega certeros conceptos. Rescatemos apenas dos. “La conducción es un todo de ejecución” y “El conductor es un constructor de éxitos”. Sabio mensaje para Alberto y Cristina. Resuelvan el problema, no nos trasladen sus aceptables discrepancias. Se trata de eso. Confiamos en que así ocurra. 

Por Juan José Giani para Página 12

Te puede interesar